Todos los códigos éticos antiguos se basaban en el principio de justicia, la ley básica que regula las relaciones interpersonales. Basta recordar que el principio "ojo por ojo y diente por diente" (Levítico 24:19) aparece no solo en la Biblia, sino ya en tiempos babilónicos, en el famoso código del rey Hammurabi.

 

Por eso las palabras de Jesús, quien, refiriéndose a este principio, pronuncia una frase que todavía hoy despierta ansiedad en muchos cristianos, parecen tan chocantes e incomprensibles para muchos. En su Evangelio, San Mateo las escribió de la siguiente manera: "Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra". (Mt 5,38-39).

 

¿Entonces, Jesús animaba a sus discípulos a la sumisión total y a la pasividad completa ante todas las manifestaciones del mal? ¿Se supone que debemos ser víctimas pasivas de la violencia e incluso exponernos voluntariamente a nuevas torturas, poniendo la otra mejilla a los opresores?

Todo en nosotros se niega a hacerlo. Porque sumidos en el miedo ante la violencia sorda de los agresores podemos poner la otra mejilla, manteniendo exteriormente la sumisión, pero albergando en nuestros corazones el odio. Entonces, ¿qué quiere decir realmente Jesús cuando nos anima a no resistir el mal?

 

No es baladí que la palabra στρέφω, traducida habitualmente como 'poner' una mejilla, signifique literalmente 'volver', 'devolver', 'dirigir' algo hacia algo. Esto es significativo en la medida en que el gesto de poner la otra mejilla hacia alguien -especialmente cuando se ha golpeado a la primera- significa disposición a la relación, al diálogo, al perdón.

 

Por lo tanto, no se trata de dejarnos golpear en la cara sin pensar, sino de no dejar que la agresión y la violencia del perpetrador despierten en nosotros las mismas cosas que lo gobiernan: el odio, la hostilidad, la falta de perdón.

 

Desafortunadamente, el uso del principio de "ojo por ojo" como medida de justicia interpersonal conduce a esto. Externamente, somos capaces de hacer cumplir la retribución que nos corresponde, pero no hay reconciliación entre nosotros y el prójimo que nos hace daño, la relación se rompe. Como resultado, aunque sentimos que se ha hecho justicia, en realidad la brecha entre nosotros y el malhechor se está ampliando.

 

Además, nuestros corazones a menudo son incapaces de estar en paz, y preferimos no tener nada que ver con la persona que nos ha hecho daño. Por esta razón, Jesús nos invita a no resistir al mal con métodos similares, sino a estar siempre dispuestos al perdón y a la reconciliación. Esto es lo que significa el gesto simbólico de poner la otra mejilla hacia quien nos ha golpeado.

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