Desde su aparición a mediados del siglo XIX, el espiritismo contemporáneo no sólo se difundió con gran rapidez por todos los países occidentales gracias a la imprenta –ya que fueron muchos los libros y revistas periódicas que se publicaron y tradujeron a varios idiomas–, sino también por la adhesión de figuras del mundo de la política y la cultura a la nueva doctrina esotérica. No es casualidad que uno de sus mayores divulgadores fuera el célebre escritor Arthur Conan Doyle (1859-1930), padre literario de Sherlock Holmes… y presidente honorario de la Federación Espiritista Internacional.

Doyle, que llegó a escribir una Historia del espiritismo (publicada en 1927 en la editorial que él mismo fundó para propagar su “nueva religión”), protagonizó una importante polémica con el famoso ilusionista y escapista Harry Houdini (1874-1926), con quien le había unido una gran amistad. Houdini atacaba duramente las ideas espiritistas del escritor británico. Sin embargo, hay otra figura destacada que ha pasado desapercibida, y que también escribió una fuerte crítica del espiritismo en su tiempo, aludiendo a la figura de Conan Doyle: su compatriota H.G. Wells.

Una postura crítica desde el campo de la razón



Herbert George Wells (1866-1946), más conocido como H.G. Wells, fue un escritor británico cuyas novelas de ciencia-ficción –como El hombre invisible o La guerra de los mundos– le hicieron alcanzar muy pronto la fama. Con estudios de ciencias naturales, destacó también por escribir sobre temas sociales, desde la perspectiva de su ideología socialista, y defender todo lo que tuviera que ver con el progreso humano. Por eso alertó sobre el peligro de que las máquinas acabaran dominando al hombre, y fue un pacifista convencido.

Seguramente esa sería la razón por la que, en 1927, en unos momentos de efervescencia del espiritismo en la “alta sociedad” –y precisamente el año en el que Conan Doyle publicó su obra capital sobre esta doctrina–, Wells escribiera un artículo crítico con los postulados espiritistas. Sin entrar en cuestiones espirituales ni sobrenaturales, desde su condición de no creyente –se consideraba ateo–, presentó con lucidez algunos de los principales problemas que plantea el “contacto con los muertos” desde el punto de vista meramente racional. De ahí su interés.

Aunque el libro donde se recogió dicho artículo –The Way the World is Going (1928)– fue traducido al castellano –con el título de Cómo marcha el mundo–, se trata de un volumen difícil de encontrar, ya que no se reeditó. También fue posible leerlo en España poco después de su aparición en la prensa inglesa, porque el diario madrileño El Sol lo publicó el día de Navidad de 1927 como parte de la serie de artículos del autor que iban traduciendo. Hemos tenido acceso a este periódico de hace casi un siglo y mostramos aquí lo fundamental de sus planteamientos.

Del miedo a los espíritus… al contacto con ellos


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Wells comienza su escrito reconociendo que “hay personas, incluyendo muchas cuya inteligencia y méritos y otros sentidos merecen el mayor respeto, que creen, y se afanan en propagar su creencia, en un mundo de espíritus, en su mayoría seres humanos despojados de su parte material; en suma: lo que solemos llamar ‘fantasmas’ […]; mundo invisible e intangible, pero que es capaz de ejercer ligera pero manifiesta interferencia física y mental con nuestro mundo material y visible”.

A pesar de ser algo de moda en su tiempo, el escritor afirma que “esta creencia, o algo muy semejante a ella, ha sido mantenida por más o menos gentes casi en todos los tiempos”, y hace un repaso de diversas manifestaciones del animismo, la brujería y la magia negra a lo largo de la historia. Y si en otras épocas la actitud ante los espíritus fue el miedo, ahora “el principal afán de ciertas personas parece ser, por el contrario, procurar el trato con ellos, aun a costa de mucha fatiga, de mucha paciencia y de mucho aburrimiento”.

Entonces Wells se refiere a dos autores destacados en su tiempo: Oliver Joseph Lodge (un importante físico que se adelantó a Marconi en la transmisión de una señal de radio en 1894, pero que acabó cayendo en el espiritismo) y el ya citado Arthur Conan Doyle. “Ambos han dado, respecto a la real y positiva existencia del otro mundo, pruebas que creen convincentes”, escribe, añadiendo que el supuesto espíritu Pheneas, que se habría revelado al autor de Sherlock Holmes, le parece “un tonto fastidioso y un atolondrado anunciador de vagas promesas”, y no el ser virtuoso que aseguraba Conan Doyle.

