San José, Esposo de la Virgen María (I)

30 de diciembre de 2019

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En el plan salvador de Dios, además de Jesús y de María, José es una figura esencial sin la que no se habría dado la redención de Jesús. Dios encomendó a José la gran responsabilidad y el privilegio de ser el esposo virginal de la Virgen María y el padre adoptivo del Niño Jesús. Las principales fuentes para conocer la vida son los evangelios de Mateo y de Lucas y en grado menor los evangelios de Marcos y de Lucas.

Pero además hay otros documentos, denominados comúnmente apócrifos, que debidamente analizados permiten completar la vida de San José. Entre ellos el más importante es el llamado “Protoevangelio de Santiago”, cuyo origen se remonta al siglo II. Aunque no está reconocido oficialmente como libro bíblico, ha servido para completar datos complementarios de los cuatro evangelios mencionados. Aquí expondremos algunos puntos referentes sobre todo al nacimiento y a la infancia de la Virgen María y también a la historia del mismo José.

El Protoevangelio narra cómo María era hija de Joaquín y Ana, personas judías virtuosas, ya mayores que no habían podido tener hijos, por lo que estaban muy afligidos y pedían a Dios remediar su infertilidad. Finalmente, Dios escuchó sus plegarias y Ana dio a luz a una hermosa niña. Considerando que era un regalo divino, al cumplir tres años sus padres decidieron llevarla al Templo de Jerusalén para que viviera allí y pudiera aprender los oficios propios de las mujeres que allí vivían, realizando tareas femeninas, incluyendo el bordado de olas túnicas sagradas y el cuidado y ornamentación de los diferentes lugares de culto. La Iglesia Católica celebra el día 27 de noviembre la presentación de la niñita María en el Templo, que en la iconografía viene presentada subiendo con dificultad las gradas de entrada al Templo.

María fue acogida maternalmente por otras mujeres ya menopáusicas. Allí transcurrió su infancia y el inicio de su adolescencia, escuchando y aprendiendo los salmos rituales hebreos que rezaban los sacerdotes todos los días y que ella aprendería de memoria. Esto fue un gran privilegio, ya que normalmente las mujeres judías no iban con frecuencia al Templo porque su tarea más importante consistía en cuidar a sus esposos y sus hijos.

En el caso de María, al llegar a los doce años los sacerdotes se reunieron y convinieron en que ella no podría permanecer en el santuario para no mancillarlo con las reglas de la menstruación, tal como se prescribía en el libro Levítico (15,19). Por ello, para tomar una decisión al respecto convocaron a Zacarías sacerdote principal, quien después de orar tuvo la aparición del ángel de Dios quien le ordenó buscar y dar un esposo a María para lo cual debía convocar a los viudos del pueblo trayendo cada uno una vara. Entre ellos también llegó José.

Entonces Zacarías recogió las varas de los convocados y entró en el Templo a orar para que Dios le mostrase su voluntad.  Al devolver las varas a sus respectivos dueños, la última pertenecía a José y de ella salió una paloma que se puso a volar sobre su cabeza. Entonces el sacerdote le dijo: “A ti te ha tocado recibir bajo tu custodia a la Virgen del Señor”.

José se resistió diciendo: “Yo ya tengo hijos y soy viejo, mientras que ella es una niña; no quisiera ser objeto de risa por parte de los hijos de Israel”. Pero Zacarías le repuso: “Teme al Señor, tu Dios y ten presente lo que hizo con Datán, Abirón y Coré; cómo se abrió la tierra y fueron sepultados por ser rebeldes”. Entonces José recibió a la doncella María, desposándose con ella y dejándola en la casa de Nazaret al cuidado de Dios, mientras él siguió trabajando en las construcciones que como carpintero realizaba en diversos lugares.

Más tarde María fue también convocada ir al Templo de Jerusalén para recibir del Sacerdote Zacarías el encargo de bordar con púrpura auténtica las vestiduras sagradas. Una vez terminado el bordado María volvió a Nazaret. Allí, tal como narra el evangelio de Lucas (1,21-38), el ángel de Dios le anunció que el Señor la había elegido y que ella concebiría un hijo por la palabra de Dios. María quedó perpleja y preguntó al ángel si daría a luz como las demás mujeres. A lo que el ángel le indicó que no sería de esa manera, sino que la Energía del Señor le cubriría con su sombra: “Por ello el fruto que nacerá de ti será llamado Hijo del Altísimo. Tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará al pueblo de sus pecados”. María respondió “Hágase en mí según tu palabra”.

Al terminar de bordar los mantos sagrados que le habían encargado, María fue a Jerusalén a llevarlos al Sacerdote quien exclamó: “María serás bendecida en todas las generaciones de la tierra”. Llena de alegría marchó a visitar a su pariente Isabel, esposa del sacerdote Zacarías. Ella también estaba bordando y al ver a María la bendijo exclamando: “De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a visitarme. El fruto que llevó en mi seno se ha puesto a saltar dentro de mí para bendecirte”. María permaneció con Isabel tres meses y luego regresó a Nazaret.

Al llegar al sexto mes del embarazo de María, José volvió de sus trabajos y al ver que ella estaba encinta se echó en tierra y lloró amargamente, culpándose de haber dejado sola a María quien habría sido violada. En su aflicción José se comparó con Adán quien también dejó sola a Eva quien fue engañada por la serpiente. El esposo José reprochó a la esposa María por haberse dejado engañar. Pero ella lo negó todo y lloró amargamente diciendo: “Pura soy y no conozco varón”, José siguió lamentándose sin saber qué hacer.

En esta incertidumbre un ángel se le apareció en sueños a José indicándole que no desconfiase de su esposa, porque lo que llevaba en sus entrañas era fruto del Espíritu Santo. “Ella dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús porque salvará a su pueblo de sus pecados”. José, una vez despertado, se levantó y glorificó al Dios de Israel por haberle concedido tal gracia y siguió protegiendo y guardando a María, hasta que ella dio a luz al Salvador en Belén de Judá.

(Proseguirá).

 

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