Feministas rechazan la ideología de género porque las presenta como "mentes separadas de sus cuerpos"
A lo largo del último siglo, el feminismo ha ido ganando terreno en las leyes introduciendo en ellas, una consideración específica hacia la mujer que no siempre promueven, dignifican, ni establecen efectivamente posibilidades concretas a los derechos humanos. Todas esas «conquistas» del feminismo -tanto las que suscitan un consenso general como las que generan debate- reposaban sobre la identidad corporal de la mujer como tal. Pero ¿en qué quedan si las referencias legales a la mujer incluyen en ese concepto a los hombres que se creen mujeres o quieren ser mujeres?
Fuera consciente de ello o no, el día que Vanita Gupta, jefa interina de la División de Derechos Civiles del Departamento de Justicia de Estados Unidos, declaró a principios de este mes que las mujeres transexuales son mujeres y que los hombres transexuales son hombres, estaba haciendo una afirmación metafísica.
Su reivindicación es que los hombres y las mujeres ya no son fundamentalmente personas humanas; son, más bien, mentes separadas de sus cuerpos humanos. Pero la ley no regula las mentes humanas, no puede. La ley regula a las personas humanas, que son, siempre y en todas partes, encarnadas. Y los cuerpos humanos son, siempre y en todas partes, sexuados.
Claramente, las víctimas más trágicas de este último experimento social son los niños y niñas, los hombres y mujeres vulnerables que se someten a "tratamientos" médicos en un intento de que el cuerpo que han recibido coincida con sus mentes trastornadas. Y la segunda víctima tal vez sea la propia ley. La ley, después de todo, consta de lenguaje. De hecho, es la adhesión al significado del lenguaje lo que hace que el gobierno de la ley sea posible. Aunque haya quien le ponga pegas al original estilo del juez Antonin Scalia, la visión que éste tenía de la justicia, según la cual la gente de nuestra república constitucional está regulada legítimamente no por intenciones legislativas o por pareceres judiciales, sino por el significado público del lenguaje de una ley en el momento de su promulgación, tiene fuerza precisamente por esta razón: porque somos personas reguladas por la ley y no por los hombres.
La burda apropiación llevada a cabo por el poder ejecutivo de la administración Obama con el fin de rehacer completamente el significado de términos legales básicos -que los estadounidenses comprendían porque, hasta mayo de 2016, tenían un significado determinado- no solo amenaza nuestra estructura de gobierno; amenaza también la regulación de la propia ley. Esta distorsión del lenguaje legal amenaza especialmente a las leyes que atañen a las mujeres.Expulsando el cuerpo humano de la ley
También está demoliendo el modo de trabajar de la ley y el porqué de su legitimidad. Los términos legales específicos que el Departamento de Justicia quiere cambiar -masculino y femenino, hombre y mujer- son la base de nuestro sistema legal. Son su base porque nuestros cuerpos sexuados son constitutivos de lo que somos como seres humanos. En el rocambolesco intento de "de-sexuar" los términos legales hombres y mujeres eliminamos también los cuerpos de la ley. Pero la ley sólo puede gobernar a personas encarnadas, porque éstas son el único tipo de personas que hay.
El filósofo británico Daniel Moody establece este punto en su reciente libro The Flesh Made Word [La carne hecha palabra]. Escribe:
"El sexo apunta a la totalidad de alguien. Si le quitáramos a John las manos, quedaría alguien; pero para quitarle a John el sexo necesitaríamos quitarle la totalidad de su cuerpo, lo que nos dejaría con nadie... El sexo no es ni una parte del cuerpo ni una propiedad del cuerpo. El sexo es el nombre que usamos para indicar esa cosa de la que está constituida el cuerpo. El sexo no es algo que hacemos. Es algo que somos”...Eliminar a la mujer
Cuando Judith Butler, la gurú intelectual del movimiento transgénero, declara, parafraseando a Nietzsche, que "no existe un hacedor antes que el hecho" -no existe una persona o un sujeto antes que su "afirmación preformativa"-, está insinuando que las mujeres como clase distinta deben ser eliminadas de la conciencia social y, por lo tanto, ipso facto, de la ley. (Los activistas transgénero se niegan ahora a referirse al aborto como a una "cuestión de la mujer" puesto que el hombre [mujer transgénero, n.n.], declaran, también puede quedarse embarazado.)
No importa lo que uno piense sobre los méritos de la política de índole feminista en su conjunto; negar que las mujeres son una clase legal distinta a la de los hombres es borrar el cuerpo femenino de la consideración social, legal y política. Esto es profundamente problemático por un conjunto de razones, incluidas pero no limitadas a: legislar sobre la violencia sexual (cuyos autores son hombres en su gran mayoría) y la posterior sanación; la investigación y el tratamiento de las necesidades nutricionales, médicas y farmacéuticas de las mujeres, claramente distintas a las de los hombres; promover las ventajas, ya demostradas, de los programas de educación sexual divididos por sexo y de los programas deportivos; la creación de soluciones auténticas para quienes quieran trabajos flexibles que les permitan dar prioridad a las obligaciones familiares, siendo la amplia mayoría mujeres.
Las feministas radicales han tomado nota y muchas de ellas han escrito y hablado claramente contra el movimiento que quiere codificar legalmente la agenda transgénero, siendo expulsadas de los departamentos de Estudio de Género transformados por la ideología de género de Foucault y Butler, debido a esta perspectiva inexcusablemente "esencialista".
Pero el feminismo sólo tiene sentido si nos tomamos en serio el cuerpo sexuado y la asimetría reproductiva inherente al mismo. Como escribe la teórica política y feminista radical británica Rebecca Reilly-Cooper:
Todos los que estamos en duro desacuerdo con las feministas radicales en una miríada de cuestiones, tenemos que estar de acuerdo en lo siguiente: no hay evidencia de que el determinismo biológico o el esencialismo expresen toda la realidad del cuerpo humano. Pero es sexista negarla o, peor aún, despreciarla.
(Para el artículo completo -que lleva el doble de extensión- pulse aquí el original publicado por Religión en Libertad)