Evangelización

Cristo en la Eucaristía es la esperanza de los refugiados

La eucaristía, pan cotidiano para los pobres, fuente de vida de los misioneros y quienes se convierten por ese mismo encuentro con Cristo sacramentado.
por Redacción 02-01-2015
gary

Tenía setenta años cuando conoció una vez más de la misericordia de Dios al superar un cáncer de páncreas. Para él su recuperación fue un signo explícito de Cristo invitándolo a continuar su labor entre los refugiados en África. Hoy, a sus 78 años y con más de cincuenta de sacerdote, el jesuita Gary Smith, miembro del “Jesuit Refugee Service” (JRS *), testimonia cómo la Eucaristía, “Cristo vivo”, es la fuente de toda gracia y esperanza en los campos de refugiados... Cuatro testimonios, cuatro lugares que hablan de la “Buena Nueva, del Evangelio” que surge de la Eucaristía y que el padre Smith narra con sus propias palabras...Acompañando el corazón de la fe (campamento de Rhino, Uganda)En Nochebuena, a punto de oscurecer, celebré una misa en la aldea de refugiados de Agulupi, en el campamento de Rhino, norte de Uganda. Era una noche cálida, y habría unas 70 personas en la pequeña capilla de techo de paja. El polvo lo cubría todo y podía oler el sudor de quienes llenaban con alegría el espacio. Una lámpara de queroseno colgaba de un pilar de madera a la derecha del altar. Enormes polillas chocaban una y otra vez contra la luz, y de vez en cuando, se oía una mano que aplastaba a un mosquito. La gente del pueblo cantaba la deliciosa música litúrgica y 20 niñas de primaria danzaban alrededor del altar.Agulupi fue el hogar de muchos sudaneses que habían huido a Uganda a través del Congo. Después de la comunión, los cantantes interpretaron un villancico en lingala, la lengua del este del Congo, representando una imitación del llanto del niño Jesús. Los bailarines suspiraban mientras se cubrían el rostro con los brazos simulando gemir. Eso me llegó directo al corazón: un llanto de Dios hecho hombre escuchado a través de los siglos; y, también, un eco de los lamentos de los refugiados que han vivido un largo camino de huida y sufrimiento. Al igual que en ese nacimiento en un establo, se percibe - en toda esta doliente pobreza - una esperanza que renace y una fe a la que se abraza de nuevo. Tenía que estar allí, para acompañar los corazones de esta pequeña comunidad en su esperanza de Navidad. Tras la misa, la gente, con su sonrisa y los ojos cansados, interpretaron canciones tradicionales de Navidad en sus lenguas maternas.Acompañando la expresión de la fe (campamento de Kakuma, Kenia) Como uno de aquellos grandes trenes a vapor, con sus ruedas girando, la capilla de Saint Stephen rugía - a toda velocidad - en el último himno de acción de gracias de la liturgia del Domingo de Pascua. Mientras celebraba la misa, me sentí arrastrado por la última canción, interpretada por cantantes y bailarines de Ruanda y Burundi. Era una efervescente, rebosante y espectacular formación: niños bailando, mujeres cantando y dando palmas rítmicamente, y una incontenible congregación El de varias nacionalidades que, a cada verso, aumentaba su volumen y esa peculiar alegría que misteriosamente caracteriza a la Iglesia africana. Fue electrizante. Siempre lo es.Era la expresión de la fe contenida en los momentos antes descritos. El JRS estuvo presente, afirmándola, acompañándola. Pero fue aún más allá. Ocurrió al dramatizar la Escritura.Estando en África, pronto aprendí que las homilías, traducidas o no, no interesan, provocando esos terribles momentos en que el celebrante sabe que la gente mira, pero no escucha. Las palabras no significan nada. Pero si se invita a la congregación a hacer una dramatización del Nuevo Testamento, entonces uno abre el Evangelio, como quien rompe un huevo. Y esto se debe a que, así, las personas expresan a su manera su comprensión de la Palabra. No sólo se habla sobre el significado de la parábola del Hijo Pródigo, sino del padre y de la madre y de su problemático hijo. El diálogo sigue hasta el momento en que el hijo pródigo, tras perderlo todo en Nairobi, cae de rodillas y suplica perdón. La sufrida madre perdona al hijo y dice a todo el mundo que celebrará una fiesta. Mi hijo estaba muerto y ahora mirad: vive. Todos aplaudieron, muchas sonrisas. Pregunto a la madre por qué perdonó. Me mira con incredulidad: Porque él es mi hijo. Y al hijo: ¿por qué te perdonó?: Porque soy el hijo de mi madre; voy a cambiar. Pregunto a la congregación si están de acuerdo. Se conversa, se comenta sobre la expresión dramática de lo que han presentado. Ellos lo entienden. Mejor que yo. En ese momento, no es exagerado señalar la conexión entre el corazón miseriocordioso de la criatura y el corazón miseriocordioso del Creador. A la gente le encanta expresar su fe a través del teatro. La Eucaristía es el momento en que esto ocurre. La expresión de la fe es un hueso duro de roer para la iglesia, pero se puede hacer a través del teatro junto a otras expresiones eucarísticas: la oración, la danza, el canto, los gestos.Acompañando a los que acompañan (frontera entre África del Sur y Zimbabue)Thandi, la directora del proyecto del JRS, lloraba mientras trataba de transmitir - en las plegarias de los fieles - su dolor por una joven de Zimbabue, a quien había entrevistado ayer. A la mujer, madre de un niño pequeño, y cuyo esposo murió asesinado en Zimbabwe, le robaron y la violaron cuando venía a Sudáfrica a través del traicionero terreno boscoso que separa ambos países. Hundida y herida, llegó a nuestra oficina del JRS. Thandi se lamenta: "¿Cómo podemos ayudar, cómo podemos estar junto a ella, cómo voy a perdonar a los monstruos que acechan a nuestro pueblo? ¿Cómo vamos a encontrar la esperanza? Es por eso que estamos aquí, ahora, en esta Eucaristía diaria".

