Evangelización

Un sacerdote recorre 1.300 kilómetros durante 65 días llevando el Santísimo: “¡Me cambió para siempre!”

Este apasionado caminante es el padre Roger Landry, sacerdote de la Diócesis de Fall River, Massachusetts, capellán católico de la Universidad de Columbia y asistente eclesiástico de Ayuda a la Iglesia Necesitada en Estados Unidos. Nos confidencia lo que ha vivido en ese recorrido de gracia eucarística y comparte algunas fotografías de la experiencia.
por Redacción 27-07-2024
Imágenes gentileza padre Roger Landry desde su cuenta en X

El 21 de junio de 2024 concluyó en Estados Unidos un Congreso Eucarístico nacional de 5 días, que fue el evento culminante del Avivamiento Eucarístico Nacional de tres años, al que convocaron los obispos católicos de ese país.

Las gracias de Dios recibidas en estos años comienzan a conocerse y se esperan frutos duraderos. Uno de estos testimonios, narrado en primera persona por el padre Roger Landry de la Diócesis de Fall River, Massachusetts, ha sido recién publicado en un artículo difundido por el NCRegister, y que por su interés Portaluz ofrece a sus lectores a continuación...

"Mi caminata de 65 días con Jesús a través de Estados Unidos me cambió para siempre"

"Desde la vigilia de Pentecostés hasta el final del Congreso Eucarístico Nacional, tuve el privilegio de mi vida: acompañar a Jesús junto con un pequeño grupo de intrépidos jóvenes adultos, acompañados por religiosas y religiosos, a lo largo de una increíble peregrinación de 65 días desde New Haven, Connecticut, hasta Indianápolis.

Nos habíamos apuntado para dar testimonio de la continua encarnación de Jesucristo en la Sagrada Eucaristía que está con nosotros hasta el final de los tiempos, guiándonos cada día como el Buen Pastor, alimentándonos con el único alimento digno de nuestra alma. Lo que pronto descubrimos a lo largo del viaje es que también nosotros estábamos llamados, a partir de ese momento, a testimoniar la respuesta de su Agradecida Esposa.

A lo largo del camino, fuimos testigos presenciales de la mejor parte histórica de la Iglesia en Estados Unidos -varias magníficas basílicas y catedrales, así como muchas hermosas iglesias rurales, todas erigidas para el Señor Jesús Eucaristía, que se reúne con nosotros en el altar y en el sagrario-, así como de lo mejor de la Iglesia actual, en las multitudes de personas que acudieron con entusiasmo al encuentro de Jesús con la fe que él habría encontrado en tiempos del Evangelio.

Hay tantas experiencias y lecciones que compartir - una de las razones por las que mis compañeros de peregrinación y yo estamos trabajando en más de un libro para transmitirlas. Pero aquí me gustaría resumir algunas de las más importantes.

Peregrinación bíblica

En primer lugar, experimentamos de forma cristalina la naturaleza dinámica de la vida cristiana. Jesús nunca nos dice que nos quedemos donde estamos, sino que nos invita a «venir», a «seguirle» y a «ir» a compartirlo con los demás. La vida cristiana es, en última instancia, una peregrinación eucarística, siguiendo a Jesús Eucaristía, junto con la Iglesia peregrina en la tierra, hasta llegar al lado derecho de Dios Padre.

Una de las cosas que descubrimos muy pronto fue la naturaleza bíblica de lo que estábamos haciendo, mientras caminábamos con Jesús por calles, aceras y puentes. Estábamos haciendo lo que los Doce Apóstoles, multitudes de discípulos y montones de buscadores hicieron hace 2.000 años, mientras Jesús viajaba por Galilea, Samaria y Judea, por Nazaret, Jericó y Jerusalén, e incluso por territorios paganos. Recorrimos, caminando, con él hasta 31 kilómetros diarios bajo un sol abrasador, a través de aguaceros torrenciales, e incluso tres veces en barca. Comprendimos que, aunque en la vida rara vez tenemos la dicha de caminar con Él en procesión solemne, Él desea caminar humildemente con nosotros cada día, como hizo con la Sagrada Familia, los discípulos y otros más.

Hospitalidad cristiana

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En segundo lugar, nos encontramos con el poder evangelizador de la hospitalidad. Cuando Jesús envió por primera vez a los apóstoles, les dijo que desearan la paz a los hogares que les recibieran y que se quedaran donde los acogieran, comiendo lo que les pusieran delante. Más tarde diría que quienes recibían a los apóstoles le recibían a él, y recibían al Padre que le había enviado. Una de las formas más importantes, por tanto, de que crezca la fe es recibiendo a los misioneros. Al acoger a los mensajeros, los anfitriones se convierten en un terreno más fértil para acoger tanto el mensaje como al Remitente.

Experimentamos esa realidad en la hospitalidad que se nos brindó en nombre de Jesús a lo largo de la ruta.

