Eminencia ¿qué es la magia?
Es el uso de fuerzas aparentemente misteriosas que sirven para obtener un dominio sobre la realidad física y también psicológica. Es decir, el intento de instrumentalizar las potencias sobrenaturales para el propio disfrute. A través de la magia se sale de la esfera de la racionalidad y del uso de fuerzas físicas aprehendidas gracias a la ciencia. Se va buscando –y a veces se encuentra- una manera de apropiarse de la realidad con la ayuda de fuerzas desconocidas. Puede que en muchos casos sea todo una trampa, pero también puede ocurrir que por medio de elementos que se alejan de la racionalidad se pueda acceder a un cierto dominio de la realidad.
(…)

San Pablo, en Chipre, define públicamente al mago Elimas como “hijo del diablo”. ¿Podríamos afirmar con certeza que detrás de (en) la magia y el mundo del ocultismo está siempre presente el demonio?
Sí. Yo diría que sin el demonio, que provoca esas perversiones de la creación, no podría existir todo este mundo del ocultismo y de la magia. El problema surge cuando entra en juego un elemento que va más allá de las realidades de la razón y las realidades reconocibles gracias a la ciencia unidas a una razón sincera. Se ofrece una entidad aparentemente divina que nos inspira sobrenaturalidad. En cambio, no son nada más que una parodia del divino. Poderes, pero poderes en decadencia, simples ironías contra Dios.

¿Es ésta la raíz de la firme condena hecha por la Iglesia con respecto a la magia y el ocultismo?
Sí. Todo empieza con el Antiguo Testamento: pensemos en el conflicto entre Samuel y Saúl. En éste encontraremos un ejemplo de Dios revelado, un Dios de esta Tierra, por tanto, pagano, ya que pervierte la relación entre Dios y el hombre. Esta condena continúa en toda la historia de la Revelación y recibe su último toque de claridad en el Nuevo Testamento. Claramente no es un positivismo que quiere excluir alguna de las riquezas o experiencias del ser, sino la verdad de Dios que se opone a la mentira fundamental. El nombre del diablo en las Sagradas Escrituras, «padre de las mentiras», llega a comprenderse de un modo nuevo si hemos de considerar todos estos fenómenos, ya que aquí encontramos realmente la mentira en su más alto estado de pureza.

¿Y de qué forma?
El hombre se hace dominador del mundo disfrutando aquello que se nos presenta bajo forma de Dios, y entonces usa su poder para dominar el mundo en sí mismo, cayendo así en una mentira radical. Estas mentiras aparecen en un primer momento como un ensanchamiento del poder, de las experiencias, como algo encantador: el yo se convierte en Dios. Pero al final, la mentira sigue siendo una realidad que destruye. Vivir en la falsedad quiere decir vivir en contra de la realidad y, de este modo, vivir en la autodestrucción. Podemos ver dos aspectos de esta prohibición.
Por una parte, simplemente tenemos que excluir las prácticas ocultas y mágicas porque pervierten la realidad, son mentiras en el sentido más profundo de la palabra. El segundo aspecto –el aspecto moral, que sigue al ontológico- es que, contrarias a la verdad, son destructivas, y destruyen al ser humano comenzando por su núcleo.

Entonces, ¿cuáles son los peligros para quien practica con la magia y lo oculto?
Empecemos hablando del aspecto fenomenológico. La trampa se tiende con promesas, a través de una experiencia de poder, de alegrías, de satisfacción. Pero después el hombre va entregándose a una red demoníaca que poco a poco le somete, llega a ser más fuerte que él. El hombre deja de ser el dueño de casa.
Si una persona entra a formar parte de una secta o de un grupo mágico se convertirá en un esclavo no sólo del grupo, que de por sí ya sería grave por lo que comporta de alienación total la pertenencia a estas sectas. Sino que será esclavo de la realidad que se encuentra detrás del grupo, esto es, una realidad realmente diabólica. Y de esta manera el hombre se dirigirá hacia una autodestrucción siempre más profunda, peor que la de las drogas.

¿Desde dónde proviene tanta sed hacia lo oculto?
Me parece una mezcla entre una tendencia hacia lo divino y la desorientación, que cierran al hombre en sí mismo.
 

Ninguno de los ocultistas declara abiertamente que opera con el concurso del demonio. Todo lo contrario, casi todos afirman que son creyentes y que hacen el bien. Utilizan imágenes sagradas, crucifijos…
Sí. La mentira más profunda después se concreta en una mentira más evidente. El mago, en su orientación personal, ha llegado a la mentira. Después, le resulta natural usar todos sus artilugios para expresar y modelar las mentiras. Naturalmente, el sincretismo es uno de los elementos fundamentales del mundo mágico y ocultistas, que se sirve de las religiones y, sobre todo, de los elementos cristianos, pervirtiéndolos con el único interés de atraer a la gente y ser creíbles, haciéndose también con la fuerza escondida de la realidad cristiana. Lo vemos en los Hechos de los Apóstoles con Simón el Mago, que quiere comprar la fuerza de los apóstoles. «Cuando vio Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, diciendo: Dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo impusiere las manos reciba el Espíritu Santo. Entonces Pedro le dijo: Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero. No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, y quizá te sea perdonado el pensamiento de tu corazón porque en hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás» (Hechos de los Apóstoles 8,18-23).

