Ella promovía el aborto y una visión de la Virgen transformó su alma. Hoy denuncia la maldad de su antiguo jefe: la ONU
Amparo Medina (Ecuador, 1966) entró en la órbita de la extrema izquierda «como muchos jóvenes de hoy, por deseo de ayudar a los demás y por ganas de aventura». Así llegó a los barrios marginales y entró en contacto con la extrema pobreza, que, en su opinión, «era culpa de los empresarios, de la Iglesia y del patriarcado, según nos contaban». Al principio sus actividades se limitaban a educar a los más jóvenes, pero luego pasó a organizar obreros «para defenderlos del sistema capitalista». Se enamoró de la figura del Che Guevara y se empapó de todo el romanticismo de la izquierda cultural, la revolución cubana, el sandinismo... Con 16 años aprendió a fabricar cócteles molotov y participó con los obreros en huelgas cada vez más violentas. «En realidad, nuestra labor era paternalista, porque nos acercábamos a los más pobres no desde el amor, sino desde la superioridad moral. Románticamente parecía una lucha del pobre contra el rico, de la mujer contra el hombre, de los oprimidos contra los opresores, pero en realidad era una lucha para tener poder», recuerda.
Ese sueño empezó a deshacerse cuando, en mayo de 1988, participó en una toma de tierras en beneficio de los pobres. Fue detenida después, junto a otros cuatro compañeros, mientras estaba en clase en la universidad. Los torturaron a todos y solo salieron con vida ella y otro más. Del resto no se recuperaron ni siquiera los cuerpos. «Nos hacían vomitar y deshidratarnos, nos golpeaban, nos ponían bolsas en la cabeza, nos ahogaban en agua... hasta que llegó un momento en que te daba igual vivir o no», recuerda. Su familia logró sacarla de allí y meterla en un avión con dirección a España, donde pasó dos años recuperándose. Volvió cuando el Gobierno en su país cambió de signo y sus compañeros ostentaban el poder.
Gracias a sus antiguos contactos comenzó a trabajar como asesora del Ministerio de Educación en un proyecto de preescolar para centros rurales que obtuvo numerosos premios internacionales. Esa fue la vía a través de la que entró en contacto con UNICEF y la ONU como consultora. Su labor incluía enseñar salud sexual y reproductiva a jóvenes de toda Iberoamérica, educándolos en el uso de preservativos y anticonceptivos para evitar embarazos adolescentes y enfermedades de transmisión sexual. Para ello, su equipo empleaba millones de dólares de Naciones Unidas en campañas de publicidad y comunicación en pueblos y ciudades, lo que incluía la promoción del aborto como un derecho de la mujer.
Al hacer una evaluación de su actividad, cuatro años después, advirtieron que habían aumentado los abortos y quintuplicado los embarazos no deseados, así como que la edad de inicio sexual de los jóvenes había bajado de forma alarmante. «Eso me escandalizó. Me dirigí a uno de los más altos responsables del programa, que me dijo: “Ya te pagamos, así está bien”. Y yo y otros técnicos lo dejamos», afirma.
De la ONU pasó a trabajar en proyectos de desarrollo sostenible también en Iberoamérica, sobre todo en zonas rurales. En una ocasión, una multinacional dedicada a la explotación de aceite de palma recibió del Gobierno ecuatoriano unas tierras que pertenecían a los indígenas secoya, que iban a ver amenazados su entorno y su forma de vida. «El día que llegaban las máquinas a levantar la selva nos concentramos en la carretera -recuerda-. En la confrontación con los militares, una señora se puso a rezar con una estampa de la Virgen y yo me enfadé, se la quité y la rompí. Para mí, la Iglesia era una de las de las culpables de la situación de injusticia de la población. Un rato después, en la confusión, me dispararon».
Conversión extraordinaria
Lo que recibió fue apenas un roce de una bala en su cuerpo, pero inexplicablemente empezó a sentirse muy mal, hasta desmayarse minutos después. Dice que entonces experimentó una visión interior en la que una mujer con un manto blanco que cantaba «un canto hermosísimo» y estaba «llena de dulzura y serenidad» le miró y le dijo: «Mi pequeña, yo te amo». «Sabía perfectamente que era la Virgen María», explica en conversación con Alfa y Omega.
Según su testimonio, siguieron varios diálogos con la Virgen y recuerdos de la infancia. «Luego me vi muy sucia e indigna. Vi todos mis pecados. Cuando llevaba a las niñas a terminar con su embarazo, todos los abortos de los que fui responsable... Oí de repente un grito espeluznante que venía de abajo: eran los niños a los que había negado la vida». Luego, Amparo Medina dice que la Virgen le indicó el nombre de un sacerdote que la iba a ayudar. «Al despertar le conté todo esto a mi marido, que casi me lleva a un psiquiátrico», ríe.
Pero su vida había cambiado para siempre y ya no había vuelta atrás. Cuando decidieron legalizar el aborto en Ecuador, solicitó intervenir en el Congreso. Todo el mundo pensaba que ella estaba todavía a favor, pero sacó los papeles que guardaba de su etapa en la ONU y el proyecto se paró. «Me llegaron a amenazar de muerte», recuerda. Entonces, empezó a participar en campañas a favor de la vida y las mujeres y se convirtió en un referente en su país. A quien la quiera escuchar le cuenta que los Gobiernos iberoamericanos reciben fondos de la ONU a cambio de incluir el aborto en sus legislaciones, un dinero «que procede en buena parte de empresas interesadas, sobre todo las farmacéuticas». Concluye Amparo Medina con contundencia: «En el fondo, la ONU es una gran ONG con intereses comerciales».
Fuente: Alfa & Omega