Monseñor Cordileone aborda cómo predicar la verdad sobre la sexualidad y el género en una cultura hostil
La sexualidad y la ideología de género figuran hoy entre los temas más polémicos para los católicos y el arzobispo de San Francisco, Monseñor Salvatore Cordileone, no esquiva abordar este y otros temas explosivos. Destaca como modelo las enseñanzas y testimonio del Papa Francisco para ir al encuentro de la gente con amor, sin rehuir la verdad sobre temas difíciles.
En su conversación con el periodista Charles Camosy del portal The Pillar responde sobre los retos y las oportunidades de presentar la doctrina de la Iglesia a un mundo escéptico.
La Iglesia, me parece, enfrenta un gran desafío cuando se trata de sus enseñanzas sobre la sexualidad y el género: ayudar a las personas que se identifican como transgénero (y a quienes las apoyan) a entender que nuestro acercamiento no proviene de un lugar de fanatismo o antagonismo de guerra cultural, sino más bien de una preocupación genuina, humilde y centrada en los demás por su bienestar y florecimiento.
Recientemente ha publicado un magnífico artículo en Public Discourse en el que intenta defender esta postura. ¿Puede explicarnos el argumento central de ese artículo?
Si me preguntaran cuál es el argumento central que debemos esgrimir, diría que es el siguiente: no nos ganamos nuestra dignidad; es un don de Dios.
Nuestra igualdad se basa en la realidad de que todos somos igual y profundamente amados por nuestro creador. Por eso empecé el artículo con la historia de la visita del Papa Francisco a un centro de acogida para personas con disforia de género.
Y como afirma la propia Declaración de Independencia de nuestro país, esa dignidad, con sus correspondientes derechos naturales, es inalienable: no depende de la salud, la inteligencia, la fuerza, la belleza física o cualquier otra cualidad personal. Más bien, nosotros -cada uno de nosotros- estamos dotados de ella por nuestro Creador.
Sin un Dios amoroso, por tanto, no hay igualdad fundamental. Sin la comprensión de esta inherente dignidad humana con la que nos dota a todos el Dios amoroso, la puerta queda abierta de par en par para que los poderosos opriman a los vulnerables. El carácter sagrado y, por tanto, la igualdad de cada ser humano proviene de Dios.
La segunda parte que me gustaría subrayar es que las enseñanzas de la Iglesia sobre la sexualidad son profundamente protectoras, no punitivas. Basta con ver la destrucción que se produce cuando no aceptamos nuestra sexualidad como un don de Dios que debemos utilizar para los fines divinos. Podemos mirar a nuestro alrededor y ver el sufrimiento que se produce cuando las personas no disciplinan el deseo sexual y no lo ponen al servicio del amor: hogares rotos, vidas rotas, niños y niñas sin padre, aborto, por no hablar de las violaciones, los abusos, los abusos deshonestos y el tráfico sexual. El recuento de víctimas de la revolución sexual es grande y crece, de hecho, crece exponencialmente.
Esta disciplina del deseo, que Cristo pide, puede ser difícil. Dios lo sabe. Pero el sufrimiento que sobreviene cuando el deseo sexual se presenta como un fin en sí mismo que debe perseguirse sin tener en cuenta las consecuencias, prácticamente divinizado, es difícil de ignorar en este momento.
Imagino que, por ser usted arzobispo de San Francisco, este tipo de argumentación resulta especialmente difícil. ¿Tiene algún consejo sobre cómo hablar de estos temas en contextos profundamente escépticos e incluso totalmente hostiles?
Yo apelaría al llamado del Papa Francisco a una cultura del encuentro. Esto es algo que descubrí hace mucho tiempo: es mucho más fácil conectar en medio de profundos desacuerdos en encuentros cara a cara que en cualquier tipo de forma remota, como los medios de comunicación y las redes sociales.
Es mucho más difícil demonizar al otro cuando se entra en contacto personal con él. Las ideas intolerantes, prejuiciosas y estereotipadas sobre los demás pueden existir mientras no conozcas personalmente a nadie del grupo hacia el que albergas esas impresiones. Pero cuando llegas a conocer personalmente a alguien, descubres que también tiene sentimientos, que todos tenemos la necesidad de ser amados y de dar amor a cambio.
Sí, tenemos que hablar con claridad, pero también tenemos que mostrar nuestro corazón para que los que no están de acuerdo con nosotros puedan ver que procedemos de un lugar de amor, en lugar de vernos simplemente en función de aquello a lo que nos oponemos. Puede ser difícil mostrar amor por alguien que te denuncia como un intolerante, pero ¿no es eso lo que Cristo nos pide? Haz el bien a los que te hacen mal.
Dicho esto, creo que tenemos que darnos cuenta de que, por muy amablemente que los católicos digamos lo que creemos o expliquemos su origen en el profundo amor de Dios, algunas personas de nuestra cultura contemporánea seguirán empeñadas en encontrar ofensivas nuestras opiniones.
Eso no significa que debamos dejar de intentar hablar de la manera más cariñosa y persuasiva que podamos. Nuestra propia identidad como católicos nos exige, como nos dice San Pablo, decir la verdad con amor (Ef 4,15). No podemos intentar comprar una falsa aprobación de nuestra sociedad cediendo a una cultura que rechaza a Cristo y sus enseñanzas, porque Él es el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6).
