Desde el 11 de agosto de 1942, en el bello interior de la iglesia románica de Santo Domingo, en Soria, día y noche y 365 días al año, una comunidad de Monjas Clarisas adora el Santísimo Sacramento. “Nuestra intención es que cada vez más gente conozca la presencia real de Jesús Eucaristía”, explica a revista Misión la hermana Clara María.
Por eso, las puertas de este monasterio, que hierve en vocaciones jóvenes, permanecen abiertas al público de siete de la mañana a nueve de la noche. “En medio del silencio, el Señor nos espera. No es una forma de hablar: Él está realmente presente en el pan. En la adoración, al contemplarle, tu corazón y tu alma van recibiendo todo su amor”, concreta la religiosa.
Una práctica que nutre la fe
Los frutos espirituales de esta práctica son tan abundantes que el Papa ha concedido a las clarisas de Soria un Año Jubilar con motivo de los 75 años de exposición ininterrumpida del Santísimo. Una exposición que las religiosas han llevado también a la localidad madrileña de Valdemoro, donde dirigen otro monasterio al que día y noche acuden jóvenes, ancianos, familias con niños e indigentes a orar ante la Custodia. Soria y Valdemoro se suman así a una lista cada vez más amplia de lugares en los que, de forma sigilosa y discreta, la adoración eucarística va creciendo, tras décadas de abandono entre las comunidades religiosas.
Ya sea a través de una hora de exposición a la semana, en capillas de adoración ininterrumpida o prolongada, o por turnos en mitad de la noche, “la adoración nos está cambiando la vida a muchas personas, porque es el Señor es el que te cambia el alma”, explica María José Moreno, adoradora en Toledo.
“Una hora de adoración va redirigiendo poco a poco nuestro rumbo por el camino adecuado. A mí me ayuda a tener mayor presencia de Dios en mis quehaceres diarios y a tratar de mejorar como persona”, añade Rafael Arévalo, cirujano, padre de cuatro hijos y adorador en Córdoba. Su experiencia es similar a la de Marta de Diego, madre de seis hijos y residente en Reino Unido.
Tras un tiempo como adoradora en Boadilla del Monte (Madrid), su familia se mudó a la ciudad inglesa de Bath, donde propusieron al párroco tener una hora de adoración comunitaria. Poco después iniciaron la adoración durante siete días y seis noches por semana. Ahora, a su parroquia de Saint John Evangelist “acuden personas de todo Bath y de ciudades cercanas, otros que pasan la noche adorando a Jesús, y también drogadictos, mendigos, ancianos, jóvenes y niños de catequesis, que cada semana tienen una hora con el Señor y que en muchos casos acaban convirtiendo a sus padres en adoradores”.
Para llevar a más personas ante Cristo Eucaristía, Marta y sus compañeros plantaron hace unas semanas una tienda de campaña en las calles de Bath, con el Santísimo expuesto. El resultado fue espectacular: “Algunos adoraban, otros cantaban y otros invitábamos a las personas a entrar. Los que mejor respondieron fueron los pobres”, destaca.
Y llega lluvia de bendiciones
Las anécdotas de Lofeudo son un catálogo de gracias: “En torno al año 2000, la ciudad italiana de Trieste registraba el mayor índice de suicidios del país, pero hace diez años pusimos la adoración perpetua y ese año se redujo drásticamente el número”. Algo similar ocurrió en Ciudad Juárez (México), uno de los lugares con más homicidios del planeta, o en Guatemala, en los 90, “donde zonas muy peligrosas cambiaron gracias a la adoración”.
El mundo tiene necesidad del culto eucarístico
“La adoración –señala Lofeudo– es la respuesta inmediata, espontánea ante la presencia divina. Dios está en la Eucaristía y su presencia debe ser recuperada en la fe. Nos falta fe, y esta se alimenta con la oración y la adoración. Si la Eucaristía está en crisis es porque la fe en ella está en crisis”. Por eso, con la adoración “ponemos al Señor en el centro de nuestra vida, y cuando eso ocurre, todas las cosas ocupan su correcto lugar”, señala.
En definitiva, y como recordaba san Juan Pablo II: “La Iglesia y el mundo tienen gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo. ¡No cese nunca nuestra adoración!”.