Terminamos el año 2020 con la ternura de la Navidad, que es la ternura de Dios sobre la humanidad afligida y sufriente bajo la pandemia; esa ternura es buen signo, buena promesa de un nuevo año que se abrirá con esta misma ternura que se refleja en María, en su alegría y ternura de Madre, la santa Madre de Dios, Madre nuestra, y culminará en una Nueva Navidad de 2021, de nuevo con la ternura de Dios, que no nos deja y estará con nosotros en todos los meses y días del nuevo año, 2021. Finaliza también este año duro y difícil, en el que aún estamos, con otro gesto que también manifiesta esa ternura de Dios, reflejada en el Papa Francisco, al proclamar éste el Año Santo Especial de San José, quien es caricia de Dios para la humanidad entera al verse ésta y sentirse protegida y custodiada por el que cuidó, custodió y protegió aquel Niño inerme, débil y frágil, Hijo de Dios, Salvador, que nació de su esposa por obra del Espíritu Santo: otro signo de esperanza que viene de Dios.
Pero, al mismo tiempo, nos despedimos de este año, 2020, tan difícil y duro, con la amenaza del nuevo orden mundial que, con todos los medios, los suyos, intenta con el espectro o fantasma “ideado” de una superpoblación y con el “remedio” a ese espectro de eliminar vidas, y así dominar y vencer al mundo, a los hombres con miedos y temores, con nuevas costumbres, leyes, ideologías y cultura impuestas a la humanidad entera en las que desaparezca Dios del horizonte humano y se borre su Nombre de todas las esferas públicas, se olvide a Dios revelado en Jesucristo, nacido en una cueva de ganado en Belén, porque no había casa o posada para sus padres ni para él que iba a nacer, y que iba morir años después en Jerusalén, por los hombres, en una cruz ignominiosa. Ahí, en Jesús, nacido de mujer, Hijo de Dios, humanado, despojado, humilde, en todo cuanto es, dijo e hizo, no pasó de largo del hombre robado, despojado, maltrecho, tirado al borde del camino, herido, necesitado, ante el que los hombres, afanados en “sus” cosas, pasan, sin embargo, de largo; pero Dios, misericordioso, compasivo, tierno y amable, no pasa de largo de ese hombre, lo cura, lo cuida y lo lleva donde hay calor y cobijo de hogar. Esa es nuestra gran esperanza en el nuevo año que se abrirá en seguida. Él, Jesús, Hijo de Dios, es la luz que nos ilumina y nos guía para que todos, haciendo lo que Él nos dice, nos da su amor y su ternura, para que hagamos nosotros lo mismo que Él, esto es, cuidemos, curemos, amemos con su amor. Por eso digo que Él nos muestra el camino para este año nuevo, con Él seamos y seremos “sembradores de esperanza”.
Pero, -siempre hay un “pero”-, en este mes de diciembre, previos a los días de la Navidad, días de la ternura de Dios, en España se sembró y nació la amargura de la aprobación por el Parlamento, secundando al gobierno, de una ley inicua, perversa, criminal y asesina en favor de la eutanasia; y la aprobación de una ley orgánica sobre enseñanza, que lo mismo que la de eutanasia secunda directrices de un nuevo orden mundial que está en contra de la libertad, la familia, la vida, la educación integral de la persona humana y a favor de ideologías y consignas para el mundo donde reine el olvido de Dios, y el hombre, sometido, sea un muñeco en manos de esos poderes infernales, y no hombres libres, críticos, conscientes y creadores, como corresponde.
Pero, -sigo con un “pero”-, olvidan éstos, -quienes dominan y manejan, y aplauden con aplausos demoníacos “sus” leyes, que piensan que así han vencido. Pero, no, ¡no han vencido! Han sido ya derrotados por Dios que nos ama y se lo ha jugado todo, hasta su Hijo Unigénito, por el hombre; y éstos huyen, y como los ejércitos derrotados siembran de destrucción y ruina a su paso tras la derrota. Hay que mostrar, hemos de mostrar en vivo esta derrota de los “poderes aparentes” y, al mismo tiempo, sin demora, mostrar la victoria de Dios, ¿cómo tenemos que mostrarla, porque pienso que algo o bastante nos corresponde? Pienso que sencillamente, como hizo san José, confiando enteramente en Dios y rezándole con ayuno y caridad, fiándose de Dios y obedeciéndole en humildad, y, entre otras cosas además, secundando las recomendaciones y las palabras del Rey Felipe VI -¡gran rey!- en su mensaje de Navidad, la otra noche, que fueron muy sabias, que sin duda las ha aprendido desde su niñez también de unos grandes maestros, sus padres a los que en justicia hemos de reconocer lo que hicieron por España y respetarlos si queremos que haya futuro. Y añado, como interrogante a nuestros políticos, ¿por qué no estudian y aprueben leyes en favor de la concordia, de la defensa de la verdad y libertad, en favor de la defensa de la verdad y grandeza de la mujer, de la maternidad, de la educación integral y de la “ecología integral”, de los derechos y libertades fundamentales y de la gestión pública sin corrupción ética, en apoyo y defensa de la democracia, una ley que proteja verdaderamente a la familia, una ley de protección a los pobres, contra la pobreza estructural y endémica y de verdadera igualdad? ¿Por qué no piensan y aprueban una ley en defensa de la vida en todas sus fases y situaciones, y una ley de cuidados paliativos que, entre otras cosas, la faciliten por medio de la creación de cátedras del dolor y de cuidados paliativos, obligatorias en las Facultades de Ciencias de la Salud, y aun en la enseñanza primaria y secundaria? ¿Por qué no piensan y aprueban, señores del gobierno, señores diputados, una ley que regule una vida digna, un vivir con dignidad, que esto sí que es un derecho, y entonces se vería más a las claras qué es una muerte digna, un morir con dignidad, cosa que ustedes no han entendido ni entienden? ¿Tanto cuesta pensar y aprobar lo que los ciudadanos, a gritos o en silencio, están pidiendo con mucho, más de media España?¿Por qué no piensan y aprueban o se ponen al servicio del bien común de una vez por todas y no de sus intereses propios, ni del poder o poderes, ni de ideologías que dividen y enfrentan? Leyes, en definitiva, con el consenso y apoyo de todos, que aúnen y no conduzcan a la ruina sino a la construcción de una nueva España con verdad y futuro.
Eso esperaría, eso espero y pido, con la confianza en Dios, y también en los hombres, incluidos los políticos, para el nuevo año, 2021. A ver si alguien me hace caso. Espero que sí, porque no soy ni utópico, ni ilusionista, ni sueño despierto, porque soy realista como persona de fe, tengo los ojos muy despiertos y veo la realidad y los aspectos que nos hacen falta. Dios nos mira y nos cuida siempre con ternura. Finalizará el 2021 con la misma ternura de Dios, de la Navidad, abiertos a una nueva esperanza, como el 2020 que finaliza con la ternura de Dios, para acogerla enteramente, con esperanza y sin lamentos de este año, ya viejo sin duda. Esperanzas, pues, para el año 2021, sin lamentos del 2020, que también ha sido un año de gracia, un año de la ternura de Dios.