Tuve ocasión de leer hace unos meses Wounded Shepherd: Pope Francis and His Struggle to Convert the Catholic Church del periodista y escritor inglés Austen Ivereigh, un autor que lleva fama de ser uno de los mejores conocedores del papa Francisco y de su pontificado. Probablemente la pandemia haya tenido algo que ver en que la obra no se haya traducido todavía al español, aunque es una detallada crónica de los primeros seis años del pontificado. Ahora Ivereigh vuelve a ser de nuevo actualidad con la publicación de Soñemos juntos, libro de conversaciones con el pontífice, en el que aparece con fuerza la esperanza cristiana aún en medio de este tiempo de desolación a escala planetaria.

Algunos aseguran que existen varios Bergoglios, el provincial de los jesuitas argentinos, el arzobispo de Buenos Aires y el papa. Jorge Mario Bergoglio habría ido cambiando con el tiempo, pero me permito opinar que esta percepción tiene algo de superficial. He leído algunas de las homilías del antiguo arzobispo de Buenos Aires, especialmente las de Navidad y Semana Santa, y en ellas late el mismo espíritu que caracteriza este pontificado. Se palpa la esperanza, como en la homilía de Nochebuena de 2001, en la que se invita a los fieles a levantarse, tomar al Niño y a su Madre y recorrer el camino de la esperanza, y, en definitiva, a tener la plena seguridad de que Dios está con nosotros, tal y como se señala en la homilía navideña de 1999. Y nosotros son todos, de modo particular los pobres, los niños y los ancianos, maltratados en estos tiempos por una cultura egoísta que eleva a la categoría de derechos la prevalencia de los propios intereses y apetencias.

Antes de leer el libro de Ivereigh sobre el pastor herido, me preguntaba por su título, por si hacía referencia a la profecía de Zacarías (13,7), que el propio Jesús cita en la víspera de su Pasión: “Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas”. En efecto, el pastor del rebaño de la Iglesia está herido, pero ¿no ha sucedido lo mismo con otros papas? La barca de Pedro siempre ha conocido tormentas, y en más de una ocasión las aguas agitadas parecían anunciar un dramático final, al igual que el de muchos personajes y civilizaciones de la historia. No, la tarea no es sencilla. Los obstáculos externos e internos son resistentes y en apariencia impermeables. El gran reformador, que es el título de una obra anterior de Ivereigh, no tiene ante sí un camino despejado. Su labor sería estéril si solo fuera un ejercicio de voluntarismo bienintencionado, pero, como bien señala el autor en el prólogo, el pastor herido ha sido elegido por el Espíritu Santo, aunque esto no le priva de ser sometido a las pruebas de la Historia.

La lectura del libro nos muestra a un autor periodista, dispuesto a dar toda clase de detalles sobre unos hechos bien documentados, aunque se nota además la presencia de un historiador y ensayista, con la capacidad de ahondar en los hechos y arrojar luz sobre su significado. Además de los hechos, lo interesante en Wounded Shepherdes descender a los detalles que arrojan importantes conclusiones. Me quedo con algunas, sin querer, ni poder, agotarlas todas.

En primer lugar, que el Reino de Dios no es una idea sino un acontecimiento, y en concreto una relación. Dios se ha encarnado y se ha hecho próximo a su pueblo, haciéndose misericordia, pero próxima y concreta como debe de ser toda auténtica misericordia. La célebre expresión “cultura del encuentro” hay que entenderla así: Dios está con nosotros, ha salido a nuestro encuentro y nosotros, los cristianos, debemos de hacer otro tanto. Pero nos hemos acomodado excesivamente y hemos hecho de nuestra vida algo demasiado estructurado, y eso no es una vida auténticamente cristiana.

En segundo lugar, en un mundo que rinde culto a la libertad, aunque muchas veces esta se reduce a la libertad de elegir, propia del individualismo, el papa Francisco nos recuerda que una persona solo puede ser verdaderamente libre cuando vence su autosuficiencia y se deja conducir por Dios, pero para esto necesita la ayuda divina. Con todo, la gente se resiste, pues tiene miedo a perder lo que tiene, o lo que cree que tiene. Su libertad se reduce a apegarse a sus pequeñas cosas. La cultura del encuentro que no es otra cosa que el salir de uno mismo para acercarse a los otros, encaja con una de las citas de san John Henry Newman, que gustan al papa y a Ivereigh, la de vivir es cambiar y toda perfección pasa por haber cambiado con frecuencia. Es un consejo aplicable no solo a la vida espiritual.

¿Qué está pidiendo a la Iglesia el pastor herido, el que pretende convertir a la Iglesia, según el título completo del libro de Ivereigh, y cuenta con la asistencia del Espíritu Santo? Tal y como dice el autor, lo que la Iglesia ha hecho durante toda su existencia, aunque a veces ha parecido que no era así: salir, ir más allá del amarse a uno mismo, del voluntarismo o del propio interés. Debe de tener la libertad de responder a la llamada del Espíritu que sigue transformando el mundo incluso en medio de la violencia, confusión y destrucción. La respuesta es aceptar el amor de Dios, ir más allá y vivir para los otros.

 
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