Papa Francisco acudió a Myanmar a defender a una minoría musulmana, atacada y desplazada. Pero, ¿cómo podía el Pontífice defender a los rohinyás y, a la vez, mantener la buena relación con el gobierno birmano y la mayoría budista que niegan esta crisis?
1. La crisis de los rohinyás. La etnia musulmana rohinyá habita en Arakan, al occidente de Myanmar (antes Birmania), país de mayoría budista. Según Amnistía Internacional, esta minoría ha sufrido violaciones a sus derechos humanos bajo la Junta birmana, desde 1978, por su oposición a la formación de un estado budista en Birmania, y como resultado muchos han huido a la vecina Bangladés.
Los budistas radicales afirman que los rohinyás no son birmanos, porque llegaron ilegalmente cuando el país era colonia inglesa, los acusan de no coexistir en paz y de querer imponer la ‘sharia’ (la ley islámica). El gobierno ha recluido a más de 140 mil personas en el gueto de Aungmingalar.
Como respuesta, desde octubre de 2016, grupos terroristas musulmanes en esa zona han atacado a civiles y militares. El ataque más sangriento ocurrió el pasado 25 de agosto. Por las represalias del ejercito a ese hecho, alrededor de 640 mil rohinyás huyeron al sur de Bangladesh. Según la ONU, se trata de una “limpieza étnica” (El País, 13 sep. 2017). Suman ya un millón los rohinyás desplazados en Bangladés.
2. Dificultades políticas del viaje papal. Con tiempo, el cardenal de Myanmar le advirtió al Papa de utilizar la palabra “rohinyás”, porque esto podría acarrear consecuencias para la minoría católica del país.
Esto es algo más que no utilizar una palabra incómoda. Más bien, como el gobierno local no quiere aceptar que existe una represión militar contra esa minoría ética, mencionar ese término equivaldría a denunciar la represión en su propia cara.
3. Una solución ingeniosa. Francisco, que desde el conflicto de agosto había expresado públicamente su preocupación por los desplazados, no podía ahora mencionar abiertamente el tema en tierras birmanas. Pero lo que sí pudo hacer fue dirigir mensajes en los que invitó a las autoridades a vivir la justicia y a los líderes religiosos a convivir en paz.
A los dirigentes de la sociedad civil de ese país, el Pontífice les pidió a los que pidió dejar a un lado las diferencias porque crean división, y los exhortó a respetar a las diferentes etnias del país.
Después, cuando habló de las diferentes confesiones religiosas, Francisco afirmó que éstas “no deben ser una fuente de división y desconfianza, sino más bien un impulso para la unidad, el perdón, la tolerancia y una sabia construcción de la nación”. (ACI, 28 nov. 2017)
Y, como colofón, el Pontífice viajó al vecino país de Bangladés, que ha acogido a los desplazados, y desde ahí lanzó una llamada a la comunidad internacional para que ayudé a los refugiados, aunque evitó utilizar el término “rohinyás”.
Epílogo. Papa Francisco asumió el riesgo de una visita complicada, que podía generar un conflicto diplomático con el gobierno de Myanmar y romper la armonía con los líderes budistas. Pero la misión del Papa lo ameritaba, pues el Santo Padre quería defender los derechos humanos de una minoría maltratada y, a la vez, necesitaba recordarles a los líderes espirituales el verdadero papel de las religiones, que están para fomentar la paz y la unidad.
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