En estos días el mundo asiste horrorizado a la búsqueda de adeptos de la secta Ministerios Internacionales Buenas Noticias en Kenia. A fecha del 28 de abril, en el bosque de Shakahola, con más de 300 hectáreas de superficie, las autoridades ya han encontrado 110 muertos y, aunque también hay supervivientes, se teme que las víctimas mortales puedan ser muchas más.

 

De hecho, el líder de la secta, Paul Mackenzie Nthenge, detenido desde mediados de abril, le ha dicho a la policía que hasta mil personas habrían seguido su llamada a un ayuno hasta la muerte, con el propósito de “encontrarse con Jesús”. Sus adeptos creían que él era destinatario de revelaciones directas de Dios, y el Señor le habría dicho que llegaba el tiempo del fin.

 

La secta de Mackenzie, fundada en 2003 y con unos 3.000 adeptos, no es más que un pequeño grupo de los muchos que en Kenia se dicen cristianos, pertenecientes a la corriente branhamista iniciada por el predicador norteamericano William M. Branham, fallecido en 1965, y que rechazaba la doctrina de la Santísima Trinidad, insistiendo en la cercanía del fin de los tiempos, en las curaciones y en los milagros.

 

Las sectas en África, un problema real

 

 

Se calcula que un 11 % de la población de Kenia –país mayoritariamente cristiano, con un 85 % de personas que se reparten entre la Iglesia católica y las confesiones protestantes– pertenecería a sectas que, ufanándose de una supuesta impronta cristiana, rechazan verdades básicas de la fe revelada en la Biblia: testigos de Jehová, adventistas del séptimo día, mormones… y branhamistas, principalmente. Entre estos últimos se encuentra la secta que protagoniza ahora la tragedia en el país.

 

Pero no es una realidad exclusiva de Kenia, sino un problema acuciante para todo el continente africano. Después de siglos de mayoría islámica, desde hace unos años se ha constatado el crecimiento del cristianismo en el continente. Las estadísticas muestran, sobre todo, el ascenso del pentecostalismo. Y en este proceso de cambio sociorreligioso, las sectas también juegan un papel esencial. Un suceso como el de la secta keniana no debería sorprender a nadie.

 

Porque las sectas se nutren de las vulnerabilidades humanas, y por ello están presentes en todas las sociedades y culturas contemporáneas. Donde se hayan conseguido cotas más elevadas de bienestar, triunfan las que proponen un nuevo bienestar de tipo espiritual y un escape a las condiciones de estrés y sinsentido, en clave terapéutica New Age. Sin embargo, en los lugares donde reina la pobreza y la exclusión social, las que ofrecen –con engaño– la salvación inmediata, en clave religiosa, son las que arrastrarán a más adeptos.

 

La preocupación de los obispos africanos

 

 

Después de que en las décadas de los 70 y 80 del pasado siglo XX fueran los obispos latinoamericanos quienes alertaron el vertiginoso avance del fenómeno sectario en su continente, esta solicitud pastoral ha cambiado de continente a inicios del siglo XXI.

 

No se trata de una mera intuición al valorar superficialmente el Magisterio de los obispos del sur de uno y otro lado del océano Atlántico. La prueba podemos encontrarla al analizar todo lo que se habló en la XIII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, celebrada en Roma durante el mes de octubre de 2012. Había sido convocada por Benedicto XVI bajo el lema “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana”. Y se hizo especialmente significativa no sólo por la temática abordada, de gran actualidad para la Iglesia, sino porque sus frutos los ofreció a la humanidad el Papa posterior, Francisco, en su primer gran documento: la exhortación Evangelii gaudium, publicada en 2013.

 

La lectura atenta de lo que se fue diciendo día a día en el aula sinodal permite confirmar que, en la Iglesia contemporánea, son los obispos africanos los más conscientes de la gravedad del fenómeno de las sectas y quienes muestran una mayor preocupación, dentro de los otros muchos asuntos que deben atender en su tarea de regir las diócesis en el empeño de la evangelización. De las 11 referencias explícitas al fenómeno sectario en las intervenciones en el aula sinodal de aquel entonces, 10 fueron hechas por obispos africanos y la otra, por uno iberoamericano.

 

Atención a las “iglesias del despertar”

 

 

Monseñor Nicolas Djomo Lola, obispo de Tshumbe (en la República Democrática del Congo) hasta su jubilación en 2022 y presidente de la Conferencia Episcopal de su país, abordó la urgencia de una “evangelización en profundidad” del Congo. Explicaba que el contexto social era muy problemático por las guerras y la violencia, que “han desestructurado a las personas y la vida social tanto a nivel psicológico, como moral y espiritual”. Esto, dice, provoca una situación en la que “cristianos y no cristianos, frágiles, desorientados y angustiados se ponen a la búsqueda de soluciones fáciles. Las encuentran recurriendo, en nuestro perjuicio, tanto a la brujería como a las sectas e iglesias llamadas ‘del despertar’”.

 

El prelado continuó denunciando que esas “iglesias del despertar”, en referencia explícita a las que están en el ámbito del cristianismo evangélico (pentecostal y neopentecostal), “en su propuesta del Evangelio, privilegian la lucha contra los malos espíritus, a menudo identificados con los miembros cercanos de la familia, lo que destruye aún más las relaciones en el seno familiar”. Ante esta situación, el obispo congoleño sugería cuatro pistas pastorales: fortalecer las comunidades eclesiales de base, entender la evangelización como un proceso de educación continua, atender la pastoral juvenil y acompañar a los jóvenes.

