El papa Francisco nos ha dado la grata sorpresa de una carta apostólica, Candor Lucis Aeternae, con motivo del séptimo centenario de la muerte del poeta Dante Alighieri, fallecido en Rávena el 14 de septiembre de 1321. Ha elegido el día de la Anunciación, 25 de marzo, para darla a conocer. Es una fecha cargada de sugerencias: el comienzo de la primavera, en el que la naturaleza nace de nuevo, pero también es una fecha próxima a la muerte y resurrección de Cristo. Los cristianos creemos que la Encarnación es la nueva Creación y que con Cristo ha surgido el hombre nuevo, que ha pasado de la muerte a la resurrección.

En realidad, la gran obra de Dante, La Divina Comedia, se llamaba simplemente Comedia, y fue Giovanni Boccaccio el que le dio ese título más difundido. Este gran poema épico es una comedia porque termina bien para su protagonista tras recorrer un camino, con el que abandonó la angustia experimentada al sentirse en “la selva oscura de la vida”. Partió al Paraíso, después de atravesar el Infierno y el Purgatorio, de la mano del poeta latino Virgilio, representante de la razón, y de su amada Beatriz, que alimenta su esperanza para llegar al encuentro con Dios.

Hay que reconocer que la Comedia de Dante no ha tenido la influencia deseada fuera de Italia, el país donde más se ha indagado en su auténtico significado. Es verdad que durante el Romanticismo surgieron obras musicales, grabados y pinturas, pero casi todas ellas hacían referencias al Infierno de Dante, e inclusos algunos de esos episodios, como la trágica relación de los amantes Paolo y Francesca de Rímini, servían incluso para la defensa de un amor novelesco, transgresor por naturaleza. En esa forma de entender el amor el castigo infernal era el precio de la libertad, pese a que Dante lamentó la triste suerte de Paolo y Francesca. Tampoco en España Dante tuvo mucha suerte, aunque influyera en algunos clásicos medievales y renacentistas. Entre nosotros surgió el término “dantesco”, que el diccionario de la RAE define como algo “que causa espanto o impresiona y causa horror”. Todavía hoy cualquiera que asista a una catástrofe, natural o provocada, no se priva de utilizar el adjetivo “dantesco”. No es extraño que un italiano se sorprenda de que en España lo dantesco haya sido reducido a esa connotación.

Sin embargo, cuando leo las palabras finales del canto XXXIII del Paraíso, me doy cuenta de que Dante no ha querido detenerse en el Infierno: “Mi voluntad y mi deseo giraban como ruedas que impulsaba Aquel que mueve el sol y las estrellas”. Voluntad y deseo van siempre juntos en el ser humano. Si separamos una cosa de otra, tenemos a alguien incompleto. La voluntad no es el voluntarismo estéril, y por cierto bastante ingenuo, y el deseo no es la satisfacción, sin mesura, de todas las apetencias. Voluntad y deseo deben de estar a nuestro servicio. El cristiano no cree que la vida tenga que ser una sucesión de bienestares. No es una morada definitiva, aunque eso no nos autoriza para vivir en un “espiritualismo” desencarnado. El cristiano que asume que el Verbo se hizo carne no puede vivir en una mentalidad que no es otra cosa que una fe muerta. Su fe es viva, de carne y de sangre. Tal y como lo expresa Dante, la voluntad y el deseo deben caminar de la mano de Dios hacia metas seguras. Agarrarse de esa mano supone reconocer nuestras limitaciones. Somos débiles y necesitamos de un Padre, aunque la figura del padre en nuestro mundo de hoy esté desacreditada. Sin paternidad, difícilmente podrá existir una auténtica fraternidad. El éxito o el fracaso humano están fuertemente vinculados al amor y a la fraternidad, y no al hombre que supuestamente se ha hecho a sí mismo y no tiene que estar agradecido a nadie.

La Comedia es una excelente guía para conocer la historia y la cultura de la antigüedad y del medievo, si bien es mucho más que todo eso. Su perdurabilidad se debe a su objetivo de convertirse en una descripción del “viaje” de los seres humanos en la historia y más allá de la historia. La Comedia nos enseña que la vida es un conjunto de luces y sombras. Tiene además mucho de nostalgia. Quizás empezó por la nostalgia del propio Dante desterrado de Florencia, su patria, a la que no pudo volver, pero esa nostalgia se convirtió, al escribir su gran obra, en una sed de eternidad, que es la que le guía hasta el Paraíso. El Paraíso no es una utopía, como todos los paraísos terrestres diseñados por las elucubraciones del hombre. El cristiano puede llegar a él sin perder de vista la razón. Benedicto XVI hablaba de “razón abierta”. Esa apertura requiere de la fe, la esperanza y el amor. El amor es la culminación de todas las cosas. El amor que va más allá de uno mismo es la mejor medicina contra esa enfermedad del “presentismo” que afecta a la sociedad contemporánea.

Dante es un poeta que se ha convertido en profeta de esperanza. El papa Francisco nos invita a leer la Comedia en clave profética. El profeta es un comunicador, pero su mensaje debe de ir dirigido, en primer lugar, a él mismo. Debe de esforzarse, como dice el pontífice, en cambiar la propia vida para poder alcanzar la felicidad y mostrar el camino a los que viven en “la selva oscura” y se han extraviado de la recta vía. No es una tarea sencilla en estos tiempos en que los seres humanos pueden llegar a rendirse llevados del miedo y del cansancio. Sin embargo, hay que recordar, y también lo subraya el papa en Candor Lucis Aeternae, La misericordia de Dios, que ofrece siempre la posibilidad “de cambiar, de convertirse, de encontrarse y de encontrar el camino hacia la felicidad”.

 
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