“¿Mi conversión? Comenzó durante una cena con el Partido Comunista en Rusia", cuenta Fabricio Pacifici como primera frase de su testimonio publicado esta semana en la revista italiana Credere.
Fabricio tiene 56 años y es el responsable de haber llevado a Italia a los "Niños de Chernobyl", involucrando a comienzos de los noventa a varias familias italianas que les acogieron durante las vacaciones de verano. “Aiutiamoli a vivere” ("Ayúdales a vivir"), se llama la organización que fundaron en Terni (Italia) con el fraile franciscano padre Vincenzo Bella el año 1992. En 25 años han logrado que 60.000 niños puedan alojarse durante un mes en Italia, para diversos fines y beneficios. Hoy, cuando padre Vincenzo, “el hermano de los niños”, ya ha partido a la Casa del Padre, Fabricio se ha decidido a contar cómo inició el camino de la fe junto a su amigo franciscano...
"En el 86, el año de la catástrofe de Chernobyl, yo era un niño de 25 años de edad -dice con humor Fabricio-, que estudiaba para convertirse en líder del Partido Comunista. Asistía a clases de Ciencias Políticas y era el secretario de la Federación Juvenil Comunista de la provincia de Terni". Los jóvenes más prometedores de la época, fueron entonces enviados por el PC a estudiar en Moscú. Entre ellos estaba Fabricio Pacifici. "Durante estos seminarios, dados en italiano, nos enseñaban cómo organizar el partido desde las células de estudiantes a la sede territorial; luego había formación en economía y también clases de oratoria".
Un secreto bajo el plato
En uno de estos cursos, le pidieron a Pacifici que ideara un evento para vincular a la Europa del Este con la del Oeste, aún divididas en bloques. "Pensé entonces en el deporte y junto con un grupo de asociaciones organicé una excursión en bicicleta que, iniciando en Terni, llegaba a la ciudad bielorrusa de Minsk".
Cuando la actividad se llevó a cabo un golpe de timón ocurriría en la vida de Fabricio, al conocer la verdadera situación que padecían los niños de Chernobyl. "Yo no andaba en bicicleta" dice… "Tomé el avión para esperar a los ciclistas en Minsk y, en la espera de su llegada, me reuní con miembros locales del partido". Transcurría el año '89, cuando los días eran blindados, planificados al detalle por las instituciones. A pesar de ello sucedió lo inesperado… "Por la noche al ir a cenar encontré una nota bajo el plato" dice Fabricio. "Era de un grupo de médicos locales, que me preguntaban si podría ir a la mañana siguiente al hospital pediátrico de la ciudad para hablar con ellos, lejos de ojos y oídos indiscretos. Sin pensarlo demasiado tomé la nota, de forma discreta, pues no podía delatar a los médicos".
La mañana siguiente Fabricio logró liberarse del programa oficial, aparentando que no se sentía bien. "Yo ni siquiera sé por qué lo hice", confiesa hoy… "Tal vez en ese momento prevaleció la curiosidad, tal vez sentí que había algo importante tras esa invitación de los médicos". El hecho es que esta decisión cambiaría su vida.
"En el hospital Número Nueve de Minsk encontré a los niños hospitalizados en pediatría con tumores cerebrales y de la tiroides debido a la radiación de Chernobyl. El kit de infusión intravenosa por goteo pasaba de un niño a otro sin ser cambiado, porque había escasez de material. Para realizar una inyección utilizaban una jeringa de vidrio esterilizada en una olla con agua hirviendo. Me dejó impactado”.
De vuelta a casa, Fabricio estaba atormentado por lo que había visto. Habló con sus compañeros de partido, pero no le creyeron. "Pensaron que estaba loco, porque la situación que les describía no coincidía con la imagen que tenían del sistema soviético. Me dijeron que probablemente era un incidente aislado que lo arreglarían pronto".
Desafiado a la solidaridad
Fabricio no paraba de pensar acerca de cómo podía ayudar a estos niños, hasta que un vecino, un católico, le sugirió que hablara con un fraile franciscano, el padre Vincenzo Bella. "Yo, un ateo, tomé coraje y fui a buscarlo."
Tras escuchar la historia de Fabricio, el padre Vincenzo le pidió que fuera a la iglesia el domingo siguiente, para que hablase a todos de los niños de Chernobyl después de la homilía. "Le dije que ni siquiera sabía lo que era una homilía. Pero él me dio paz y el domingo yo expuse mi solicitud de ayuda diciendo lo que había visto y pidiendo a todos su disposición para acoger a estos niños y que los pudiesen curar en Italia". Al salir de la misa, ya me esperaban 18 familias.
Superando una cadena de trámites burocráticos, el año 1991 llegaban a Terni el primer grupo de niños. Para ese momento el Partido Comunista ya había expulsado a Fabricio, quien se movía por sí solo gestionando financiamiento y creando una red de personas dispuestas a colaborar. Pero en realidad no estaba solo. Junto a él tenía un impensado compañero de aventura: padre Vincenzo. Juntos decidieron formar la Asociación “Aiutiamoli a vivere” y, después de un reportaje emitido por la cadena de televisión Rai hubo una explosión de compromiso. De toda Italia llamaban familias dispuestas a recibir y ayudar a los niños de Chernobyl.
