La pena de muerte vivida por Dale Recinella, un capellán laico que acompaña a quienes serán ejecutados
El abogado Dale Recinella recuerda bien la primera vez que presenció una ejecución. Fue justo antes de la Navidad del año 2000. Llevaba un mes, aproximadamente, acompañando a ese reo en el corredor de la muerte y a su familia en el exterior de la prisión. Recuerda hasta dónde se colocó en la sala de ejecución, junto a una decena de personas. "Estaba sentado en primera fila, a la izquierda", explica a Ecclesia. También recuerda al condenado, tumbado en la camilla, atado de pies y manos: "Solo podía mover la cabeza. Entonces miró hacia el cristal y yo le miré a los ojos. En nombre de su familia, que no podía estar presente en la ejecución, le dije: «Te quiero». Él asintió con la cabeza y pronunció sus últimas palabras en este mundo: «Pido al Señor que perdone mis pecados. Quisiera pedir perdón a las familias de mis víctimas»".
El relato de Dale pone los pelos de punta. Prosigue contando que el hombre miró a los funcionarios encargados de llevar a término la ejecución y pronunció una frase muy parecida a la de Jesús en la Cruz: «Pido al Señor que los perdone, porque no saben lo que hacen».
13 minutos después, el reo estaba muerto. "Asesinado ante nuestros ojos", resume duramente el capellán Dale Recinella. Explica que, tras consolar por teléfono a la familia, una pregunta le asaltó en su casa, como un golpe seco en la cabeza: «¿Qué hemos hecho?».
Desde 1998, este padre de familia acompaña como capellán laico a los condenados a muerte en las cárceles del estado de Florida, en Estados Unidos. Una tarea muy distinta a la que desempeñaba como abogado en Wall Street, manejando millones de dólares para sus ricos clientes. Varias experiencias a lo largo de su vida, entre ellas una muy intensa con una persona sin hogar y otra cercana a la muerte, le mostraron un camino muy distinto al del ego y el acumular. Era ya un hombre muy religioso, pero fue entonces cuando en su día a día empezó a materializarse con fuerza el Evangelio de Mateo, 25. Comenzó a acompañar a enfermos de sida. Después, a través de una llamada telefónica, empezó a hacerlo con enfermos de VIH en prisión.
La fuerza viene de Jesús
Al principio, se mostró reticente. Incluso sentía claustrofobia de solo pensar en acudir a la prisión y pidió consejo...
«Dado que tú -según me dices- no hubieras tenido nunca la idea de ayudar en prisión, ¿de dónde crees que ha venido?», le interpeló su párroco. Bromeando, Dale le respondió: «¡Del demonio!». Al otro lado de la línea el sacerdote le alentó... «No. Es Jesús quien te pide que visites a los encarcelados y será él quien te dé la fuerza para hacerlo».
Durante seis años, Dale visitó a estos detenidos en Tallahassee. Después, tras vivir en Roma, se mudó con su familia a otra ciudad de Florida, Macclenny. Y allí, conoció al sacerdote por el que terminó implicado por completo en la pastoral con los presos condenados a la pena capital. «Llevo 15 años esperándote», le espetó el padre Joe Maniangat cuando le conoció. Este sacerdote era el único que se ocupaba de los internos en espera de ejecución.
En 1998, el estado de Florida tenía en sus prisiones a 370 condenados a muerte a quienes no se les permitía recibir asistencia espiritual fuera de sus celdas. Pese a ser abogado, Recinella conocía muy poco sobre la pena capital y las condiciones carcelarias. Así, descubrió que el sistema penitenciario de su estado no contaba con ninguna disposición clara sobre cómo tratar a las familias de los condenados que van a despedirlos antes de la ejecución. De este modo, la mujer de Dale, Susan, que es psicóloga, dio un paso adelante y se ofreció para acompañar a estas familias.
