No fue fácil la niñez en Bogotá para la colombiana Patricia Pantano Poloche, nacida y criada en una familia "ensamblada"; aquellas donde abuelos, padres, hijas e hijos viven en uniones libres, gestando descendencia de distintos padres y madres. En el hogar -cuenta Patricia a Portaluz- se respiraba un ambiente de violencia permanente "como si fuera lo normal", pues sus padres bebían licor en exceso y esto generaba problemas familiares; el más común que su padre llegaba borracho a la casa, gritando groserías y golpeaba a los hijos. "Mi papi era una persona demasiado brusca cuando estaba tomado, él llegaba a la casa, nos pegaba, y entonces uno tenía que ver como que eso era normal", recuerda Patricia.

 

Ella aún rememora el impacto que le provocó hace algunos años -siendo ya una mujer mayor- cuando su madre le contó que conoció a su padre en el bar de un prostíbulo donde ella era la cajera… "Mi mamá trabajaba en un bar de prostitución atendiendo el bar y por una equivocación un día se la llevaron a la cárcel y estuvo allí seis meses alejada de la familia", confidencia.

 

Primera borrachera a los seis años

 

 

En ese contexto de “maltrato físico y psicológico”, ocurrió que un día -como en un juego de niños, dice- ella y un hermano le tomaron una cerveza al papá. "Mi hermano se preguntó el por qué mi papi tomaba tanto y yo le dije quién sabe, y él me contestó ¿a qué sabrá eso que toma tanto? y añadió… a ver probemos también".

 

Cuando su padre llegó a casa y descubrió la jugarreta, les impuso un castigo irracional e inmoral, que por años marcó la vida de Patricia y su hermano. "Nos pegó, obligándonos a beber toda una canasta de cerveza, como treinta botellines. Teníamos alrededor de seis años y desde entonces me empezó a gustar el alcohol.  Le cogí de verdad tanta bronca a mi papi, que llenaba mi corazón de odio; entonces me volví muy rebelde. Luego, en el bachillerato, me escapaba del colegio para beber y fumar", lamenta.

 

Replicando los males de padres y abuelos

 

 

Atrapada en el alcohol y las fiestas Patricia fue perdiendo el control y sentido de su vida. En una de sus tantas borracheras quedó embarazada; tenía tan solo 17 años. Con voz quebrada por la emoción lo relata: "Lo hice en una noche, digamos, de alcoholismo; y con una persona que yo nunca quise. No niego que busqué el abortar. Yo venía de una familia donde eso era normal".

 

Sin embargo, al no encontrar quien le financiara el aborto, se fue afirmando en ella la decisión de proteger la vida de su bebé y ser madre. Su padre entonces le obligó a casarse y para Patricia inició una nueva etapa de violencia intrafamiliar. "Duré tres meses viviendo con él y me fui porque ya era mucho maltrato o sea más de que todo lo que habíamos vivido en la niñez y regresé donde mi mami".

 

Lejos de tomar conciencia y esforzarse por una mejor vida Patricia continuó en los vicios, descuidando a su pequeño hijo por salir de fiesta. Pasaron los años, el hijo alcanzó la adolescencia y comenzó a perder rumbo igual que lo habían hecho sus progenitores y otros familiares antes de ellos. La juventud del joven quedó marcada -cuenta Patricia- por la muerte imprevista, accidental, de su padre. "Comenzó a transitar una depresión muy grande que lo llevó casi al suicidio, se volvió emo, cayó en sectas satánicas, jugaba la tabla Ouija. Yo sufría mucho y salía a beber, como de costumbre", recuerda.

 

Su primera misa de sanación

 

 

Hastiada de sí misma, soñando con encontrar salida a su forma de vivir, Patricia comenzó a desear algo mejor, aún no definible, sin ninguna capacidad de tomar decisiones acertadas. Pero Dios no se cansa de ofrecer a sus hijos las ayudas que necesitan y, entonces, una hermana menor le habló de cuánto le estaba ayudando a ella el acudir a "misas de sanación". Para Patricia eso sonaba a chino, no entendía, pero confió. Era el momento propicio pues había comenzado a somatizar en su cuerpo todo el mal que por años se había permitido. "Comenzaba a enfermarme, mi hijo seguía con su depresión, lo del suicidio y todo eso, cuando mi hermana me invitó que la acompañara a una misa de sanación. Mi mami también me alentó -«Pati vaya», dijo- y me convenció".

 

Los días y horas previos a esa misa estaba agobiada por las dudas, los temores, la vergüenza. El enemigo le apretaba la conciencia, seduciéndola con mandar todo al carajo y largarse a beber como nunca lo hubiera hecho, pero Patricia resistió. "Finalmente fui y me enfermé, vomité, comencé a tener algunos procesos de lo que había hecho, de todo lo que hice. Vi las personas que me hicieron mucho daño, brujerías…".

 

Fue une experiencia que la oxigenó, aunque para reconciliarse con Dios se necesitaría más que solo ese primer encuentro con Jesús Eucaristía y el poder sanador del Espíritu Santo invocado por las oraciones de liberación. En los días siguientes Patricia volvió a sus vicios. Aunque ahora tenía la certeza de que en ella residía la decisión de alcanzar perdón, liberación y sanación.

 

La misericordia de Dios

 

Patricia Pantano Poloche

 

Con el anhelo de encontrar ayuda para las dolencias emocionales y del alma de su hijo, comenzó a ir a misa, y durante un año lo hizo a diario. Lloraba, sumergida en la banca, queriendo pasar desapercibida, respetando el no comulgar … "porque aún estaba en pecado", recuerda.

 

Lo que tras ese año sucedió -aunque ella no era consciente- sin lugar a duda le fue inspirado por el Espíritu Santo, pues Patricia logró que toda su familia, incluidos padres y cuñado comenzaran a ir juntos a misa donde el padre Gerardo Díaz Niño. Un día, el padre oró por cada uno de ellos… "Cuando el me impuso las manos entré en liberación y mi hermana también". Comenzaba así un proceso en el cual con avances y retrocesos Patricia iría poco a poco restaurando la paz en su alma y viendo frutos de bienestar en su vida cotidiana. Pero aún no había tomado la decisión más importante: Confesarse.

 

Con vestiduras nuevas ante Dios

 

 

El sacerdote no era ignorante de la resistencia espiritual de Patricia y la conminó a cambiar de vida, en particular dejar las fiestas, el alcohol y vivir en castidad. "Yo no sabía que era estar en gracia de Dios, el padre me explicó que tenía que hacer una buena confesión de vida, que tenía que comulgar porque tenía pecados muy fuertes y si yo estaba en gracia de Dios, todo iba a cambiar", dice Patricia.

 

Acompañada por el sacerdote comenzó una nueva vida y también su familia. La Confesión fue para ella el momento de auténtica liberación y sanación, al recibir la absolución que dispuso su alma a la gracia de Dios. Luego, dice al finalizar esta entrevista, "me preparé e hice la consagración a la Virgen, me hice misionera y mi esposo también se volvió misionero. Para la gloria de Dios un 25 de diciembre nos casamos, este año vamos a cumplir dos años de casados y pues con muchas tribulaciones porque digamos que el camino de Dios es muy hermoso, pero con pruebas que yo se las ofrezco con alegría. Él puede hacer de nosotros unas cosas maravillosas por más dificultad que tengamos, enfermedad o cualquier problema, Dios nos va a sacar de eso, totalmente porque para Él no hay nada imposible".

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