El Coordinador de Exorcistas en la Arquidiócesis de México pide: "Trabajar unidos contra el mal"
El Presbítero, sacerdote Guillermo Barba Mojica, quien ha sido nombrado Coordinador de Exorcistas en la Arquidiócesis de México el 22 de agosto por el Cardenal Norberto Rivera Carrera, nada más asumir sus funciones, puso sabiamente el ministerio a su cargo bajo la protección de la Santísima Virgen María, quien en su Sí rotundo a Dios confirmó la derrota eterna del mal, que ya había señalada en su Inmaculada Concepción.
En la entrevista que concedió al semanario católico Desde la fe, reconoció que el nuevo nombramiento le causó una gran impresión: “No me lo esperaba, cuando el señor Cardenal me preguntó cómo me sentía, contesté: «con miedo». «¿Le tienes miedo al diablo?« -me interrogó el Sr. Cardenal-, y le respondí que tenía algunas reservas, pero es una obediencia de fe, y lo hago con toda la fuerza y la gracia de nuestro Señor”.
El flamante Coordinador de Exorcistas pone toda su confianza en Jesucristo, “vencedor del mal y del pecado, para que me dé las fuerzas y las luces necesarias para desempeñar bien este servicio pastoral al que Dios me ha mandado a través de mi Obispo. Me pongo, desde luego, bajo la protección de la Santísima Virgen, también vencedora del mal, del demonio que aplastó y derrotó”, añadió el P. Barba, quien desde hace tres años se desempeña como exorcista de la IV Vicaría “San Miguel Arcángel”.
El sacerdote reconoció las dificultades que enfrentan sus pares en este que calificó como “un ministerio muy silencioso, que a veces hace estallido por la morbosidad, por la curiosidad, porque muchas veces se quiere ver al exorcismo como algo sobrenatural”.
Agregó el sacerdote que todos deben “trabajar unidos contra el mal porque es una tarea que concierne a toda la Iglesia, no sólo a los sacerdotes exorcistas, porque se trata de ir en contra de todos los males que existen y atender a aquellas personas que buscan su liberación, que es lo más importante, sanar, liberarse para vivir la encarnación del amor de nuestro Señor”.
¿Qué es lo más importante para llevar a cabo el Ministerio de Liberación?
Antes que nada, hay que saber cuál es la finalidad del exorcismo; tener bien claro que es algo que ocurre de forma muy remota, porque en la mayoría de los casos, las personas que son víctimas y sufren alguna manifestación del mal, lo que necesitan es una simple liberación. Estas personas llegan a la Iglesia porque es la depositaria del poder de Jesucristo y la continuadora de su obra; acuden a los sacerdotes para verse libres de los males que los aquejan, para buscar su sanación interior, porque los medios humanos son insuficientes. Pero también hay que tener presente que se trata de un ministerio de amor.
¿Cómo se enfrenta pastoralmente?
El problema es que la sociedad le ha dado mucha importancia a los campos de lo paranormal, lo sobrenatural, las supersticiones. Por eso muchos piensan que están poseídos, y eso es muy delicado. Tenemos que trabajar en la evangelización y en la formación pastoral para quitar esa mentalidad, para que puedan discernir y darse cuenta que lo que necesitan es liberarse de esos males interiores y del desequilibrio que afecta su estabilidad emocional. Debemos concientizarlos de que no se trata de una posesión, sino muchas veces de trastornos que en la mayoría de los casos son provocados por lo que está aconteciendo en la sociedad.
¿Cuál es su mensaje al presbiterio?
Primero que nada, quiero llamarlos a tener información de lo que es el Ministerio de la Liberación, porque hay dos tipos de sacerdotes: quienes creen y quienes no; unos que ven diablos por todas partes, y otros que no ven nada. Creo que debemos trabajar en esos dos aspectos, porque el primer filtro para discernir si se requiere o no de un exorcismo, son precisamente los sacerdotes.
¿Qué le dice a los fieles respecto del mal?
Lo principal es que se acerquen a Dios; que van a encontrar su liberación, su paz interior, en la medida en que procuren todos los días una vida espiritual, sacramental y de oración. Para que puedan liberarse deben tener fe en nuestro Señor y en la Iglesia representante de Él, depositaria de todo su poder, y vivir plenamente apegados a Jesús.