Sus primeros años transcurrieron junto a sus dos hermanos, una abuela testigo de Jehová y sus padres, que no mostraban interés por las cosas de Dios. Cuando Paula Ardila cumplió los diez años ellos se separaron y con su hermana quedaron al cuidado de su mamá, mientras que el hermano era criado por la abuelita.

 

Recuerda que en la escuela era muy aplicada, rendía bien, pero le costaba integrarse al grupo de amigos porque le colgaron la cruz de no ser bonita: "Yo siempre tuve apodos como hasta mi adolescencia. Me decían patito feo porque para mis compañeros aparentemente no era muy bonita, usaba gafas, eran gruesitas y me molestaban por eso; llegaba a mi casa a llorar y mis papás no se daban cuenta porque no estaban", confidencia Paula.

 

El fuego de la adolescencia

 

 

La baja autoestima de Paula se incrementó por un rebelde acné que, como suele ocurrir, surgió al llegar la adolescencia. Escuchar que le decían "mazorca" y otros apodos groseros provocaban en ella rabia, tristeza y una conducta reactiva que fue tornándose agresiva. Si alguien la ofendía reaccionaba a los golpes y pedradas. Ya no se juntaba con chicas de su edad, solo con niños y perdió algo de la suavidad femenina en el trato.

 

Cuando menos lo esperaba un conocido comenzó a flirtear con ella. Pronto estrecharon el vínculo y tuvo su primera experiencia sexual. En aquel tiempo, por su propia decisión, Paula ya frecuentaba la Iglesia y sintiendo que había "perdido pureza" le pidió que tuviesen un noviazgo en castidad. El muchacho no quiso aceptar los términos y todo terminó.

 

Esta fue la primera de muchas experiencias semejantes y al paso del tiempo, estando ya en la universidad, Paula volvió a sentir que su fracaso era a causa de ser un "patito feo". Llegaba a casa tarde, borracha, auto-compadeciéndose, incapaz de buscar ayuda o encontrar paz. Fueron dos años yendo de mal en peor.

 

Vivir al margen de la moral católica

 

 

Hacia la mitad de su carrera universitaria, una amiga le invitó a un curso de liderazgo y autosuperación personal, según le dijo, que a la postre terminó siendo de Nueva Era. En ese mismo período intentó retomar la relación con aquel primer amor de su juventud y fue un fracaso peor.

 

Era tanta su decepción que volcó toda esa frustración de años en buscar un culpable, y pronto lo encontró… "Llegó un día en el que me cansé y le dije al Señor «¿sabes qué? Tú allá y yo acá». Fue mi ruptura con Dios y comencé a vivir una manera súper descontrolada", comenta.

 

Lo que vino de ahí en adelante fue vivir siempre al límite, exponiéndose, lejos de toda ética y moral católica. El sexo a tope con un amante que era un hombre que tenía novia formal, también consumiendo droga y alcohol. Y en este desenfreno, cuando Paula vio que su amante se daba lujos con su novia y que ella no podía pagarse, se las ingenió para tener dinero. "Decidí iniciar a trabajar como webcam y eso funciona más o menos como prostituirse por llamada; hay plataformas que existen donde uno hace lo que el usuario le pide y entonces lo que me pidieran y por eso me pagaba y entonces yo me metí en este mundo y duré como 15 días nada más porque me empecé a deprimir".

 

Un instante de lucidez

 

 

Paula estaba sin control siempre discutiendo con su padre, con el amante, hundiéndose más en la droga y el sexo con otras parejas ocasionales.

 

Reventada en su alma, cuerpo y psiquis tuvo un instante de lucidez y buscó la ayuda de una psicóloga, que sin ella saberlo era además una fiel católica. "Mi psicóloga apenas empezó la primera sesión me dijo: «Yo a ti te atiendo, pero con la condición de que en nuestra terapia tiene que estar Dios, yo sin Dios no trabajo». Me dijo que debía orar e ir a la Iglesia…"

 

Aunque no le acomodaba, Paula cedió y "de a poquitos", señala, comenzó a retomar el vínculo con Dios. "Igual me costaba mucho", recuerda.

 

Los ángeles de Dios

 

 

Dentro de aquel proceso, dejando las drogas y el desenfreno sexual, de pronto le asaltaban ideas suicidas y un nuevo ángel se sumó en la ayuda. Era su abuelita, quien siguiendo algunas certezas de sabiduría tradicional la llevó a un encuentro en la iglesia. "Ese día el Señor tocó mi corazón. Una de las palabras que escuché del Evangelio era aquella de la escena en que María Magdalena se arrodilla a los pies de Jesús y llora. Recuerdo las palabras que Jesús dice: «… quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor». Y yo me veía como María Magdalena. Esas palabras me tocaron el corazón y ese día me animé, saqué todo", confidencia y se emociona.

 

Su psicóloga continuó apoyándola en terapia y le recomendó hacer la novena de la Virgen Desatanudos.  A pesar de que a Paula le parecía aburridísimo ir al Santísimo, un día tomó la decisión de visitarlo y allí, a raíz de esa conversación con Jesús, sintió en su corazón que debía pedir más ayuda. Acudió entonces donde su madrina de bautismo y le dijo: "Necesito que hagas tu papel de madrina y me obligues a ir a la Eucaristía. Aceptó, pero me hizo prometerle que nunca más iba a consumir drogas". No solo eso le exigió su madrina, sino también que debía acudir a un retiro espiritual de sanación.

 

"Fui al retiro y cuando iba yendo empecé a sentir un desespero, me quería ir de ese lugar, decía qué pereza esta gente.  Recuerdo que en medio de mi soberbia yo le decía a Dios: «Si todo eso que ellos dicen está mal, Tú házmelo sentir en mi corazón, Tú dímelo». Entonces el Señor tocó mi corazón y me hizo sentir que yo estaba mal".

 

Después de este retiro la invitaron a un taller de sanación y luego hizo su consagración a la Virgen: "Fui puliendo mi corazón, dejé de vestirme procaz, y tantas cosas que me ataban al mundo; también dejé de tomar. No ha sido fácil, pero el Señor no se deja ganar en generosidad en nada y hasta el día de hoy siento que Él ha cambiado mi vida; ahora me he enamorado de Él, también de la Virgen. Aún hay muchas cosas que sanar, no soy perfecta, muchas tentaciones, pero nada, en la lucha de cada día", dice con voz firme.

 

Paula a través de este espacio en Portaluz agradece a cuantos puedan orar por ella, por su crecimiento en la fe y santidad de vida.

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