Josefina López (59) vive en Guadalajara, a pasos del centro cívico, donde tiene instalado su negocio de mochilas. Lo administra junto a sus hijos y se turna con ellos para mantenerlo abierto durante toda la semana. Se declara una mujer de fe, cercana a Cristo. Va a misa todos los días y asiste a la Adoración Eucarística en una de las capillas de la Parroquia del Sagrario Metropolitano. “Es un templo gigante, pero es capilla”, dice con humor.
 
Es madre de Rubén García, conocido líder de la organización Courage Latino que ha testimoniado en decenas de videos y medios de comunicación su historia de persona viviendo con VIH, de prostituto, gay y evolución a un hoy en que confiesa ser un célibe feliz, acogiendo la propuesta de la Iglesia para las personas homosexuales (conoce su historia en video pulsando aquí).
 
Pero tras la transformación de Rubén García hay una diáfana, breve, pero vital historia de amor materno que nuestro periódico presenta hoy en exclusiva.
 
Adoración + amor de madre +  súplica con fe… atrae la misericordia
 
A inicios de los años ‘80 Josefina quedó viuda y no teniendo cómo sustentar su familia, siguió los pasos que miles de sus compatriotas antes y después de ella han vivido, buscando una mejor oportunidad de trabajo y salario en Estados Unidos. Su pequeño hijo Rubén tuvo que permanecer al cuidado de su prima y su esposo, en la ciudad de Jalisco. Era imposible y arriesgado llevarlo… “Me hablaron de emergencia, así ocurre, y me fui a trabajar. Pero finalmente llegué a destino donde una prima en Los Ángeles, California. Trabajé en una fábrica de flores y luego, en un segundo trabajo, le ayudaba a otra amiga realizando aseos en casas”.
 
Mientras su madre permanecía lejos Rubén entraba de lleno en la adolescencia y al cumplir 14 años enfrentó su homosexualidad, abandonó la casa de sus tíos y se mudó a Guadalajara. Allí vivió sin límites su recién asumida homosexualidad. La cadena de acontecimientos se detuvo bruscamente años después cuando le detectaron el Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH).
 
Al recordar esta etapa,  Josefina confiesa que al saber la verdad de su hijo aunque el dolor, la confusión y los miedos, la dejaban destrozada, como si no hubiera solución, se aferró con toda el alma a su fe.
 
“Fueron varios meses allá en Los Ángeles de ir a la capilla. Siempre pidiendo a Dios que me pusiera los medios para poder asistir cada día a la Eucaristía. Allí me allegaba al Santísimo y no paraba de llorar a los pies del sagrario. Y el sacerdote me abrió las puertas y me dijo «a la hora que usted quiera venir, la capilla del sagrario estará abierta para usted». Y yo iba y le lloraba en el sagrario a Dios, Nuestro Señor. Sufrí muchísimo. Todo se lo ofrecía a diario al Señor, por medio de la Eucaristía. Visitar a Dios, nuestro Señor, visitar al Santísimo y todo eso, la oración, el Santo Rosario y pues todo, para que nuestro Señor lo convirtiera. Para Dios todo era posible, ¡y mire lo que hizo, Rubén se convirtió!”
Hoy que junto a Rubén y sus otros hijos comparten el hogar y el trabajo en México, está feliz de verlo fiel a sus convicciones, juntos, fortalecidos en la oración.
 
“Rubén –precisa- va casi a diario a la Eucaristía en La Merced. En el mero centro, como a una cuadra de la Catedral. Porque allí, todo el día está expuesto el Santísimo y hay misas cada hora, desde las 7 de la mañana hasta las 8 de la noche. Y yo voy a la Adoración Nocturna.”
 
Josefina casi atropellando sus palabras por la alegre emoción nos dice que “la oración es lo que cuenta”. Siempre poner en manos de Dios todo, agrega. “Dios sabe cuándo y a qué hora se van a transformar las personas –continúa-, no cuando uno quiera. No hay que desanimarse. Con la ayuda de Dios, algún día pasará. San Agustín, apenas era un niño y ya era un gran pecador; y pues, ya ve que es uno de los mejores santos y su mamá, Santa Mónica cuántos años oró para que se convirtiera su hijo. Entonces la oración de una madre, tarde o temprano obra en su hijo. Nomás Dios sabe cuándo y a qué hora.”

 
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