Las Flores de Bach, una pseudoterapia también conocida como “remedios florales de Bach” o “esencias vibracionales”, surgieron en el siglo XX como una evolución peculiar de la homeopatía y, en este sentido, han permanecido en el imaginario colectivo como una de las muchas “medicinas alternativas” o “medicinas complementarias”, tan de moda en la actualidad. Hasta es posible encontrar médicos que recomiendan Flores de Bach y farmacias que las dispensan.

 

 

¿En qué consiste esta supuesta técnica de sanación? Sus partidarios aseguran que las enfermedades obedecen, en última instancia, a estados mentales o emocionales negativos, y es posible acabar con dichos estados gracias a unos remedios extraídos de las flores –y, según las versiones, también de otros elementos naturales–. Para obtenerlos, las flores se exponen durante un tiempo a la luz solar, obteniendo así la llamada “tintura madre”, que después se diluye en brandy, produciendo la sustancia que se ingiere finalmente para la curación. La apariencia es, pues, de una forma de naturopatía.

 

Sin embargo, una mirada atenta enseguida descubre que, como es habitual en las pseudoterapias, la cuestión va más allá de lo médico y curativo. Nos encontramos ante una propuesta más de la Nueva Era (New Age), que entiende la sanación en un sentido integral –“holístico”, como suelen insistir– que incluiría lo emocional y lo espiritual como partes fundamentales de una curación que termina siendo una verdadera conversión a una nueva cosmovisión.

 

“Hierofagia”: comerse lo sagrado

 

 

No hablamos de simples conclusiones a las que puede llegar cualquier observador atento. Una reciente investigación de Misha Hoo, académica de la Universidad de Tasmania, lo confirma. Con el título “¿Hierofagia New Age? Transformación espiritual a través del consumo de Flores de Bach y otras esencias vibracionales”, su artículo, publicado en la prestigiosa revista internacional de estudios del esoterismo Correspondences, revela hasta dónde llega el propósito espiritual de las Flores de Bach.

 

Hoo, doctora en Filosofía, emplea el término técnico “hierofagia”, que viene del griego y significa, literalmente, “comerse lo sagrado”. Es la mejor palabra que encuentra para referirse a una práctica que sirve, según los adeptos de la Nueva Era, para “aprovechar los poderes metafísicos de los lugares sagrados y de las entidades de otro mundo”, puesto que las Flores de Bach tendrían su origen “en una fuente divina o semidivina, y están diseñadas para facilitar la transformación espiritual a través del consumo al tiempo que otorgan un conocimiento sagrado”. Las esencias utilizadas son creadas a través de prácticas rituales, peregrinaciones y comunicación con espíritus.

Como puede verse, no es terminología médica ni científica, sino de tipo espiritual y esotérico. Eso es lo que ha descubierto Misha Hoo tras un análisis exhaustivo de la historia y las fuentes de la “sanación” con esencias florales que inventó en la década de los 30 del siglo XX el doctor Edward Bach (1886-1936). Supuso un avance importante con respecto a la homeopatía, creada tiempo atrás por Samuel Hahnemann (1755-1843), influido por sus creencias deístas –y por el pensamiento masónico– en su concepción de la enfermedad como una perturbación de la armonía de la fuerza vital de los individuos.

 

El eclecticismo típico de la Nueva Era

 

 

La estudiosa constata que el concepto de “sanación” de la New Age “es casi inseparable del crecimiento espiritual, en el que la enfermedad o los desafíos personales se entienden como experiencias de aprendizaje para impulsar el desarrollo espiritual individual”. Para ello, sus seguidores “recurren a una mezcla ecléctica de fuentes, a menudo reinterpretando tradiciones de otras culturas para adaptarlas a sus necesidades, o reelaborando modalidades existentes para diseñar su propia marca”. Misha Hoo habla del “bricolaje” como técnica propia de la Nueva Era para innovar.

 

En concreto, el sincretismo de la New Age “se basa en las prácticas esotéricas occidentales que sufrieron un proceso de secularización durante el siglo XIX”, la época en la que nacieron y se difundieron masivamente corrientes como la Teosofía y el espiritismo. Éste es el contexto en el que, según Hoo, hay que entender las Flores de Bach. No la medicina, la farmacología o la química, sino el estudio del esoterismo contemporáneo. Según el Dr. Bach, en palabras de esta académica, “los remedios florales de Bach fueron diseñados para curar condiciones como el miedo, la culpa y la soledad, que él consideraba las causas subyacentes de la mala salud”.

 

Las esencias florales o vibratorias pueden ser de varios tipos: unas, procedentes directamente de elementos de la naturaleza (flores y plantas, piedras preciosas, conchas marinas…); otras, las que absorben las energías de paisajes naturales y lugares sagrados; y hasta las hay que habrían sido “supuestamente creadas por agentes de otro mundo, como ángeles y maestros ascendidos”, tal como explica la académica de la Universidad de Tasmania.

