En el sacramento de la Penitencia los sacerdotes oímos por supuesto los pecados de los penitentes, pero es también bastante frecuente que el penitente aproveche la ocasión para presentarte sus problemas personales y familiares, y uno de los temas que más suelen salir en las personas mayores es que han intentado educar cristianamente a sus hijos, pero éstos, llegado un momento determinado, no pisan la Iglesia. Eso sí, salvo ese lunar importante, los padres te dicen que son educados y buenas personas, es decir tienen valores humanos.
A mí, lo que me aterra, no es esa generación de hijos, sino sus hijos, es decir los nietos, los actuales adolescentes. Mucho me temo que unos hijos educados sin valores cristianos, y en muchas de estas casas, los nietos ya no saben ni el Padre nuestro, e incluso están sin bautizar, esos adolescentes estarán no sólo sin valores cristianos, sino también sin valores humanos. A mí me impactó mucho en línea contraria un matrimonio ateo que decidió bautizar y educar cristianamente a sus hijos, porque les pareció que los valores cristianos eran mucho más profundos y serios que la educación no creyente. Ese matrimonio terminó siendo católico practicante.
¿En qué consiste, en estos momentos, la educación que se pretende dar a nuestros adolescentes? Todas las Comunidades Autónomas están de acuerdo: «hay que educar a los niños y adolescentes en la ideología de género».
Está claro que los católicos no podemos estar de acuerdo con esta seudoeducación. Cada vez hay más gente que expresa en todos países su desacuerdo ante lo que es literalmente corrupción de menores. Isabel Molina, en la revista Misión, titula así su último artículo «Así se inyecta hoy veneno al proceso de maduración sexual». Para empezar, se intenta convencer a los educandos que el sexo es maleable y de libre elección, y dado el prestigio que muchos profesores tienen ante sus alumnos y además ello goza de la etiqueta de progre, por lo que es fácil que los alumnos caigan en la trampa.
Lo peor es que hoy el problema se ha disparado y ha aumentado tremendamente en los adolescentes y, sobre todo, en ellas, víctimas de un auténtico contagio social, que les hace pensar que así van a encontrar solución a sus problemas. Se trata de una auténtica moda que les hace creer que pueden escapar de su cuerpo cambiante, y no se les dice que los tratamientos hormonales y las cirugías de cambio de sexo producen daños irreversibles, como la esterilidad o disfunciones sexuales irreparables. Pero con el paso del tiempo muchísimos de los afectados y afectadas quisieran volverse atrás, pero les es en bastantes ocasiones simplemente imposible, lo que acaba provocando vivir como enfermos toda su vida y con una muy alta tasa de suicidios. Para colmo en varios países como Estados Unidos, Inglaterra, Suecia, el problema empezó hace bastantes años y hoy están de vuelta prohibiendo a los menores los tratamientos y operaciones de cambio de sexo. En España solemos ir con veinte años de retraso y cuando los demás están de vuelta, nosotros iniciamos.
No olvidemos tampoco que lo que nuestras autoridades llaman educación sexual, hasta no hace mucho se llamaba con toda razón, corrupción sexual. Para ellos el fin de la sexualidad es el placer, no el amor, abriendo así la puerta al hedonismo más descarado y a la total ausencia de valores morales.
Tengo ante mí un libro folleto editado por el Gobierno de la Rioja de su etapa socialista y por el Ministerio de Igualdad cuyo título es: «Guía para la Familia: Crecer erradicando la violencia de género», en la que intentan destruir la familia y sobre todo su perennidad y por ello intentan acabar lo que llaman los mitos sobre el amor romántico que son, entre otros: la fidelidad y entrega absoluta, la pasión eterna, la idealización del otro, el siempre juntos, el sacrificio, la unión total. En pocas palabras no creen en el matrimonio estable, ni en el daño tremendo que se hace a los adolescentes, que ya de por sí viven un momento muy difícil, agravándolo con la ruptura, separación y divorcio de los padres.
Una vez más insistamos en el valor de la oración y en el eslogan: «Familia que reza unida, permanece unida».