“Yo prostituía mi imagen”. Las repercusiones que una joven padeció siendo adicta a la pornografía
Todo comenzó cuando Adriana Melo, joven colombiana, estudiante de Derecho, era una niña y por un error encontró lo que no debía. "Yo tenía 9 años, mi hermano 7 y como todos los niños éramos muy curiosos, entonces le habíamos encontrado un libro a mis padres de cómo tener una sexualidad en pareja, era como un estilo Kama Sutra; y también, por la misma curiosidad jugando con el celular de mi papá encontramos como unos cortos pequeños, como unos gifs de pornografía. Ese fue el primer contacto que yo recuerdo con la pornografía", comenta Adriana.
La niñez de Adriana y su hermano estuvo marcada por diferentes flagelos que afectan a muchas familias colombianas. "Mi padre fue alcohólico durante al menos desde que yo nací, hasta mis 14 años y al ser alcohólico obviamente eso causó una ausencia paternal en mi vida", recuerda con tristeza.
De una gran curiosidad a una pasión desordenada
La adolescencia fue llegando y con ella la tecnología, la cual le acercaba cada día más a la pornografía. "A los 12 años nos regalaron unas tablets. Lo que hice fue empezar a buscar y empezar a creer que esas escenas -las cuales no entendía bien- (pornografía) reflejaban lo que era el amor; y segundo creer que así era el valor de una mujer y el valor de un hombre", afirma.
Como un ejercicio repetitivo y adictivo, su vida se fue robotizando sin poder advertir el daño que todo esto comenzaba a causarle. "Para mí el ver pornografía en un principio pues era curiosidad, después se transformó en una pasión desordenada. Al comienzo ocurría dos o tres veces a la semana durante más o menos un año; mis papás nunca se dieron cuenta de ello, pues no nos controlaban", recuerda con pesar.
Cada vez que se acuerda de su pasado reflexiona y ofrece su testimonio a Portaluz para alertar a otros. "Al llegar a mis 13 años empecé a consumir pornografía a diario al menos unos 20 minutos por día de una forma muy desmedida".
En ese mundo de exposición virtual conoció a un hombre mayor de edad y se enamoró de él, creyendo que sus sentimientos eran amor verdadero. "Ese hombre tenía 21 años, me prometía el cielo, el mar, la tierra, las estrellas y yo me preguntaba si me quería de verdad, pues yo era una niña muy chiquita. Todo era virtual, tú tienes la sensación del poder de dominio que te da la pornografía, y creía que mi físico era mi valor", comenta.
Yo prostituía mi imagen
"Yo en mi casa era muy juiciosa, nunca fui de escotes o minifaldas, pero en redes sociales -quizás suene un poco duro- yo prostituía mi imagen o sea me ofrecía gratis a cuántas personas aceptarán la solicitud y me dijeran dos o tres palabras bonitas".
Para entonces la mente de Adriana estaba atrapada en el vicio. "Duré más o menos tres meses consumiendo pornografía ocho horas diarias, o sea, no dormía. Llegaba a mi cuarto, me acostaba y era ver videos y más videos. Caí también en la cuestión de la masturbación que es otro engaño; ese placer que te dicen es necesario, es mentira, es un pecado", afirma.
Llegó un momento en que sus padres advirtieron que algo ocurría pues Adriana estaba esquiva y había bajado su rendimiento académico. Sin saber cómo enfrentarlos, ella comenzó a tener síntomas depresivos e incluso padeció un intento de suicidio.
Lejos de alejarse del vicio se hundía más en ello. Las imágenes que antes la satisfacían ya no eran suficiente y pasó límites consumiendo porno lésbico. Los estímulos permanentes la llevaron a considerar con beneplácito el vínculo afectivo-sexual con otras mujeres. "Alcancé a mencionarles a mis padres que yo me sentía bisexual, que yo en verdad sentía que podía tener esos sentimientos hacia una mujer y mis papás se rieron cuando se los conté, pero mi hermano sí lo tomó en serio, esa inclinación me duró más o menos un mes", recuerda.
Sanada en el Sacramento de la Reconciliación
Adriana y un sacerdote de Lazos de Amor Mariano
En este tobogán de sensaciones un hecho inesperado por ella marcó el inicio de su sanación y liberación: Le regalaron una inscripción a un retiro espiritual: "Fue de una manera completamente casi casual porque yo no lo pedí, mi familia no, mis papás tampoco me lo pidieron. Fue un primo mío, que llegó un día y me dijo: «tome la boleta y váyase»", recuerda, mientras una amplia sonrisa se dibuja en su rostro.
Fue así como asistió al retiro, habló con un sacerdote en confesión y durante el sacramento recibió no sólo el perdón, sino una autentica reparación de su mente y su alma. "Mi confesión de vida duró dos horas. A medida que yo hablaba sentía primero que me estaba quitando un peso de encima, no por contarle a alguien sino por el hecho de pensar que me escuchaba Cristo mismo. Sentí una gran paz, sentí misericordia, sentir el amor, un amor que me sigo acordando y sigo llorando. Hay que tomar coraje para confesar porque como se suele decir, el demonio te quita la vergüenza para pecar, pero te la devuelve a la hora de confesarte. Yo salí de ese confesionario y sentía que volaba, me sentía liviana", confiesa con emoción. Luego, finalmente, pudo y quiso volver a comulgar.
Una vida fundada en Cristo
La primera decisión que Adriana tomó al salir del retiro -que realizó con la comunidad católica Lazos de Amor Mariano-, fue cortar con el vicio que la estaba consumiendo: "El retiro me hizo reflexionar, me hizo decir no voy más con la pornografía. Obviamente fue un proceso, no fue fácil, no fue para nada fácil, me costó lágrimas, me costó dolor, porque obviamente con la tecnología eso está muy al alcance y hasta ahora puedo decir que llevo más o menos 3 largos años completamente limpia y eso me alegra mucho. En las redes sociales cambié la cuenta de mi Facebook, antes era feminista, era proaborto, era de la bandera LGBT; ahora puedo decir con firmeza incluso en la universidad, soy provida, creo en la castidad, creo en el matrimonio, creo en la familia", nos dice con voz serena y firme esta joven de 21 años.
Hoy Adriana aprovecha los momentos libres que le deja la Universidad, para hablar con Dios. "Cuando tengo huecos entre horarios de clase pues voy a la Eucaristía en el centro, oro en la capilla, en la catedral o en los oratorios que también hay cerca de la universidad", dice y añade que su conversión también ha dado frutos en la familia... "Mi relación con mis papás ha sido una evolución muy grande. En 2020 además de la insistencia y darle gracias a Dios, mis papás se casaron, sí, porque llevaban 25 años en unión libre y el que se casaran para mí fue uno de los días más felices de vida", finaliza con evidente emoción.