Todas las mañanas durante la semana, el personal del proyecto del JRS en Makhado, Sudáfrica (a unos 80 kilómetros al sur de la frontera con Zimbabwe), celebraba una misa. Éramos siete: cuatro sudafricanos, dos zimbabuenses y yo. Con frecuencia las oraciones eran en Venda o Shona. La Eucaristía se convirtió en un instrumento de acompañamiento y alimento para todos nosotros antes de entrar en los intensos días en que solían llegar centenares de zimbabuenses que huían de la desintegración, la persecución y la pesadilla en su país. No era sólo una cuestión de entrevistar y evaluar, de ayudarles a encontrar un trabajo o a familiares en Johannesburgo, Durban o Pretoria. A menudo suponía momentos intensos y difíciles con personas que lo habían perdido todo, extraños en un país extraño, que habían sido emboscados por bandas de ladrones en el camino hacia el sur. Excepto la vida, lo perdieron todo: zapatos, dinero, documentos y números de teléfono esenciales. Y, por supuesto, su frágil sentido de la autoestima y dignidad. Estos momentos exigían una enorme presencia y fortaleza de visión del personal. Era en la Eucaristía diaria donde alimentábamos a aquellos a quienes acompañamos; nosotros estábamos acompañados, si se quiere, por Jesús, que nos había llamado a servir a los últimos de los hermanos y hermanas en esa frontera torturada donde se encuentra la oficina del JRS .Acompañando el amor y el sufrimiento (Adjumani, norte de Uganda)A punto de acabar la misa en Obilokogno, una capilla de habla Madi en un campo de refugiados, tras la comunión, me trajeron una mujer. Tuvo convulsiones y se desmayó cuando acababa de comulgar y regresaba a su sitio en esta capilla con suelo de tierra y techo de paja. Estaba catatónica, en un estado post-traumático, cuando me la trajeron en brazos, con mucho amor y cuidado, los cristianos que la rodeaban, y cuya mirada era la de quienes se preocupan y - más profundamente - la de un pueblo que había soportado tanto castigo en su huida de Sudán y que había visto el sufrimiento de sus hermanos y hermanas.

Ungí a Rachel, orando en su lengua materna para que Dios la curase y bendijese. Se relajó y su cuidadora la llevó afuera, donde la pusieron con cuidado sobre una manta y entre varios robustos jóvenes la llevaron a una clínica cercana, a un kilómetro de distancia. Aquí la Eucaristía nuevamente acompaña, siendo la ocasión en que las personas pueden traer a sus enfermos. Y lo hacen con amor. La Eucaristía es un momento en el que las personas y la comunidad pueden compartir su amor y sufrimiento con los demás; los refugiados son víctimas de la enfermedad por su inestabilidad. Algunos de los padecimientos son, por supuesto, físicos y en algunos, la enfermedad puede atacar el alma en la oscura incertidumbre de la vida cotidiana en los campamentos de refugiados.Conclusión: Y estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo (Mateo 28:20).Cristo viene a nosotros en la Eucaristía, nos alimenta y nos acompaña. Somos alimentados y fortalecidos, y en tanto que fortalecidos por el poder y el amor de Cristo, acompañamos los corazones de los refugiados en su búsqueda y afirmación de su fe, en su expresión de la misma, en la esperanza diaria, el sufrimiento y el amor en sus vidas. Por último, la Eucaristía acompaña a los que sirven a los refugiados. La Eucaristía es la fuerza centrípeta que nos lleva a profundizar en la relación con el Corazón de Dios, y es la fuerza centrífuga que nos envía a todas partes, para acompañar, servir y defender con el mensaje de ese Corazón, manifestado en Jesucristo.

(*): Establecido en 1980 por el padre Pedro Arrupe, el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS), fuente de este artículo, es una organización católica internacional que trabaja en más de 50 países, con la misión de acompañar, servir y defender los derechos de los refugiados y desplazados forzosos. La misión confiada al JRS comprende a todos los que han sido apartados de sus hogares por los conflictos, los desastres humanitarios o las violaciones de los derechos humanos, de acuerdo con la enseñanza social católica que define como refugiado "de facto" a múltiples categorías de personas.