Querido Fernando de Haro: Hace algunos días recibí el obsequio de tu libro Don Giussani, el ímpetu de una vida (ed. Almuzara) e intuyo que es uno de los libros que más te ha gustado escribir.

 

El fundador de Comunión y Liberación (CL) contaba hasta ahora con una voluminosa biografía de Alberto Savarona, que leí hace años y de la que tomé detalladas notas en cuadernos, y cabría preguntarse si un nuevo relato de su vida añadiría algo nuevo.

 

La respuesta sobre la novedad la ha encontrado en tu estilo, que algunos llamarían “nuevo periodismo” y otros “biografía novelada”.

 

Yo, en cambio, veo el libro como una especie de guión cinematográfico, con sus escenas y diálogos, aunque a la vez el texto es muy sugerente en imágenes, que bien podrían formar parte de algún documental en la línea de los que has realizado.

 

A mí me han gustado particularmente los capítulos dedicados a la infancia y juventud de don Luigi Giussani, la expresión del legado familiar que ha acompañado durante toda su existencia a este sacerdote milanés. “Date siempre razón de todo, no hagas las cosas por que sí” le dice su padre. “¡Qué bello es el mundo! ¡Qué grande es Dios!” le dice su madre. En estas sencillas frases encuentro la armonía de la razón y la fe, que en la vida de un cristiano no pueden separarse. Esta armonía está presente en el joven Giussani cuando ingresa en el seminario de Desio.

 

También me ha llamado la atención tu referencia a la dote de Desio, es decir lo que llevó Luigi Giussani al seminario, la aportación a su identificación con Cristo como sacerdote. Creo que ayuda bastante a la recepción del libro y a introducirnos en su personalidad. Permíteme desglosar esa dote con alusiones a pasajes de tu obra.

Pasión por la música y por la belleza:Luigi Giussani heredó de su padre Beniamino la pasión por la música clásica. No frecuentaba la iglesia, pero quedaba fascinado por la música religiosa hasta el punto de buscar misas en las que pudiera escuchar obras clásicas.

 

Una de las obras preferidas de Beniamino era el Preludio de la gota de agua de Chopin, en la que Giussani verá una expresión del deseo de felicidad. Años más tarde, siendo profesor de religión en el liceo Berchet de Milán, conmoverá a sus alumnos con el Concierto para violín y orquesta de Beethoven, donde explica los solos del violín como un símbolo del hombre que quiere afianzarse a sí mismo hasta que la orquesta (la comunidad) lo toma consigo.

 

Historias contadas al caer el día: Angelina, la madre, es una gran narradora, capaz de atraer la atención de sus hijos, Luigi y Livia, con la historia de Marco en De los Apeninos a los Andes o con el episodio evangélico de Zaqueo.

 

En el niño nacerá una gran afición por la lectura, particularmente de la poesía, y en el seminario se deleita con poemas de Giacomo Leopardi, un escritor romántico no creyente, en los que encuentra un deseo de belleza y una búsqueda del Infinito.

 

Sentido de justicia de su padre: La ideología de Beniamino era socialista, pese a que vivió en la época de Mussolini. Su sentido de justicia se derivaba de la sensibilidad, la misma que le hacía amar la música, y no le hacía indiferente, por ejemplo, a la explotación de las niñas en una fábrica en la que por diez horas de trabajo cobraban un salario de miseria.

 

La sensibilidad hará descubrir a Giussani que las ideologías no dan respuesta al dolor y a la injusticia. Según él, solo un hecho podía dar esa respuesta: ¡Un hombre crucificado!

 

Religiosidad y compasión de su madre: Angelina madrugaba para ir a misa y en esas primeras horas del día, cuando empieza a clarear, admiraba la belleza de la naturaleza y da gracias a...

 

Dios. Era la madre la que, antes de las oraciones y los besos de buenas noches, recordaba a sus dos hijos que debían de rezar por los niños que no tienen un techo o por aquellos que son víctimas de la guerra. Giussani ha conocido con ella una escuela de misericordia, y muchos años después dirá: “La misericordia es el abrazo profundo del Misterio”.

 

Pobreza vivida con alegría: En su infancia Giussani conoció estrecheces económicas, las consecuencias de la gran depresión de 1929, pero sus padres no dieron lugar a la tristeza pese a la enfermedad de Beniamino y al trabajo de su madre, en condiciones de explotación, en una fábrica de seda. El sacerdote dirá que su casa “era pobre en pan, pero rica en música”. Pero fue en esa casa donde se sintió tocado por el deseo de la Belleza, que encontrará en Cristo.

 

Juegos y complicidad con su hermana: Livia, su hermana y tres años menor que Luigi Giussani, compartirá juegos infantiles y será su acompañante en aquellas salidas a los conciertos o a la ópera organizados por su padre. Toda una escuela para el afecto, un punto de partida para lo que el fundador de CL dirá al cabo de los años: “Siempre he pensado que la persona que tenía delante sea quien sea, es el camino que tengo para llegar a Cristo”.

 

Mucho éxito, Fernando, con esta vibrante biografía de don Luigi Giussani.

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