 

La proliferación de las sectas, un tema recurrente

 

 

Monseñor José Nambi, que fue obispo de Kwito-Bié (Angola) hasta su muerte en 2022, comenzó su intervención en el aula sinodal afirmando que su país “en su experiencia de evangelización a lo largo de 500 años, con sus luces y sus sombras, vive ahora en un nuevo contexto de paz, de profundas transformaciones sociales que apuntan a un crecimiento económico que atrae a muchos países extranjeros y causa la proliferación de sectas”.

El mismo día, monseñor Nicodème A. Barrigah-Bénissan, entonces obispo de Atakpamé (Togo), subrayó la importancia de cuatro desafíos a los que se enfrentaba su Iglesia local. Junto al avance del islam y la formación de los fieles, subrayó “la proliferación de sectas”, y explicó que “la pobreza de nuestra población, el paro juvenil, la decepción política, la gran religiosidad de nuestro pueblo constituyen un terreno fértil en el cual brotan las sectas que encuentran fácilmente adeptos entre nuestros fieles”.

 

La sed por sentido de la vida

 

 

Monseñor Gabriel A.A. Mante, obispo de Jasikan (Ghana) hasta el día de hoy, indicó en la asamblea del Sínodo que el desafío más importante para su Iglesia local era intraeclesial, pero identificaba otros tres “factores externos que retan de igual modo su vida”. El primero de ellos era “el aumento constante de sectas”. Y lo explicó así: “la presencia y actividades de las sectas con su evangelio de prosperidad y promesas de éxito y riqueza inmediatos atraen con fuerza a la juventud. Esta atracción está causando una hemorragia de los miembros de la Iglesia”.

 

Acto seguido, ofreció la interpretación católica de este hecho ciertamente problemático: “este fenómeno, sin embargo, sugiere con fuerza que los jóvenes necesitan algo más que riqueza y éxito. Es más, su actitud y comportamiento indican que tienen hambre de la Palabra de Dios y sed de un significado en la vida, basado en una formación y una orientación católica sólida”.

 

Una vez más, las “iglesias del despertar”

 

 

El mismo día por la tarde, intervino en el aula sinodal monseñor Yves Marie Monot, obispo de Ouesso (República del Congo) hasta su retiro en 2021, y señaló que “actualmente nuestra sociedad está más inmersa en las religiosidades que en la secularización, aunque ésta ya está en acción”. En este sentido, explicó que “los dirigentes y los jóvenes adultos han sido afectados por el ateísmo marxista militante. Muchos de estos ‘miembros’ ancianos se han dirigido a las sectas: grupos esotéricos (los dirigentes) o Asambleas diversas llamadas Iglesias del despertar (los más jóvenes)”. Frente a esta situación, el prelado congoleño consideró que la primera misión de la Iglesia en su país es “trabajar en una evangelización profunda”.

 

Un preocupante caldo de cultivo

 

La Santa Sede también hizo públicos los resúmenes de las intervenciones por escrito de los padres sinodales, es decir, textos que no se pronunciaron pero que fueron entregados en un documento. En estas intervenciones encontramos dos alusiones al fenómeno sectario. La primera, de monseñor Joachim Kouraleyo Tarounga, obispo de Moundou (Chad) hasta la actualidad, comenzó con la constatación de que en su país, “decenios de guerras y la pobreza han terminado por crear entre la gente un sentimiento de impotencia y de inseguridad, verdadero terreno favorable al nacimiento y la proliferación de fenómenos como: la brujería, la adivinación, el alcoholismo y las sectas”, y propuso algunas pistas para evangelizar a las personas desamparadas sin perder la esperanza (la no discriminación, la serenidad y la confianza).

 

Situaciones por “curar”

 

La segunda intervención que abordó el tema fue la de monseñor Menghesteab Tesfamariam, obispo de Asmara (Eritrea), sede en la que continúa hoy. Citó a Benedicto XVI cuando en la apertura de la segunda Asamblea para África del Sínodo “nos ponía en guardia contra dos virus que nos están atacando abiertamente, con la intención de debilitar la fe cristiana en todo el continente africano, a saber: el secularismo y la proliferación de las sectas religiosas”.

 

Y añadió: “esto es muy cierto, porque cada uno de estos virus lleva al relativismo y al fundamentalismo, respectivamente”. Por tanto, continuó diciendo, “es importante que en nuestro programa de nueva evangelización identifiquemos sus raíces y curemos todo lo que se ha visto afectado dentro de nosotros: nuestras familias, parroquias y diócesis. Son enemigos declarados de nuestra fe y lo sabemos”.

 

Y de ahí su razonamiento pasó a la autocrítica y al cuestionamiento pastoral: “Pero ¿de dónde vienen? ¿Estamos seguros de que no brotan de nuestra mediocridad y nuestra vida incoherente como seguidores de Jesucristo? Muchos de quienes han quedado decepcionados por esta incoherente forma de vivir nuestra fe –nosotros que nos declaramos buenos cristianos– pueden haber elegido seguir el camino del relativismo-indiferentismo o del emocionalismo y del fundamentalismo. Si fuésemos un poco más coherentes y creíbles en nuestra vida cristiana, no sólo evitaríamos que las personas abandonasen la Iglesia visible, sino que además seríamos capaces de atraer a numerosos nuevos miembros”.

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