Un mundo fabuloso, pero ni convincente ni atractivo



H.G. Wells asegura conocer la valía de ambos autores, pero eso no les exime de su dura crítica. Respecto al famoso novelista, “sé algo de lo que es escribir fábulas y narraciones, y reconozco que sir Conan Doyle es un maestro”. Sobre la otra figura señala: “en cuanto a la labor científica de sir Oliverio Lodge, no puedo hacer otra cosa sino admirarla. Pero en esta cuestión de los espíritus, ambos presentan las pruebas ante nosotros y nos invitan a juzgar de ellas por nosotros mismos”.

Y eso es lo que hace el autor: “encuentro a priori que sus espíritus y su mundo espiritista son cosas increíbles” y, una vez revisadas las supuestas pruebas, “me veo obligado a confesar que no las encuentro convincentes”. A continuación, Wells repasa los razonamientos principales de los autores espiritistas y los “testimonios útiles” que ha encontrado, ante los que se sitúa con un indudable sentido crítico, pero “dispuesto a proceder con toda sinceridad al estudio”. Sin embargo, afirma, “me he encontrado con que no han logrado presentarme fenómeno alguno que no haya podido escudriñar, repetir y examinar de modo que me satisficiese”.

Con respecto a los protagonistas de las sesiones de espiritismo, “se ha comprobado que la mayoría de los ‘médiums’ defraudan o engañan muchas veces” y, sin embargo, se le pide al participante en estas sesiones que acepte lo que el médium dice como si fuera verdadero. Además, “a veces, las revelaciones intelectuales y morales de los espíritus, revelaciones que no revelan nada y que, en el caso mejor, tocan frívolamente asuntos insignificantes de la vida íntima, se hallan intrincadamente mezcladas con extraños fenómenos materiales”, que se denominan “materializaciones”.

Después de analizar los “ectoplasmas” o materializaciones de espíritus por la acción del propio médium, y que Wells considera un fraude, subraya otro problema de las pruebas aportadas por los espiritistas: “estos fenómenos se repiten en todos los casos, con ligeras variaciones, de una manera vaga e indecisa, sin llegar nunca a dar una demostración concluyente”. Y añade: “hay cambios en el modo de obtener y manifestarse los fenómenos; pero no progreso en conseguir fenómenos nuevos”. Porque una cosa es clara: “se han anunciado profecías asombrosas. ¿Dónde están?”.

Una crítica de sus efectos en el ser humano


Desde su increencia, H.G. Wells hace un interesante análisis de las consecuencias antropológicas de la doctrina espiritista: “a mi juicio, la orientación más funesta para el pensamiento respecto a toda esta cuestión está en el cambio de ideas acerca de la individualidad que de un modo lento y constante se está efectuando en la gente moderna”.

Así es: “bajo todas estas nigromancias de que venimos hablando existe la suposición de una completa e inmutable integridad del ser humano eterno, independiente del resto del Universo”. Unas palabras en las que encontramos una crítica de fondo a lo que sería popular décadas después de ser escritas: la Nueva Era (New Age), a la que también ha aportado elementos fundamentales el espiritismo.

H.G. Wells, desde una visión de la historia y del ser humano sin Dios, pero con una importante impronta de la antropología construida por la fe cristiana, termina su artículo diciendo que, frente a los seres fantasiosos –como el Pheneas divulgado por Conan Doyle–, nosotros “vivimos y pasaremos reflejando por un momento y en la medida de nuestra capacidad la luz y las maravillas de lo Eterno. ¿Y no es esto bastante?”.
 
La postura crítica con el espiritismo de H.G. Wells, argumentada desde su escepticismo lógico, es parcialmente aceptable para un cristiano, pues la reflexión de la fe enseña que es necesario reconocer que sí existen hechos reales -espirituales- en las sesiones espiritistas. Pero no acontecidos por las razones que dan los médiums, sino por la acción engañadora del demonio, quien busca que el ser humano se aparte de Dios y, con ello, provocar su perdición eterna. Como hemos explicado en Portaluz, el espiritismo constituye un pecado grave contra el primer mandamiento del decálogo y puede facilitar la acción extraordinaria del diablo.

 
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