3 palabras para una buena muerte, por si no alcanzas a prepararte sacramentalmente
Las 3 palabras son una devoción enseñada por Jorge Loring Miró, sacerdote jesuita de origen español fallecido el 25 de diciembre de 2013 y que, sin embargo, sigue presente en las redes sociales como incansable evangelizador, apasionado apologeta y defensor de la doctrina católica.
Siempre vestido de negro y cuello clerical, es fácil reconocerlo, no solo por su aspecto físico, sino por su amor a la Eucaristía, sus catequesis, sus potentes conferencias y sus libros, entre ellos el más exitoso: Para Salvarte.
En una de sus ponencias más impactantes -que también ofrecemos en el video sobre estas líneas- padre Loring reflexiona sobre la buena muerte. Advierte el sacerdote, que "lo más seguro es que a la hora de la muerte ustedes y yo no tengamos al lado a un sacerdote" ... para confesarnos, comulgar, recibir la Unción de los Enfermos y estar así en gracia de Dios como enseña la Iglesia. ¿Qué hacer entonces?
Al respecto padre Loring enseña que hay lo que él llama una «salida de emergencia». Es decir, en ausencia de sacerdote... implorar a Dios el perdón de los pecados. Para ello solo basta que repitamos a conciencia, contritos, dice, tres palabras: «Dios mío, perdóname».
La esencia del acto de contrición -destaca el sacerdote- es pedir perdón a Dios por amor. Sobre esto, con su peculiar y castizo estilo, lo explicaba así:
"El amor está en el MÍO. El posesivo MÍO es amoroso. Cuando una madre le dice a su niño «cielo mío» es porque lo ama. Pero una madre no le dice a su niño: 'cielo de Constantinopla'. Eso será geografía o meteorología, pero no amor. 'Cielo mío' sí es amor. El amor está en el MÍO".
Así pues, dice padre Loring que cuando repetimos «Dios mío, perdóname», estamos pidiendo a Dios, a quien amamos, que perdone nuestros pecados. Así resumía el acto de contrición perfecta, hecha por amor a Dios, la cual recomendaba realizar en momentos específicos.
Si lo repites a diario no lo olvidas
La recomendación del padre Loring es la siguiente: «Este acto de contrición, en tres palabras, suelo recomendar rezarlo todas las noches, después de las tres avemarías antes de acostarse. Por dos razones: Una, para que nos acordemos de hacerlo, en caso de peligro. Si lo repites a diario, no lo olvidas. Y otra, por si nos morimos esa noche. Esto es posible, aunque no sea probable. Pero muchos se acostaron haciendo planes para el día siguiente, y no volvieron a despertarse».
Ayudar a la buena muerte del prójimo
En una de sus conferencias, el P. Loring agregó que también podía servir para ayudar a una persona a bien morir, haciendo esto cuando no haya sacerdote que pueda confesar al moribundo: repetir con el agonizante tres veces "Dios mío, perdóname" o incluso, decirlo si la persona acaba de fallecer.
Letanías de la Buena Muerte
Jesús, Señor, Dios de bondad, Padre de misericordia, aquí me presento ante Ti con el corazón humillado, contrito y confuso, a encomendarte mi última hora y la suerte que después de ella me espera.
Cuando mis pies, fríos ya, me adviertan que mi carrera en este valle de lágrimas está por acabarse; Jesús misericordioso, ten compasión de mí.
Cuando mis manos trémulas ya no puedan estrechar el Crucifijo, y a pesar mío lo dejen caer sobre el lecho de mi dolor; Jesús misericordioso, ten compasión de mí.
Cuando mis ojos, apagados con el dolor de la cercana muerte, fijen en Ti por última vez sus miradas moribundas; Jesús misericordioso, ten compasión de mí.
Cuando mis labios fríos y balbucientes pronuncien por última vez Tu santísimo Nombre; Jesús misericordioso, ten compasión de mí.
Cuando mi cara pálida amoratada cause ya lástima y terror a los circunstantes, y los cabellos de mi cabeza, bañados con el sudor de la muerte, anuncien que está cercano mi fin; Jesús misericordioso, ten compasión de mí.
Cuando mis oídos, próximos a cerrarse para siempre a las conversaciones de los hombres, se abran para oír de Tu boca la sentencia irrevocable que marque mi suerte para toda la eternidad; Jesús misericordioso, ten compasión de mí.
Cuando mi imaginación, agitada por horrendos fantasmas, se vea sumergida en mortales congojas, y mi espíritu, perturbado por el temor de Tu justicia, a la vista de mis iniquidades, luche con el ángel de las tinieblas, que quisiera precipitarme en el seno de la desesperación; Jesús misericordioso, ten compasión de mí.
Cuando mi corazón, débil y oprimido por el dolor de la enfermedad, esté sobrecogido del horror de la muerte, fatigado y rendido por los esfuerzos que hubiere hecho contra los enemigos de mi salvación; Jesús misericordioso, ten compasión de mí.
Cuando derrame mis últimas lágrimas, síntomas de mi destrucción, recíbelas, Señor, en sacrificio de expiación, para que muera como víctima de penitencia, y en aquel momento terrible, Jesús misericordioso, ten compasión de mí.
Cuando mis parientes y amigos, juntos a mí, lloren al verme en el último trance, y cuando invoquen Tu misericordia en mi favor; Jesús misericordioso, ten compasión de mí.
Cuando perdido el uso de los sentidos, desaparezca todo el mundo de mi vista y gima entre las últimas agonías y afanes de la muerte; Jesús misericordioso, ten compasión de mí.
Cuando los últimos suspiros del corazón fuercen a mi alma a salir del cuerpo, acéptalos como señales de una santa impaciencia de ir a reinar contigo, entonces: Jesús misericordioso, ten compasión de mí.
Cuando mi alma salga de mi cuerpo, dejándolo pálido, frío y sin vida, acepta su destrucción como un tributo que desde ahora quiero ofrecer a Tu Majestad, y en aquella hora: Jesús misericordioso, ten compasión de mí.
En fin, cuando mi alma comparezca ante Ti, para ser juzgada, no la arrojes de Tu presencia, sino dígnate recibirla en el seno amoroso de Tu misericordia, para que cante eternamente tus alabanzas; Jesús misericordioso, ten compasión de mí.
Oración. Oh, Dios mío, que, condenándonos a la muerte, nos ocultas el momento y la hora, haz que, viviendo santamente todos los días de nuestra vida, merezcamos una muerte dichosa, abrasados en Tu divino amor. Por los méritos de Nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo, en unidad con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.