Esta es quizá una de las enseñanzas de Jesús más difíciles de aceptar. Seguimos con asombro los relatos de los milagros y señales que hizo; asentimos con aprecio cuando leemos cómo respondió a los ataques de los fariseos con una sabiduría sobrenatural. La descripción de la Pasión evoca en nosotros simpatía, y la Resurrección, alegría.

 

Sin embargo, cuando nos encontramos con el pasaje sobre amar a nuestros enemigos, surge la confusión. Si sólo se tratara de la necesidad del perdón en sí, probablemente nos inclinaríamos a aceptar que Jesús haga tanto hincapié en la reconciliación con los enemigos. Al fin y al cabo, hace tiempo que se sabe que la falta de perdón causa dolor, frustración, ira y hostilidad, que destroza por dentro, que nos encasilla en un sentimiento de maldad; que nos separa de la otra persona y nos cierra a una relación con Dios. Por tanto, la necesidad de perdón es comprensible tanto desde una perspectiva psicológica como espiritual.

 

El problema es que Jesús va aún más lejos. San Mateo, en su Evangelio, pone en su boca las siguientes palabras: "Habéis oído que se dijo: ¡Ojo por ojo y diente por diente! Y yo os digo: No resistáis al mal. Si alguien os abofetea en la mejilla derecha, ¡ponedle también la otra! Y al que quiera luchar contigo y tomar tu manto, que vaya y tome tu capa. Al que te ruegue que camines con él mil pasos, camina dos mil. Da al que te pida, y no rechaces al que quiera pedirte prestado" (Mt 5, 38-39).

 

Para la gente de la época de Jesús, sus palabras pudieron resultar tanto más chocantes cuanto que en ellas se negaba la ley eterna del talión. Al fin y al cabo, la justicia de aquella época se basaba en la suposición de que una injusticia cometida debía devolverse de la misma manera o de manera similar. Para una persona moderna, en cambio, estas palabras pueden parecer utópicas o ingenuas. ¿Cómo no defenderse de una agresión? ¿Dejarse abofetear sin sentido? ¿Comportarse como una víctima sumisa? Al fin y al cabo, ese comportamiento no cabe en una cabeza sana.

 

El perdón y la respuesta al mal

 

De hecho, el texto evangélico toca el problema del perdón y la respuesta al mal de una manera mucho más profunda de lo que parece. La palabra griega ἀνθιστημι (anthistemi), que utiliza el evangelista cuando escribe: "No resistáis al mal", significa precisamente: oponerse, resistir, oponerse.

 

¿De qué tipo de oposición se trata? Si consideramos la metáfora que Jesús utiliza en los ejemplos que cita con la bofetada y el manto y con obedecer órdenes y responder a peticiones, queda claro que no se refiere a la pasividad y a la sumisión pasiva a la violencia. Al contrario, una persona que pone la otra mejilla en un gesto de disposición a perdonar, o que ofrece a su perseguidor más de lo que el perseguidor quería extorsionarle, es alguien muy activo y que actúa de manera que sorprende a su enemigo; le sorprende con libertad interior, fuerza, desapego a las posesiones, firmeza, paz espiritual.

 

Es alguien que responde con decisión al mal, pero de un modo muy distinto al que exige la ley del talión: según las reglas del amor incondicional, que se centra en el corazón del maltratador más que en la autodefensa, y es el único que puede tocar, transformar y convertir ese corazón.

 

¿Qué conclusión se puede sacar de esto? Jesús no espera que no reaccionemos ante el mal. Al contrario, nos invita a intentar responder a él con métodos distintos de los que dicta el propio mal. De lo contrario, corremos el riesgo de que, en lugar de ponernos del lado del bien, empecemos a ser como los malhechores, metiéndonos en el pellejo de su violencia, su ira y su miedo enmascarados bajo un manto de agresividad.

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