Toda esta peripecia vital está contada en primera persona por Recinella en el libro Un cristiano en el corredor de la muerte. Mi compromiso junto a los condenados. Un volumen que cuenta el impresionante viaje de un hombre que en 1984 ejercía como abogado financiero en Miami y estaba a favor de la pena de muerte y hoy en día es el portador del consuelo espiritual para decenas de condenados y un firme activista contra este tipo de castigo instalado en el sistema penal de más de 50 países del mundo, incluido Estados Unidos. "No creo que sea realmente necesario utilizar la pena de muerte para garantizar la seguridad de nuestras comunidades. El hecho de que el Gobierno mate a personas que ya están confinadas bajo su control, independientemente del método que utilice, no mejora nuestra seguridad y no da testimonio del valor intrínseco que Dios le dio a cada vida humana", responde a la pregunta de si la pena de muerte supone un elemento disuasorio.
El libro, además, está prologado por el Papa Francisco. El Pontífice, quien con motivo del Jubileo ha reiterado su petición para abolir la pena de muerte, escribe en el libro de Recinella que la pena capital "lejos de hacer justicia, alimenta un sentido de venganza que se transforma en un veneno peligroso para el cuerpo de nuestras sociedades civiles".
Papa Francisco define el trabajo de Dale y Susan como "un gran don para la Iglesia y la sociedad de los Estados Unidos"; "un testimonio vivo y apasionado de la escuela de la misericordia infinita de Dios". Le da las gracias "por esa tarea dificilísima, arriesgada y ardua, porque toca con sus manos el mal en todas las dimensiones: el mal practicado a las víctimas, que no se puede reparar; el mal que vive el condenado, que sabe que va a morir; y el mal que la pena de muerte instala en la sociedad".
Las víctimas
De las víctimas tampoco se olvidan los Recinella. Se ocupan también de asistir espiritualmente a las familias de los asesinados por estos condenados. "A través de la acción humana, acompañamos en la agonía por la pérdida de un ser querido. ¿Siente una madre menos dolor, menos pena, porque su hijo sea asesinado por el Estado en lugar de en un crimen? No, según mi experiencia. Y, sin embargo, hay raros momentos de gracia en los que la fe se abre paso".
El capellán recuerda, por ejemplo, una ejecución en la que una familiar de la víctima se mostró aliviada por saber que el reo no estaba atravesando solo esos momentos. "Me agradeció que estuviera allí por el condenado. Solo Dios puede conmover el alma humana hacia la compasión por el asesino de su ser querido", asegura Recinella a Ecclesia.
"¿Qué se experimenta estando allí en la en prisión, el mal o la misericordia?", le preguntamos.
Dale Recinella responde: "Mi abrumadora experiencia en prisión es una clara conciencia de la humanidad de todos los afectados por este proceso. Los funcionarios y el personal, los reclusos, el personal médico y psiquiátrico, los dirigentes... El común denominador en este drama para esta parte de la humanidad es el dolor y la pérdida. El dolor de la libertad perdida, de las oportunidades perdidas, de las relaciones perdidas y, lo peor de todo, de las vidas humanas perdidas. No podemos deshacer lo que se ha hecho. Nuestra única esperanza es que Dios redima y restaure en nosotros lo que se ha perdido. Eso es redención y resurrección. Y solo el poder de Dios puede hacerlo. Lo que más experimento cuando estoy en la cárcel es el anhelo en mi alma de oír la voz de Jesús, de pie ante la tumba de la muerte, que grita: «Lázaro, sal afuera» (Jn 11,43)".
El capellán insiste en que su reivindicación no está encaminada a negar la maldad del crimen cometido. Pero sí habla de "mitigar la rabia y la ira de la sociedad por el mal cometido y abrir la posibilidad de reinsertar al delincuente". No caer, en definitiva, en el "ojo por ojo y diente por diente", indica, sino en "la realidad de que la dignidad humana se aplica tanto a la víctima como al delincuente".