Casi cada noche estábamos en un lugar distinto, con familias, sacerdotes y comunidades religiosas que nos abrían sus puertas, sus habitaciones, sus frigoríficos, sus lavadoras y sus vidas. Algunas familias ni siquiera eran católicas. La fe de nuestros anfitriones nos impactó, y nuestra fe influyó notablemente en muchos de ellos, así como en sus amigos invitados y familiares ocasionalmente distanciados.

Del mismo modo, experimentamos una extraordinaria hospitalidad por parte de las diócesis, parroquias, residencias de ancianos, escuelas, despensas de alimentos e incluso la prisión que visitamos. La mayoría trabajaron durante meses antes de la visita -a veces muy poco tiempo- y recibieron a Jesús Eucaristía cuando llegamos en gran número, llenos de fe y entusiasmo, y también con coros, músicos y servidores. Había mucha gente amable repartiendo agua y bocadillos y mucho más, mientras nos recibían amorosamente, junto con Jesús.

La acogida personal, la atención y el acompañamiento que recibimos de muchos obispos a lo largo de la ruta fue inesperada e inolvidable.

Adoración eucarística

En tercer lugar, saboreamos más profundamente que nunca el poder transformador de la adoración. Cada uno de nosotros estaba acostumbrado antes de partir a participar en la Misa diaria y en las Horas Santas Eucarísticas. Para lo que no estábamos preparados espiritualmente era para la cantidad de tiempo que teníamos cada día adorando al Señor: después de la consagración en la Misa, en las Horas Santas y en los largos períodos de adoración en las parroquias; «adoración ambulatoria» con Jesús en procesión; y especialmente en nuestra furgoneta de apoyo a la peregrinación, que estaba especialmente equipada con un tabernáculo-tabique (soporte de la custodia) que podía sostener con seguridad la custodia con Jesús en aquellas ocasiones -más de las que hubiésemos querido- en las que teníamos que conducir en lugar de caminar entre parroquias y diócesis.

Estábamos acostumbrados a las otras formas de adoración. No estábamos preparados para la intensidad y la intimidad que teníamos a unos metros de Jesús mientras la furgoneta le servía de burro moderno. Le aclamábamos cada vez que le acogíamos de nuevo en la furgoneta. Mientras conducíamos, le adorábamos casi siempre en silencio, pero también rezábamos con él y para él la Liturgia de las Horas, rezábamos a su Madre y con ella el Santo Rosario, y a veces cantábamos himnos y canciones de alabanza y adoración. Y, al menos una vez al día, hacíamos una larga oración espontánea de los fieles, alabándole, agradeciéndole, pidiéndole perdón e intercediendo por los demás, y pidiéndole lo que necesitábamos.

Éramos conscientes de lo singular de la experiencia. En algunas ocasiones, cuando íbamos por la autopista, otros coches, al ver a Jesús expuesto y a nosotros adorándole, recorrían intencionadamente kilómetros junto a la furgoneta, adorándole también. Muchos otros, cuando esperábamos en la furgoneta con el Santísimo Sacramento antes de entrar o salir de una iglesia, se arrodillaban conmovedoramente junto a la furgoneta en la hierba y en el asfalto.

Una vez, cuando conducía la furgoneta durante la adoración móvil, por costumbre, miré por el retrovisor al acercarme a un cruce. Jesús estaba allí, en la custodia, devolviéndome la mirada. Nunca olvidaré esa imagen y cómo la interpreté consoladoramente: que Jesús mismo me cubría literalmente las espaldas. Cuando estaba en mi asiento normal ante Jesús, me deleitaba viendo cómo el conductor y el copiloto peregrinos miraban de vez en cuando hacia atrás en adoración con un amor icónico.

Es probable que nunca volvamos a tener la experiencia de una capilla de adoración móvil, pero nunca podremos borrar la experiencia del deseo de Jesús de viajar con nosotros, incluso en nuestros vehículos.

Deo Gratias

Hay mucho más que compartir: el proceso en los diluvios, estar con Jesús sobre las aguas, las conversiones a lo largo de la ruta; la intercesión palpable de nuestra patrona, St. Elizabeth Ann Seton; la gracia de la fortaleza que recibimos; los sacerdotes religiosos, hermanos y hermanas que nos acompañaron; las diferentes tradiciones culturales y étnicas que experimentamos; los milagros morales de los que fuimos testigos; las diversas dificultades que soportamos y las inolvidables historias de las personas que conocimos.

Aunque todo eso tendrá que esperar, por ahora damos gracias a Dios por habernos permitido participar en algo que hasta 2024 nunca había tenido lugar en la historia de la Iglesia -una Peregrinación Eucarística a escala nacional- y por el inmerecido privilegio que tuvimos de hacer historia como testimonio de que Dios-con-nosotros sigue estando muy presente.

Le damos gracias por habernos hecho testigos, también, de la receptividad y la respuesta de la Iglesia en Estados Unidos, que fue un preludio de lo que todos vieron en el Congreso Eucarístico Nacional, con unas 60.000 almas reunidas para dar testimonio de la Presencia Real.

Y pedimos su ayuda para que todos nosotros continuemos con Él en la peregrinación eucarística de la vida cristiana, que no conduce a Indianápolis, sino a la plenitud eucarística de la Jerusalén celestial".