Opinión

¿Prohibido prohibir? ¿En nombre de quién?

¿Prohibido prohibir? ¿En nombre de quién?

Hay un problema en eso que dices: el concepto de legitimidad, e incluso el concepto de bien y de mal, son muy relativos para bastante gente.

Efectivamente, y por esa razón, para profundizar en la noción de tolerancia es preciso analizar previamente el fenómeno del relativismo.

Michael Novak decía, entre bromas y veras, que en su país -Estados Unidos- hay dos frases que son sin duda las más repetidas por cualquier ciudadano: la primera es “yo hago lo que me da la gana”, y la segunda “eso debería estar prohibido”. En su aparente contradicción, tenemos un ejemplo claro de cómo todos aspiramos a la libertad, pero al tiempo reclamamos protección frente al empleo que otros hagan de la suya: vemos necesario que existan unos límites.

La pregunta es si pueden justificarse esas prohibiciones a la vez que se admite el principal postulado que siempre han repetido los relativistas: nadie tiene derecho a imponer a los demás su propio concepto de moral.

Este postulado relativista es una apasionada y loable invocación a la libertad individual, pero si se analiza con un poco de calma, es fácil descubrir que esconde serias contradicciones.

De entrada, el relativismo deja momentáneamente de ser relativo para imponernos a todos su postulado indiscutible (que nadie puede imponer nada a nadie).

El principal problema del relativismo surge cuando se habla de poner límites a la tolerancia. Ya hemos visto que parece inimaginable una sociedad en la que se permitiera todo, puesto que hay cosas que no pueden tolerarse.

Si analizamos por qué no toleramos algunas cosas, pronto descubrimos que la causa está en verdades y valores que consideramos innegociables.

Por ejemplo, no toleramos el robo para proteger la propiedad, necesaria para la subsistencia libre de las personas; o no toleramos el asesinato para proteger el derecho a la vida de todo hombre.

Hay que resaltar que, en ambos casos, estamos imponiendo a los delincuentes algo con lo que pueden no estar de acuerdo. Y a todos nos parece obvio que si el ladrón no cree en el derecho a la propiedad, o el asesino no cree en el derecho a la vida, o ambos consideran que tienen razones personales para robar o matar, no por ello sus acciones dejarán de ser reprobables, y castigadas en una sociedad en la que impere la justicia.

Si aceptáramos el relativismo, cada persona tendría derecho a su verdad y su criterio para definir lo bueno y lo malo, y entonces cualquier imposición de la ley (que muchas veces es manifestación de un sentido moral) sería una muestra de intolerancia (intolerancia que no puede tolerarse: atención al círculo vicioso).

Si cada uno tiene su verdad sobre lo que es la justicia, y nadie tiene derecho a imponer la suya a otros, ¿en nombre de qué verdad puede alguien impedir o perseguir el robo, la violación o el asesinato?

El relativismo siempre acaba en un círculo vicioso, porque sin una referencia a una verdad universal, que nos obligue a todos, ¿en nombre de qué autoridad se puede considerar que una acción es mala, e imponer a otros ese concepto de lo que es malo? ¿Cómo defender razonadamente que hay que actuar así, que deben ponerse esos límites a la tolerancia?

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