Se afirma que existen formas de magia y adivinación que son inocuas y «ligeras», como la lectura de la mano, las cartas y el horóscopo. Y en el Nuevo Catecismo, que las ha condenado, se ironiza sobre ellas. ¿Existe una escala de gravedad o son todas de la misma cepa, y por eso, todas graves?
A lo mejor puede existir una utilización más ligera, pero, de todas maneras, será inaceptable, ya que abre las puertas hacia lo oculto. Si uno empieza a moverse en esta dirección, corre el riesgo de caer en una trampa todavía más profunda. Pero el hecho de que uno pueda deslizarse con cierta facilidad, y a veces sin poder evitarlo, no tiene por qué llevarnos hacia un rigorismo. Un rigorismo que ya no distingue entre una conducta que es señal de una cierta ligereza de vida y la manera de actuar de aquellos que han entrado de pleno en estas situaciones. Sin duda, existe una cierta distinción, pero hay que tener presente que un escalón lleva fácilmente a otro, ya que el terreno es resbaladizo.

¿Qué es lo que diría a aquellos que frecuentan a la vez Iglesia y ocultismo, pues creen que una cosa no excluye a la otra?
Les diría que tienen que empezar a entender mejor la fe e introducirse profundamente en el camino cristiano para comprender que son dos cosas totalmente diferentes. Si escucho la Palabra del Señor con mi mano en su mano, me dejo guiar por el amor de Cristo, me inserto en la gran comunión de la Iglesia, siguiendo con Ésta el camino de Cristo. Es bien diferente si yo empiezo a entrar en la grave realidad del ocultismo. Las dos posturas son extremadamente distintas desde el inicio. Entender esta distinción es una decisión fundamental del hombre, y el paso inicial hacia el camino de la fe.
Pensemos en el ritual del Bautismo, donde tenemos por una parte el «si» hacia el Señor y a su ley, y por la otra el «no» hacia satanás. En tiempos pasados había que mirar hacia Oriente para decir que «sí» al Señor y hacia Occidente para decir que «no» a las seducciones del diablo. Con estos rituales, la Iglesia se defendía de las prácticas ocultas, como también lo hace ahora y nos hace entender el carácter inconciliable de las dos posturas. Yo digo que «sí» al camino del Señor y esto implica mi «no» hacia las prácticas mágicas. Debemos renovar de una manera más concreta y realista esta dúplice decisión. Decir que «sí» a Cristo implica que no puedo «servir a la vez dos dueños»; además, como dice el Señor, si digo que «si» al Señor, en el mismo momento no puedo decir que «si» a uno de estos poderes escondidos, debo decir: «no, no acepto la seducción del diablo». Y, a lo mejor, con ocasión de renovar los votos del Bautismo antes de Pascua, se debería explicar que lo que pronunciamos no es un antiguo ritual, sino una importante elección para nuestra vida de hoy, un acto concreto y realista.

¿Existe un punto de no-regreso para quien haya entregado su vida a la magia?
Es difícil de responder. Si un individuo ha entrado en lo que el Señor llama «pecado contra el Espíritu Santo», como aversión a Dios y maldición del Espíritu de Dios, pervirtiendo su espíritu, abriéndolo a la acción del demonio, aquí puede que se realice lo que el Señor indica como punto de no-regreso. Pero por nuestra parte no podemos dar un juicio sobre lo ocurrido. Nosotros debemos decir siempre: existe la esperanza de la conversión.
Naturalmente, si uno ha entrado en este mundo, es necesaria una conversión radical. Y es una conversión que se hace siempre más difícil, realizable sólo a través de la fuerte ayuda del Espíritu Santo implorado por la comunidad de la Iglesia que quiere ayudar a estas personas para que regresen hacia Dios. Por tanto, debemos mantener siempre la esperanza, y hacer lo posible para implorar el perdón de Dios. Iluminar a aquellas personas y acompañarlas hacia una conversión profunda. Es imprescindible el ritual de la expulsión del demonio. Un ritual cuya importancia no entendían del todo los cristianos, pero que ahora recibe un nuevo sentido  y un significado más concreto. Se trata de liberar a las personas del demonio, pues éste, debido al contacto de algunos con la magia y el ocultismo, se ha apoderado realmente de ellos.

Entonces, ¿son necesarios los exorcismos?
Ciertamente.
 

(La segunda parte y final de esta entrevista, podrá leerla  en la edición del próximo viernes 9 de octubre)
 

Fuente: 30Giorni, número 9, marzo de 1999 (gentileza padre Mauro Matthei, Monasterio Benedictino de la Santísima Trinidad de Las Condes. Chile)

 
 
 
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