Los jinetes del Apocalipsis deben ser unas de las imágenes mayor notoriedad, tanto visual como textual, de la historia de nuestra civilización. En nuestra época dieron título a una novela fundamental de Blasco Ibáñez, que para más fama se transformó en una película.

 

Son famosos, aunque su significado no sea del todo claro. Forman parte del inicio del capítulo sexto (6, 1-8) del libro que cierra la Biblia, el Apocalipsis. Narra en lenguaje alegórico como Jesús abre los cuatro primeros sellos de los siete que cierran el pergamino que se encuentra en la mano derecha de Dios, y de ellos surgen los jinetes montando, el primero un caballo blanco, bermejo el segundo, negro y amarillo o pálido, los dos siguientes. El primero, sujeto a diversas interpretaciones, es la Iglesia triunfante, aunque en otras versiones lo presenten como lo opuesto, el “Gran Engañador”, que vendrá con el fin de los tiempos. Los siguientes son por este orden la guerra, el hambre, y la muerte o la peste, que así, indistintamente, es designado.

 

Guerra, hambre, peste. Estos han sido en la historia de la humanidad, los grandes temores, entrelazados, en mayor o menor medida.

 

En nuestro tiempo los miedos ante el futuro cabalgan sobre muchos más caballos. Todo lo que hemos ganado en bienestar, ciencia y tecnología, lo hemos perdido en confianza en el futuro.

 

Ahora mismo, en este final del 2021, sigue presente el temor de la Covid-19 en las actuales mutaciones y las que puedan producirse. Ómicron ensombrece el panorama, que a su vez ya castigó la variante que domina, la Delta. Las vacunas ciertamente nos protegen, pero no clausuran la amenaza. Todo nos recuerda lo peligroso que puede ser un mundo en el que el coronavirus tenga tantas posibilidades de perfeccionarse a sí mismo para contagiarnos más y mejor, porque este es su destino. En este contexto la lentitud de la vacunación mundial es un grave riesgo, porque al ritmo actual, hasta 2050 no se habría alcanzado un grado de inmunidad global adecuado para coartar su propagación. El jinete de la peste cabalga con fuerza.

 

Por descontado hay un temor creciente a la crisis climática, el miedo a que la mayor energía que absorbe la atmósfera por efecto de los gases de efecto invernadero, desencadenen grandes catástrofes que para algunos ya son evidentes. A ellas se les añaden otros grandes riesgos potenciales, como el deshielo del permafrost, el suelo congelado siberiano, que liberaría metano, un gas cuyo impacto en el aumento de la temperatura es muy superior al dióxido de carbono, que centra nuestra atención. O la posibilidad de que queden alteradas las dos grandes corrientes de agua que regulan el clima de nuestro planeta, la Niña y el Niño, o la acidificación de los océanos. Y para citar el último caballo, lo que parece ser una reducción de la troposfera, aquella capa que por encima de la atmósfera nos separa del espacio exterior.

 

¿Y más allá de la Tierra? ¿Acaso no existe un temor a que un cometa o asteroide choque un mal día sobre la Tierra y provoque una gran extinción? Este temor está lo suficientemente fundado como para que la NASA lleve a cabo la Misión DART (Double Asteroid Redirection Test o Doble Prueba de Redirección de Asteroides), el primer intento de alterar la órbita de un asteroide mediante un cohete Falcon 9 de SpaceX lanzado desde la Base de Vandenberg (California) el pasado 4 de noviembre, a las 7:21 de la mañana, hora peninsular española. Una fecha, que no por desapercibida deja de ser histórica.

 

Y sin necesidad de salir de nuestra Tierra, la tensión creciente con Rusia en la frontera de Ucrania o el potencial conflicto por Taiwán entre China y Estados Unidos, han creado un estado de cosas, que no es, pero se asemeja al periodo de Guerra fría, solo que ahora los cohetes con armas nucleares pueden volar mucho más rápido, a varias veces la velocidad del sonido.

 

Y las grandes emigraciones hacia Europa y los Estados Unidos, como refugiados políticos o buscando una vida algo mejor, tanto da. El hecho es que decenas de miles de personas lo intentan cada año. Muchas mueren en el intento y una gran parte se acumulan en las periferias. Y esta dinámica no puede por menos que recordar, sin abusar del paralelismo, las penetraciones y asentamientos de los pueblos de más allá de los lindes del Imperio Romano, ostrogodos, visigodos y francos en Occidente, y eslavos en Oriente. Este flujo está generando poderosas reacciones interiores de quienes lo temen o rechazan. Incluso hay quienes creen en el “Gran Reemplazo” de las poblaciones europeas por otras, sobre todo musulmanas. Realidad o alarmismo, lo cierto es que la dinámica demográfica favorece aquella tesis. Claro que estas reacciones serían más tenues si los europeos, a diferencia de los estadounidenses, tuvieran una descendencia suficiente.

 

Y si seguimos rastreando la Tierra en su sociedad Occidental, la más propensa a los jinetes apocalípticos, podemos observar el “miedo al hombre”. Titulares  de periódicos como “El  número de agresiones sexuales en manada se dispara”, que se extendería al crecimiento de las violaciones, al menos en España. Un país, que combina aquel hecho con el ser el primero de Europa en prostitución y el tercero del mundo. Que todo esto se produzca precisamente en España, y en ciudades como Barcelona, que más leyes, recursos y campañas dedican a luchar contra lo que llaman “machismo”, no puede dejar de llamar la atención.

 

¿Y la crisis antropológica que hace dudar que los seres humanos se configuren como mujeres y como hombres, para pasar a ser algo indeterminado? Excepto la homosexualidad, que esta si, está penalizado modificar. Pero los heterosexuales, pueden ser reorientados desde la infancia, con ayuda, eso sí, del uso masivo de hormonas y de la cirugía. Toda esta indeterminación ¿no tiene acaso ribetes apocalípticos?

 

¿Y no es apocalíptica la cantidad desconocida de  ciudadanos drogadictos o psíquicamente dependientes de los móviles, y otros artilugios digitales?  Lo que en los años sesenta del siglo pasado eran situaciones marginales, o inexistentes, se ha convertido en un fenómeno de masas que crece sin fin.

 

La incertidumbre ante el futuro es abrumadora para muchos y especialmente para los jóvenes, que no saben ver qué camino conduce a una situación dotada de un mínimo de estabilidad y de horizonte de sentido.

 

Y cada vez  se añaden nuevos temores, más bien psicosis, como la más reciente del “Gran Apagón”. Con el estado de ánimo actual, si se repitiera un programa parecido al que realizó en la radio Orson Welles y su “Guerra de los mundos”, narrando con verisimilitud la invasión marciana de la Tierra, el caos que se desencadenaría ahora sería brutal.

 

Progreso económico, científico, bienestar como nunca en la historia y, al mismo tiempo, temor, inseguridad, ante el mañana. Nunca como ahora se ha desconfiado tanto del gobierno. Nunca como ahora se percibe a los políticos como unos mentirosos compulsivos. ¿Pero entonces en quién confiar para lograr nuestro bien y el bien común?

Algo muy profundo falla en nuestra sociedad si tantos medios materiales conducen a tales situaciones. Haríamos bien en abrir una reflexión colectiva y preguntarnos el porqué.

 

 

Fuente: Forum Libertas

 

 

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