La tarde del 28 de julio de 1955, el arquitecto Giuseppe Gentile -apodado con cariño “Geppino” y quien estaba construyendo la nueva iglesia en San Giovanni Rotondo (Italia)-, fue a saludar al Padre Pío poco antes de que se acostara a dormir. “Padre -le dijo- mañana tengo que ir a Boiano (Campobasso), porque se decidirá judicialmente un asunto. Mi suegro, había cedido una casa a mi primera esposa y desde que ella falleció, pretende revocar esa decisión. No puedo aceptarlo, porque tengo un hijo con derechos a la herencia de su madre”.

“¡Tanto pensar en el éxito del juicio!... terminará matándote”, contestó el Padre Pío.
“Oye padre, ¿esperas que me convierta en un gorrión?”, respondió el arquitecto. Y el padre Pío insistió en advertirle: “Sé prudente, porque esto es serio”.
“Haré todo lo posible por ser cuidadoso”, respondió Giuseppe.

El Santo lo bendijo y Geppino partió. Llegó a su casa sobre las 20:00 PM y al día siguiente fue a saludar a su suegro para proponerle un acuerdo. Lo encontró inquebrantable y duro. “Todavía tengo un hijo y debo pensar en el hijo, no en el nieto”, fue la respuesta que recibió.

El juicio se resolvió a favor del arquitecto, quien después de la sentencia permaneció en el tribunal y rehusó la invitación a almorzar de los familiares, diciéndoles… “Quisiera ocuparme de los detalles finales de la causa y volver donde el Padre Pío”.

Mientras, el suegro de Giuseppe salía furioso del lugar gritándole desde la escalera: “Tú ganaste la causa, pero no te dejaré hacer pública la sentencia”.

En cuanto el arquitecto salió a la calle, el suegro, que lo esperaba en la puerta armado con un revólver, se volvió contra él y puso en acción su desquiciado plan. Eran las 13:00 PM. El primer disparo alcanzó a Geppino en un hombro. Empezó a tambalearse, pero como zigzagueaba los tres tiros siguientes fallaron el blanco. Se refugió en una carnicería y cayó al suelo. Salvó de ser rematado gracias a que el carnicero inmovilizó al descontrolado agresor.

Lo llevaron al hospital y aunque fue operado de inmediato los médicos no pudieron extraer la bala de su cuerpo. En todo ese tránsito de tiempo Geppino sólo repetía: "¡Pásenme mi maletín, que ahí tengo el crucifijo del Padre Pío!". No había olvidado el arquitecto que el santo de los estigmas se lo había regalado diciéndole: "En los momentos de necesidad dale un beso, y yo estaré cerca de ti".

Cuando Nina, esposa de Geppino, fue avisada del incidente sólo preguntó: “¿Ha muerto?” y al escuchar que su marido estaba en el hospital, de inmediato añadió: “Entonces el Padre Pío lo salvará”.

Impulsada por esa esperanza partió de inmediato y al llegar se encontró con dos sacerdotes junto al lecho, consolando al paciente. Justo entonces él les dijo: "¿Ven que lo han logrado? avísenle al Padre". Y un primo del herido envió un telegrama a San Giovanni Rotondo. El Santo estaba en el coro disponiéndose a rezar cuando se lo leyeron y solo dijo: “Lo esperaba”.

Pero luego de transcurrir la tarde y luego la noche el arquitecto no lograba encontrar alivio. Desolado y llorando por el dolor murmuraba… "pero quién me va a sanar". A medianoche ya le costaba respirar y mientras miraba hacia la ventana oyó, dice, un susurro. En ese instante una oleada de perfume lo envolvió y supo que el Padre estaba allí.

Ocho días después los médicos le llevaron nuevamente al quirófano, logrando encontrar y extraer la bala. Esa misma noche, mientras le operaban el Padre Pío dijo en su habitación a los frailes que le ayudaron a acostarse: “¡Ah, por fin..., este hombro! No podía soportarlo más”.

Poco a poco el arquitecto recuperó sus fuerzas, abandonó el hospital y al recordar lo sucesos del ataque señalaba lleno de convicción: “La mano que me tiró de aquí para allá, haciéndome escapar de los disparos, fue la del Padre Pío o la del Ángel de la guarda que él me envió”.

Pocos días después del atentado, en la tarde del 1 de agosto, el superior del convento y yo fuimos donde el Padre Pío; el Padre Carmelo da Sessano le tranquilizó sobre el estado del paciente diciéndole: "Así Padre ya no sufrirás otra mala noche pensando". El Santo, refiriéndose a las tardes anteriores, sonriendo, respondió: "Y no sólo era en el pensamiento".
 
 
Fuente: Padre Marcellino IasenzaNiro, “Il Padre. San Pio da Pietrelcina. Sacerdote carismático”, pp. 397-399

 
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