El don de la fe
Fabricio tomaba su automóvil y recorría la península formando comités de familias y voluntarios. Pero llegó un momento en que decidió dar un respiro. "Padre Vincenzo organizaba unos cursos de ‘cristianismo’ en su convento”, cuenta emocionado Fabricio. “Un día me propuso participar y acepté. Yo, que crecí en una familia comunista, ¡me encerré por un mes en un convento! Cuando salí mi padre no quería hablar conmigo. Pero al darse cuenta de que no me habían hecho ningún lavado de cerebro -y tal vez inspirados por mi madre, una creyente que murió con su rosario en la mano- me aceptaron".
En 25 años, la propuesta de “Aiutiamoli a vivere” ha movilizado y unido a miles de familias en toda Italia. Hubo problemas, "a veces muy grandes", confiesa Fabricio, "que sin fe no sé cómo podría haberlos superado. ¡Pero la vida me ha dado tanto, incluyendo una esposa que amo como el primer día y dos hijas hermosas! Yo conocí a Dios en los niños de Chernobyl ¡Y mi relación con Dios es viva, en crecimiento, día tras día! "
Tras décadas, Chernobyl continúa radiando su carga letal sobre personas y la naturaleza.
Un secreto bajo el plato
En uno de estos cursos, le pidieron a Pacifici que ideara un evento para vincular a la Europa del Este con la del Oeste, aún divididas en bloques. "Pensé entonces en el deporte y junto con un grupo de asociaciones organicé una excursión en bicicleta que, iniciando en Terni, llegaba a la ciudad bielorrusa de Minsk".
Cuando la actividad se llevó a cabo un golpe de timón ocurriría en la vida de Fabricio, al conocer la verdadera situación que padecían los niños de Chernobyl. "Yo no andaba en bicicleta" dice… "Tomé el avión para esperar a los ciclistas en Minsk y, en la espera de su llegada, me reuní con miembros locales del partido". Transcurría el año '89, cuando los días eran blindados, planificados al detalle por las instituciones. A pesar de ello sucedió lo inesperado… "Por la noche al ir a cenar encontré una nota bajo el plato" dice Fabricio. "Era de un grupo de médicos locales, que me preguntaban si podría ir a la mañana siguiente al hospital pediátrico de la ciudad para hablar con ellos, lejos de ojos y oídos indiscretos. Sin pensarlo demasiado tomé la nota, de forma discreta, pues no podía delatar a los médicos".
"En el hospital Número Nueve de Minsk encontré a los niños hospitalizados en pediatría con tumores cerebrales y de la tiroides debido a la radiación de Chernobyl. El kit de infusión intravenosa por goteo pasaba de un niño a otro sin ser cambiado, porque había escasez de material. Para realizar una inyección utilizaban una jeringa de vidrio esterilizada en una olla con agua hirviendo. Me dejó impactado”.
De vuelta a casa, Fabricio estaba atormentado por lo que había visto. Habló con sus compañeros de partido, pero no le creyeron. "Pensaron que estaba loco, porque la situación que les describía no coincidía con la imagen que tenían del sistema soviético. Me dijeron que probablemente era un incidente aislado que lo arreglarían pronto".
Desafiado a la solidaridad
Fabricio no paraba de pensar acerca de cómo podía ayudar a estos niños, hasta que un vecino, un católico, le sugirió que hablara con un fraile franciscano, el padre Vincenzo Bella. "Yo, un ateo, tomé coraje y fui a buscarlo."
Superando una cadena de trámites burocráticos, el año 1991 llegaban a Terni el primer grupo de niños. Para ese momento el Partido Comunista ya había expulsado a Fabricio, quien se movía por sí solo gestionando financiamiento y creando una red de personas dispuestas a colaborar. Pero en realidad no estaba solo. Junto a él tenía un impensado compañero de aventura: padre Vincenzo. Juntos decidieron formar la Asociación “Aiutiamoli a vivere” y, después de un reportaje emitido por la cadena de televisión Rai hubo una explosión de compromiso. De toda Italia llamaban familias dispuestas a recibir y ayudar a los niños de Chernobyl.
El don de la fe
Fabricio tomaba su automóvil y recorría la península formando comités de familias y voluntarios. Pero llegó un momento en que decidió dar un respiro. "Padre Vincenzo organizaba unos cursos de ‘cristianismo’ en su convento”, cuenta emocionado Fabricio. “Un día me propuso participar y acepté. Yo, que crecí en una familia comunista, ¡me encerré por un mes en un convento! Cuando salí mi padre no quería hablar conmigo. Pero al darse cuenta de que no me habían hecho ningún lavado de cerebro -y tal vez inspirados por mi madre, una creyente que murió con su rosario en la mano- me aceptaron".
En 25 años, la propuesta de “Aiutiamoli a vivere” ha movilizado y unido a miles de familias en toda Italia. Hubo problemas, "a veces muy grandes", confiesa Fabricio, "que sin fe no sé cómo podría haberlos superado. ¡Pero la vida me ha dado tanto, incluyendo una esposa que amo como el primer día y dos hijas hermosas! Yo conocí a Dios en los niños de Chernobyl ¡Y mi relación con Dios es viva, en crecimiento, día tras día! "
Tras décadas, Chernobyl continúa radiando su carga letal sobre personas y la naturaleza.