Lo probable y lo improbable
Aristóteles cita, en su Retórica, un dicho del dramaturgo Agatón: "Tal vez haya que decir que lo único probable es que a los mortales les sucedan muchas cosas improbables".
La frase encierra una paradoja que ayuda a comprender cómo la experiencia humana está llena de incertidumbre, precisamente porque suceden miles de eventos considerados improbables que cambian todos nuestros planes.
Era improbable que hoy hubiera lluvia, y llovió. Era improbable que el tráfico estuviera atorado, y se produjo un atasco inesperado. Era improbable una crisis de gobierno, y el presidente dimitió.
La vida, ciertamente, suele transcurrir durante semanas y meses en la extraña (e improbable...) normalidad: los trenes llegan y salen a tiempo, los coches se mueven por las calles, y hay naranjas y plátanos en el mercado.
Pero en ocasiones lo improbable, con toda su carga de sorpresas, hace su aparición, y nos obliga a cambiar planes, a ajustar espacios, a apretarse el cinturón, y a cancelar citas y viajes.
Aunque la vida está llena de incertidumbre y lo improbable se convierta en lo más probable, seguimos haciendo planes: mañana, ir al mercado; el viernes, cita con el médico; el domingo, visita a los abuelos.
Luego, la normalidad (que, sorprendentemente, es improbable) nos permitirá llevar a cabo los planes; o lo imprevisto (que empieza a convertirse en lo más probable) nos obligará a reajustar la agenda.
En el continuo sucederse de hechos, probables o improbables, transcurre nuestra vida. Aprendemos a encajar los golpes y a seguir adelante, desde el motor de nuestros amores.
Esos amores explican todo lo que hacemos, y nos permiten asumir la vida, con todos sus retos, desde el realismo que sabe que no tenemos aquí nada asegurado.
A pesar de las incertezas, sigue en pie la esperanza de que, al final, lo bueno y bello triunfará gracias a la existencia de un Dios que escribe recto con renglones torcidos e improbables...