por Cardenal Felipe Arizmendi Esquivel
21 Enero de 2022
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Hace años, viajando a Roma vía París, me tocó como compañero de asiento un empresario francés, que hablaba perfectamente castellano, y regresaba de una gira por varios países latinoamericanos. Me pidió: Diga a los mexicanos que no pierdan el gran valor que aún conservan, la familia. Me explicó que en Francia ya se había perdido el valor de la familia y estaban preocupados porque ¿quién iba a cubrir su jubilación? Al ya no haber niños, ni jóvenes, ni personas en edad productiva, tenían que permitir el ingreso de migrantes, cientos de ellos musulmanes, con otra cultura, y su país tendría que cambiar, o poner en peligro su supervivencia como nación. Su preocupación no era religiosa, sino cultural, económica, social y laboral. Esto mismo está pasando en otros países europeos. Eso explica que varios han implementado políticas en favor de la familia nativa, alentando que las parejas tengan más hijos, y para ello les apoyan con programas económicos, reducción de impuestos y rentas.
Una buena cantidad de personas mayores procedemos de familias más o menos numerosas. En casa, fuimos siete hermanos. Crecimos en un ambiente campesino, con las limitaciones propias de aquellos tiempos, pero nunca reprochamos a nuestros padres habernos traído a la vida; al contrario. Trabajaron muchísimo por nosotros y desgastaron su vida para que nada nos faltara. Les estamos muy reconocidos. Esto mismo pueden decir tantos de ustedes. ¿A quién de tus parientes quisieras que lo hubieran abortado? Aunque no faltan problemas familiares, siempre es mejor contar con una familia que carecer de ella. Durante esta pandemia COVID, ¡qué gran apoyo han sido los diferentes miembros de una numerosa familia, que se ayudan unos a otros, y cuánto han sufrido quienes proceden de una familia excesivamente pequeña! Lo mismo pasa en otras circunstancias, alegres o tristes. La base de todo es una familia bien integrada.
Hoy muchos jóvenes no quieren casarse, y si lo hacen, no quieren hijos. Estos les parecen molestos y como un estorbo para su vida y desarrollo personal. ¡Qué bueno que muchas mujeres se han liberado de una esclavitud del hogar, pero varias se han ido al extremo contrario! No faltan quienes deciden unirse a otra persona, e incluso casarse por ambas leyes, pero se resisten a procrear. Y cuando lo quieren hacer, su organismo ya no responde, por tanta cosa que han tomado para evitar la natalidad. La naturaleza no perdona.
Discernir
El Papa Francisco, en su reciente catequesis de los miércoles, remarcó: “La gente no quiere tener hijos, o solamente uno y nada más. Y muchas parejas no tienen hijos porque no quieren, o tienen solamente uno porque no quieren otros; pero tienen dos perros, dos gatos... Sí, perros y gatos ocupan el lugar de los hijos. Es la realidad. Y este hecho de renegar de la paternidad y la maternidad nos rebaja, nos quita humanidad. Y así la civilización se vuelve más vieja y sin humanidad, porque se pierde la riqueza de la paternidad y de la maternidad. Y sufre la Patria, que no tiene hijos. A un hombre y una mujer que voluntariamente no desarrollan el sentido de la paternidad y de la maternidad, les falta algo principal, importante” (5-I-2022).
Actuar
Apreciemos en todo lo que vale nuestra familia, más o menos extensa, o como sea. Animemos a los jóvenes a establecer un hogar bien cimentado, también con el sacramento, y que sean valientes y generosos para tener los hijos que prudentemente puedan educar. En ello se juegan su propio futuro, el del país y de la Iglesia.