 

Una clara doctrina esotérica

 

 

En su estudio, Misha Hoo observa cómo en las obras de Edward Bach –entre las que destaca el primer libro que escribió, titulado Cúrate a ti mismo– encontramos abundantes términos procedentes de la Teosofía, como “el Yo superior”, “la Gran Hermandad Blanca”, “el gran Sol central” … El inventor de esta pseudoterapia estaba convencido de que “las esencias florales elevan las vibraciones del consumidor, facilitando la unión entre las naturalezas mundana y espiritual”, siguiendo “la comprensión teosófica del desarrollo espiritual como el logro de estados de ser de ‘vibración superior’, que se perpetúa en el pensamiento contemporáneo de la Nueva Era”.

 

El análisis de la evolución posterior de las Flores de Bach confirma esa forma esotérica de entender la realidad en general y la salud y la enfermedad en particular. Con el tiempo se ha originado “una amplia gama de marcas con nombres específicos”. Hoo se refiere a algunas de estas marcas comerciales: la Flower Essence Society (creada por el doctor Richard Katz), las Esencias Florales Australianas de Bush (inventadas por Ian White), las Esencias Vibracionales, las White Light Essences, las Esencias Angélicas… En algunos casos el propósito va mucho más allá de lo dicho por Bach, ya que abarca el aura, el cuerpo etérico, los chakras, las experiencias de supuestas reencarnaciones previas, los ángeles y un largo etcétera. Todo cabe aquí, todo es posible en esta deriva irracional.

 

Algunas de las versiones más recientes de las esencias vibracionales incluyen una especie de impresión de las propiedades de un lugar concreto, de forma que “están diseñadas para aprovechar las cualidades simbólicas del paisaje, el poder mitológico de los lugares sagrados y los dones metafísicos de seres de otro mundo”. Así, quien consume estas esencias estaría beneficiándose de los bienes de dichos lugares sin salir de casa. Hasta se piensa que “los sentimientos humanos pueden efectuar cambios en la estructura del agua”, una idea que ha popularizado el japonés Masaru Emoto, cuyos libros se han vendido por millones, a pesar de no tener fundamento alguno.

 

La visión cristiana sobre el asunto

 

 

El trabajo de investigación de Misha Hoo analiza con todo detalle el discurso y la publicidad del mundo de las esencias florales para concluir con lo ya dicho. Es muy interesante su estudio, que se basa objetivamente en las fuentes disponibles, sin ninguna perspectiva religiosa confesional, y que demuestra la realidad esotérica de unas prácticas que pretenden presentarse como asépticas espiritualmente. No, no son inocuas en este campo. Y por eso los cristianos deben tener un cuidado especial, si no quieren verse arrastrados a una transformación vital que los sitúe en una nueva cosmovisión… en una nueva religión.

 

Así, algunos autores cristianos llevan tiempo advirtiendo sobre las Flores de Bach y otras pseudoterapias similares, aunque sus conclusiones no lleguen al gran público creyente. En su libro New Age: el desafío, el sacerdote Gonzalo Len explica en qué consiste esta supuesta curación con esencias florales, a la que considera “una de las múltiples manifestaciones newagers”, y escribe que “no son pocos los fieles cristianos que se dejan llevar por aproximaciones propias de la New Age, incompatibles con nuestra fe, sin ser del todo conscientes de que se está negando la fe en el Señor Jesús”.

 

También algunos pastores de la Iglesia se han pronunciado en concreto sobre las Flores de Bach. En 2016, el obispo de Posadas (Misiones, Argentina), monseñor Juan Rubén Martínez, advirtió seriamente sobre “una invasión de propuestas religiosas que toman aspectos de la fe cristiana y los mezclan con esoterismo, ocultismo, magia, pseudo-psicología, curandería o ‘ciencias alternativas’ y sin problemas siguen denominándose cristianas o católicas”.

 

En una columna donde menciona a las Flores de Bach como una de las armas más extendidas de la New Age, abordó los desafíos que la Nueva Era supone para la Iglesia. “Todo esto provoca en el Pueblo de Dios confusión e interrogantes por poner todo en un paquete: la fe católica, los seres y astros extraterrestres, las flores de Bach, la reencarnación, la invocación a entidades misteriosas, la adoración a la diosa Gaia. Últimamente celebraciones ligadas a la brujería”. Porque, en realidad, una práctica concreta, por insignificante que pueda parecer, siempre será la puerta abierta a otras áreas esotéricas. Llegamos al reino de la magia y la superstición, espacios oscuros donde, más allá del fraude, sólo cabe la acción demoníaca.

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