El año dedicado por el papa Francisco a san José, inaugurado con la carta apostólica Patris corde, es una ocasión de leer libros dedicados al padre terreno de Jesús. Los hay de todas clases, aunque los evangelios digan muy poco sobre José. Precisamente en esta discreción, más que silencio, está la clave de la grandeza de un hombre ligado a los planes de Dios. Acabo de leer el Diario de José de Nazaret (ed. Ciudad Nueva) del sacerdote madrileño, Andrés Martínez Esteban, surgido de algunas reflexiones procedentes del blog del autor, y mi principal conclusión es que este es un libro para padres en el sentido más amplio del término, el de la paternidad natural y el de la espiritual, pues el mundo necesita más que nunca de padres, y no de individuos insatisfechos prisioneros del orgullo y de la tristeza. El verdadero padre siempre está ahí, pendiente de sus hijos. Es el que cuida y el que protege, el que es capaz de practicar esa revolución de la ternura, de la que nos habla el papa Francisco. El verdadero padre es a la vez decidido activo y soñador, como lo fue José, aunque eso no significa que no sea consciente de sus fragilidades.
El método elegido por Andrés Martínez es el de la contemplación, el situarse a partir de la lectura de los evangelios y de otros pasajes de la Escritura en la perspectiva de José. Nos hace pensar en la vida y las circunstancias del esposo de María, pero al mismo tiempo nos lleva a la conclusión de que “todos somos José”. Comprobamos que José es un digno sucesor de los patriarcas del Antiguo Testamento, que tuvieron que enfrentarse a numerosas dificultades en su fidelidad a Dios., pero, a diferencia de ellos, no experimentó signos visibles de Dios, como Abrahán o como Moisés. En cambio, tuvo a su lado durante la mayor parte de su vida a Jesús y a María. No contempló los grandes milagros de la vida pública, aunque vio crecer a su lado al Mesías aguardado durante siglos por su pueblo. En teoría, José llevó una vida aparentemente anodina, propia de lo que la cultura dominante llama un loser. Pero no lo fue en absoluto porque la vida corriente tiene una grandeza que pocos alcanzan a sospechar. Se podría decir que Dios irrumpió en el mundo a través de la vida corriente, por medio de María y de José, y finalmente por medio de Jesús.
El Diario de José de Nazaret puede ser abordado como un relato, con toques novelados, en los que se profundiza en referencias de los evangelios, si bien eso sería una versión muy superficial. En realidad, se trata de un libro de espiritualidad, un libro que invita al lector no solo a identificarse con José sino a tratarle con confianza, pues el padre terreno de Jesús pasa, como cualquiera de nosotros, por situaciones de todo tipo. José es el padre con fragilidades, con dudas, pero no se deja dominar por ellas. No ve las cosas con una completa nitidez, pero va “mar adentro”. No rehúye los problemas, pues los seres humanos nunca estarán libres de incertidumbre. Sin embargo, han de descubrir la belleza de la incertidumbre, porque, detrás de ella, está la providencia de un Padre que vela por todas sus criaturas. De ahí que en esta obra sean frecuentes las citas de los salmos, que no son una mera plegaria vocal, sino que están interiorizados en la propia existencia. Un israelita piadoso como José conocía muy bien todas esas plegarias que muchas veces procedían ciertamente de personas afligidas, pero que tenían puestas sus esperanzas en Dios.
Muchas veces exigimos certezas en nuestra vida cristiana. Suelen ser un pretexto esgrimido como requisito para tomar decisiones. Esto es un argumento engañoso. Aunque la certeza fuera tan clara como la luz del día, no por ello desaparecerían nuestras dudas y vacilaciones, y además, nos seguirían paralizando. No es así como se comporta José. Retengo este pasaje del Diario, en el que se refiere a Jesús y a María: “Por el momento solo tengo claro que debo protegerlos. No sé muy bien de qué ni cómo. Dios los ha querido poner bajo mi custodia, por algo será”. Por eso la vida de José es un continuo ir hacia adelante, el camino de un padre que se deja llevar por el Padre, que poco a poco comprenderá, y el propio Jesús tuvo que contribuir a ello según el autor, que Dios es Alguien muy cercano a nosotros. Es un Abbá, un papá como dice Jesús en el evangelio.
José no solo es el servidor que cumple una tarea encomendada. La religión, el trato con Dios, no puede quedar reducida al deber o a la moral. José tiene un corazón que ama, pues Dios ha puesto a su lado a José y a María para amarlos. Ese es el primero de los mandatos, el que está por encima de todos los demás. Precisamente será el amor el instrumento que le ayudará a pasar por encima de las dificultades. En el libro de Andrés Martínez, José no es un mero guardián eficaz en su tarea. Es un guardián amoroso, capaz de ternura y afecto con su esposa, con el Niño que se duerme entre sus brazos o con el Jesús adolescente al que enseña su oficio o con el que pasea por las afueras de Nazaret. Vemos en este libro cómo es el amor el que construye un verdadero hogar, en Belén, en Egipto o en Nazaret, y es verdadero hogar todo aquel que está abierto a los demás, sin excepciones. Así fue el hogar de José, María y Jesús.
Diario de José de Nazaret es una excelente invitación a tener como referencia a José, a convertir lo cotidiano en extraordinario, a descubrir la grandeza de la vida corriente en apariencia pequeña como el grano de mostaza, pero destinada a dar fruto por medio del trabajo de aquellos que, como José, buscan en las tareas de cada día la voluntad de Dios, pese a las dudas y a las incertidumbres.