En un reciente viaje a México impartí un curso para empresarios en el IPADE de Monterrey. Dos de los asistentes me recomendaron el libro de James Clear «Hábitos atómicos» que no conocía. Al parecer ha tenido un gran éxito comercial: la edición castellana —que adquirí a mi regreso a Barcelona— se anuncia como la 26ª.

 

Voy avanzando despacio en su lectura y me parece que se trata de un inteligente tratado, anclado en la experiencia del autor y en los resultados de las más recientes investigaciones en psicología, sobre cómo adquirir hábitos. Por supuesto, el tema de los hábitos es un tema clásico, ya abordado por Aristóteles hace dos mil trescientos años, pero que aquí está planteado con frescura y de un modo muy atractivo. Al menos en castellano sorprende el adjetivo «atómicos» del título. Con ello Clear quiere referirse a los hábitos que parecen pequeños, pero que tienen «energía atómica», esto es, que son capaces de transformar por entero el estilo de vida. Por eso el subtítulo dice «Cambios pequeños, resultados extraordinarios» y en la cubierta se añade: «Un método sencillo y comprobado para construir hábitos buenos y desterrar los malos».

 

Estoy leyendo el libro y me gusta, quizá porque en buena medida coincide con lo que vengo haciendo —y enseñando a mis estudiantes— desde hace muchos años. Recomiendo su lectura pues puede ayudar mucho para concretar la formulación de propósitos y lograr que sean eficaces. Hay dos claves iniciales muy importantes (p. 98): la primera es vincular los propósitos —lo que uno quiere hacer— a un horario y a un espacio precisos («Saldré a correr dando siete vueltas a la manzana a las 7 de la mañana antes de ducharme» o «Haré 15 minutos de meditación a las 8 de la mañana en mi sillón antes de ir al trabajo»); la segunda es la de acumular hábitos («Al llegar al trabajo a las 9 saludaré con una sonrisa a los colegas con los que me encuentre» o «Al llegar a casa por la tarde me pondré la ropa deportiva y saldré a correr antes de sentarme a descansar»). Me parece que este libro puede ayudar mucho a aquellos que quieran mejorar su estilo de vida.

 

En el curso que impartí en Monterrey recomendaba a los asistentes tener un horario realista, flexible y claro, y un calendario que incluya semanalmente, además de las horas de trabajo, la dedicación a las personas de la familia, el deporte y la diversión, procurando dedicar días a cosas. Esto último significa en vez de hacer de todo todos los días, intentar concentrar cada día la atención al menos en una cosa. Explicaba a mi audiencia que hay personas que se programan horarios y calendarios de trabajo que saben de antemano que son incapaces de cumplir, con lo que no hacen sino incrementar su sentido de culpa. No sirve para nada hacerse un calendario utópico; lo que se necesita es un plan realista y factible que impida distraerse en cuestiones colaterales.

 

Es una experiencia común el error de planificación en el que incurren tantos profesores universitarios el viernes por la tarde cuando llenan su cartera de papeles y trabajos para hacer durante el fin de semana, con el resultado habitual de que el lunes devuelven la cartera prácticamente igual que se la llevaron. Lo sorprendente es que estas personas que tan mal calibran su capacidad de trabajar un fin de semana tras otro aciertan en la mayor parte de los casos cuando se les pide que evalúen el tiempo que le llevará a un colega hacer un determinado trabajo (Buehler et al, «Exploring ‘The Planning Fallacy’).

 

Recuerdo que hace unos años escribí un post con el título "Si quieres ser más feliz, haz listas". Allí decía que a muchas personas ya la propia palabra «listas» les pone nerviosas: les parece rigidez y falta de flexibilidad; algo así como encorsetar su creatividad. Sin embargo, en realidad se trata de un recurso utilísimo para llegar a ser los dueños efectivos de nuestra jornada, para llevar las riendas de nuestra actividad. Al realizar lo que hemos previsto en nuestro horario nos hacemos señores de nosotros mismos, porque no nos hemos dejado arrastrar por la comodidad o por el capricho momentáneo.

 

Las listas potencian la creatividad, porque permiten hacer más cosas, en lugar de andar siempre dedicando el tiempo a remediar nuestros olvidos. Por supuesto, es preciso aprender a improvisar, a interrumpir nuestra relación de tareas para poder prestar atención a quien está a nuestro lado y lo necesita. Sin embargo, tener ese orden favorece también la serenidad interior que los demás esperan encontrar en nosotros.

 

Finalmente, mi último consejo es hacer una cosa detrás de otra, poniendo toda nuestra atención en aquella que tenemos entre manos, y si no tenemos tiempo para hacerlas todas, reconocerlo así sencillamente. Se trata de que seamos los protagonistas efectivos de nuestra vida y para ello debemos cultivar los hábitos que lo favorecen: solo así conseguiremos convertir nuestra vida en una obra de arte, en el mejor arte del que cada uno sea capaz.

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