Debemos comprometernos cada vez más con la verdad y el amor. El Papa Francisco predica con el ejemplo: decir la verdad con firmeza y seguir amando al prójimo y sirviéndole. Esta es nuestra cruz en estos tiempos.
Allá por 2020, a nuestro Santo Padre el Papa Francisco le preguntaron dónde ve el "mal" hoy en día y respondió señalando a la teoría de género. ¿Qué quiere decir el Santo Padre con este término? ¿Es lo mismo que usted tiene en mente cuando invoca la teoría de género?
En gran medida sí, se trata de la misma idea. Hay una coherencia (a menudo no reconocida) entre la enseñanza del Papa Francisco sobre el cuidado de nuestra casa común y sobre la teoría de género. En cada caso, la dimensión física es un don de Dios, no un mero objeto para hacer y rehacer según nuestros deseos.
Todo está en el Génesis: Dios nos hizo varón y hembra porque no es bueno que el hombre esté solo. Los sexos están orientados el uno hacia el otro y hacia la gran tarea de hacer juntos una nueva vida, en una relación a la vez igual y complementaria.
Esta es la imagen de Dios, la Santísima Trinidad, una comunión de personas divinas: la complementariedad amorosa del hombre y la mujer, una comunión de personas que genera nueva vida.
Y luego Dios les dio el dominio sobre la tierra, para que la cuidaran y la cultivaran, no para que la arrasaran y la destruyeran para sus propios fines egoístas. El extraño rechazo de la entrega del orden creado, ya sea de nuestros cuerpos o de nuestra casa común, es un profundo rechazo de nuestra relación mutua y con Dios.
¿Por qué cree que no hay más católicos que se tomen en serio las críticas del Papa Francisco a la teoría de género?
Vivimos en una época extraña y cambiante. Cada pocos años parece que hay una nueva idea moralmente revolucionaria que todos deben aceptar o ser avergonzados y estigmatizados como intolerantes.
Cuando sostener opiniones de sentido común como "los niños necesitan una madre y un padre" o "nacemos hombre y mujer" te convierte en objeto de abierto desprecio y odio en tus círculos personales, e incluso te hace temer por tu empleo, la gente naturalmente empieza a rehuir. Es extraño que haga falta valor para decir estas cosas, pero así es.
Luego está la realidad: los mitos, las narrativas y los supuestos datos que apoyan la ideología de género se difunden ampliamente en la cultura popular: medios de comunicación, redes sociales, Hollywood, escuelas, espectáculos, academia, etc. Las historias y las investigaciones que refutan esta narrativa mediática no llegan a tanta gente.
Creo que la aparición de adultos jóvenes que se arrepienten de sus procedimientos quirúrgicos y hormonales está empezando a tener un impacto; incluso el New York Times está al menos planteando nuevas preguntas cuando se trata de mutilar química o quirúrgicamente a niños y adolescentes, en medio del actual aumento repentino de niños con disforia de género.
A menudo ayuda ver que ya existen modelos para imitar, especialmente cuando se trata de asuntos delicados y explosivos como éste. ¿Dónde ve usted a los católicos atendiendo a las personas trans, con el mismo espíritu con el que la Iglesia atiende a los enfermos, a las mujeres con embarazos difíciles, a los pobres y a otros marginados?
Empecemos por arriba: El Papa Francisco. Los medios de comunicación expresaron su sorpresa cuando visitó ese refugio para personas sin hogar que se identifican como transexuales en una iglesia de Roma, mientras habla con tanta frecuencia y sin miedo sobre los peligros de la ideología de género. Esto, sin embargo, no debería sorprendernos, porque esto es lo que Cristo nos llama a hacer. Decir la verdad y servir a los necesitados.
Y esto nos lleva de nuevo a la llamada del Papa Francisco a una cultura del encuentro: necesitamos sentarnos con los enfadados, los que sufren, los solitarios, los marginados, con los que son diferentes a nosotros, y escuchar sinceramente las historias de los demás. Tenemos que empatizar con el sufrimiento, aunque no todos estemos de acuerdo en la solución. La conversación cara a cara es el medio más poderoso para cambiar la forma en que nos ven quienes nos odian. Eso significa salir de las redes sociales y entablar una conversación entre nosotros.
Los católicos también tenemos que invertir aún más en servir a los que sufren. Por eso son tan preocupantes las propuestas de regulación del HHS (Departamento de Salud y Social del gobierno de los Estados Unidos) que podrían cerrar algunos servicios sociales católicos. Queremos ayudar a cuidar de las personas, incluidas las que se identifican como transexuales, estén o no de acuerdo con nosotros, y hacerlo sin renunciar a nuestro propio punto de vista, un punto de vista apoyado por la razón, la ciencia y el sentido común, así como por la fe. ¿Se nos permitirá a los católicos formar parte de la solución? Tenemos 2.000 años de experiencia en ello. Tenemos, por decirlo suavemente, mucho que ofrecer.
Fuente: The Pillar