Los encuentros con Jesús resucitado son quizá una de las experiencias de los apóstoles que más añoramos: el encuentro con Jesús resucitado. Tras horas de miedo, incertidumbre y confusión, tras el trauma que habían soportado por la pasión y muerte de su Maestro, tras noches de dolor, decepción y remordimiento, llegó, después de todo, aquella mañana en la que Jesús se puso en medio de ellos y no los juzgó ni condenó, sino que dijo: "La paz con vosotros" (Lc 24,36).
¿Y nosotros? Muchas veces luchamos con diversas dudas. Experimentamos batallas espirituales, disyuntivas, ansiedades y dilemas. De diversas maneras huimos y traicionamos a nuestro Maestro. En esto nos parecemos un poco a los apóstoles: como ellos, a menudo fracasamos en los momentos de prueba y de cruz; somos débiles, temblorosos, inestables, espiritualmente inmaduros.
Pero Jesús no viene a nosotros como vino a ellos; para perdonarnos todo y traernos el consuelo que tanto anhelamos, no se nos aparece a pesar de las puertas cerradas. De ahí el anhelo de ponernos en su piel, aunque sólo sea por un momento, de encontrarnos en el Cenáculo y experimentar la Resurrección. ¿Sería posible?
Los apóstoles entraron en pánico
Lucas describe el encuentro entre Jesús y los apóstoles en su Evangelio. Al hacerlo, presta especial atención a las emociones que acompañaron a los discípulos cuando el Resucitado se puso en medio de ellos.
Si se leen atentamente las palabras del evangelista, queda claro que este encuentro no fue en absoluto tan idílico como podría parecer a primera vista. San Lucas describe la reacción de los apóstoles ante la aparición de Jesús en medio de ellos de la siguiente manera: "Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu" (Lc 24,37).
En el texto griego original del Evangelio de Lucas, aparecen en este pasaje dos palabras significativas: πτοέομαι (ptoeomai) y ἔμφοβος (emphobos). La primera significa: "experimentar terror" o incluso "entrar en pánico", y la segunda describe a alguien que está asustado, experimentando ansiedad.
La implicación es que el momento del encuentro con Jesús no estuvo en absoluto asociado a un éxtasis de felicidad y alegría. Al contrario, los apóstoles entraron en pánico y sintieron una fuerte ansiedad.
Dudas
No es de extrañar que Jesús tuviera que tranquilizarles, convencerles de que realmente era Él y no un fantasma amenazador, y comer pan con ellos para confirmarlo. Sólo después hubo alegría, pero también dudas.
Es más, para algunos, las dudas no se disiparon ni siquiera después. San Mateo lo menciona al final de su Evangelio: "Por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron" (Mt 28, 16-17).
Esta es una lección importante para nosotros. Nos gustaría experimentar a Dios ya aquí, durante nuestra vida, con la mayor obviedad posible. Mientras tanto, Él es y seguirá siendo para nosotros un Misterio que no podemos desvelar. Ni siquiera en el cielo lo conoceremos plenamente, aunque estaremos clara y felizmente unidos a Él.
No se trata, pues, de llegar a comprenderlo, sino de dejarse guiar por la fe en la certeza de su presencia amorosa. Al fin y al cabo, como decían los grandes místicos cristianos, Dios es incomprensible para la razón, pero completamente asible por el amor.