Día de Pascua. El Señor resucitó. La resurrección de Jesús es obra inmediata de solo Dios, dentro de la creación y de la historia. Así, la fe en la resurrección resume lo más fundamental de la fe en Dios: Él es el que ha resucitado a su Hijo de entre los muertos. En la resurrección Dios Padre, de una vez por todas, nos ha manifestado que Él es Amor y Señor de la vida, Dios de vivos y no de muertos. Él es la vida misma que agracia con su vida a los hombres y la felicidad creadora de quienes podemos fiarnos sin condición alguna en cualquier situación sin salida.
Al resucitar a Jesús, Dios, el Padre, rehabilitó a su Hijo acreditando que el que había sido crucificado por rebelde y blasfemo era justo y veraz. Dios, el Padre, aprobó así para siempre, el mensaje y la obra liberadora de su Hijo. De este modo, la resurrección manifiesta la divinidad de Jesús, es cumplimiento y culminación, según el designio de Dios, de la Encarnación del Hijo de Dios. Y, de esta manera, es ratificación también de la obra creadora y salvadora de Dios que se consuma en Cristo.
Con la resurrección comienza la nueva y definitiva creación. Así como en la primera creación, Dios llama a las cosas que no son para que sean, así en la nueva creación llama a los muertos a la vida (Cf Rm 4, l7). Al resucitar a Jesús, Dios, el Padre, protege y defiende la obra de sus manos, especialmente al hombre, su criatura predilecta y afirma su vida frente a la muerte. Así, Jesús es el fundamento, el vigor, el origen, la norma y la meta del nuevo mundo.
En la resurrección de Jesús se da el máximo acontecimiento de la salvación. Con su muerte, Cristo nos ha liberado del pecado, y, con su resurrección, nos abre el acceso a la vida nueva y nos comunica la posibilidad de vivir para siempre como hijos de Dios (Cf Rm 6,4): “El que fue entregado por nuestros pecados, fue resucitado para nuestra justificación” (Rm 4,25). Por el Bautismo somos incorporados a Cristo muerto y resucitado a fin de que también nosotros vivamos a una vida nueva, que es victoria sobre el pecado y la muerte, y participación en su gracia por la acción del Espíritu Santo que nos ha sido dado en la resurrección de Jesús.
Cristo resucitado es principio y fuente de nuestra futura resurrección: Dios, el Padre, el mismo que resucitó a su Hijo de entre los muertos vivificará también nuestros cuerpos mortales por la acción del Espíritu Santo que Él ha derramado en nuestros corazones. En Cristo resucitado los cristianos gustan las buenas nuevas de Dios y las maravillas del mundo futuro y su vida es arrastrada por Cristo al seno de la vida divina, “para que ya no vivan sino para Aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Cor 5, l5), para que le sigan en su camino, lo anuncien y testifiquen en medio de los hombres, tengan como centro la fracción del pan y se extiendan en el amor diario y en el servicio que de él nace.
La resurrección de Cristo es la señal definitiva de su verdad, la confirmación de cuanto Cristo mismo había hecho y enseñado. Ella “nos da la certeza de que existe Dios y de que es un Dios de los hombres, el Padre de Jesucristo. La resurrección de Jesucristo es la revelación suprema, la manifestación definitiva, la respuesta triunfadora a la pregunta sobre quién reina realmente, si la vida o la muerte. El verdadero mensaje de la Pascua es: Dios existe. Y el que comienza a intuir qué significa esto, sabe qué significa ser salvado, sabe por qué la Iglesia en el día de Pascua canta al término de sus oraciones un aleluya casi infinito, ese júbilo que no encuentra palabras, que es demasiado grande para ser articulado en palabras del lenguaje cotidiano, ya que abarca nuestra vida entera, tanto lo que podemos decir como lo que es inefable” (J. Ratzinger).
“Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestro gozo y nuestra alegría”. Esta es nuestra alegría y nuestra esperanza: la alegría y la esperanza que es Cristo Resucitado para todos los hombres, el único Nombre en el que podemos ser salvos. Hay un futuro para el hombre; hay un futuro para todos y cada uno de los hombres; nada hay inexorable e irremediable; todo puede ser reemprendido, todo puede ser salvado, perdonado y vivificado; el ansia de infinitud, de vida plena y para siempre, tiene una respuesta. En Cristo resucitado la luz ha triunfado sobre la oscuridad, la verdad sobre la mentira y el amor sobre el odio. Es en Cristo donde está esta victoria. Y Él mismo nos llama a que, con Él y desde Él, también en nosotros se mantenga esa victoria: ¡Alegría, hermanos, que si hoy nos queremos es que resucitó! Feliz Pascua de resurrección.