No se me escapa, dilectísimo tito Escrutopo, que pensabas que iba a fracasar cuando propusiste que fuese yo, tu bisoño sobrino Orugario, quien se encargara de aprovechar las consecuencias de la plaga coronavírica que devasta España. Como eres un carcamal, creías que España era todavía la tierra que en épocas pretéritas defendió con ardor a nuestro Enemigo. Pero la España contemporánea es un pudridero apóstata, más lastimoso que los pudrideros paganos de antaño. Pues no en vano España fue elegida durante siglos por nuestro Enemigo como general de su ejército; y quien rechaza ese honor tiene necesariamente que comerse las algarrobas de los puercos.
 
Me encomendaste, venerado tito, que vigilara que se las comiese todas, evitando que en su alma ulcerada floreciese el más mínimo brote de conversión; y a ello me estoy empleando con denuedo. Permite que desde hoy te vaya narrando las vicisitudes de mi campaña victoriosa desde este rincón de papel y tinta que he usurpado a un tal Prada, un escritor tronado y sin lectores, soldado de nuestro Enemigo mil veces vapuleado al que, sin embargo, sigue entregando su mellada e insignificante pluma, el muy gilipollas.
 
Déjame que te cuente hoy cómo los españoles se van a comer la algarroba de la «renta mínima universal» gracias a la izquierda caniche, siempre dispuesta a ejercer de mamporrera de nuestros intereses. Tú mismo, venerado tito, propusiste a la Plutocracia Globalista esta sagaz bicoca, que le permitirá deshacerse fácilmente de millones de trabajadores y a la vez acaparar los devastados tejidos productivos nacionales a precio de ganga. Pero a esos trabajadores convertidos en chatarra humana conviene engolosinarlos con una limosna que, a la vez que los bestialice (pues no otro es el destino de los hombres a quienes se priva de un trabajo digno), los amanse, evitando que se revuelvan contra la Plutocracia. Y, para que esta sagaz estrategia funcionase, había que presentarla como una operación de «falsa bandera» comandada por los tontos útiles de la izquierda caniche, que la presentan como una «conquista social». ¿Has oído a ese vicepresidente del Gobierno español, que presume de coincidir en las bondades de esta medida (¡fíjate si considerará idiotizados a sus adeptos!) con un homólogo subido al guindo del Banco Central Europeo? ¿Puedo confesarte que mi bálano ha llorado lágrimas de felicidad al escuchar tal alarde cínico, tito amado?

Las mismas que ahora llora el tuyo, asombrado de mis astucias. La izquierda caniche, en lugar de ayudar con fondos del erario público a las pequeñas empresas locales que procuran un trabajo digno a millones de trabajadores, para que puedan seguir empleándolos mientras dure la plaga, las abandona a su suerte, condenándolas a la quiebra, para que luego la Plutocracia pueda comprarlas a precio de saldo. Y, a la vez, los trabajadores condenados al paro por la izquierda caniche acabarán comiendo de la mano que los condenó (y votándola), tras aceptar ese soborno o renta mínima que en breve los convertirá en lumpen, incapacitándolos económicamente para formar una familia (pero ya les brindaremos «remedios de la concupiscencia» mucho más divertidos que el matrimonio). Además, esta renta mínima tendrá que ser sufragada mediante salvajes exacciones tributarias a las declinantes clases medias, que después de ser exprimidas se convertirán también en lumpen. Para entonces, la Plutocracia ya se habrá largado con la pasta, dejando a los españoles chapoteando en el fango. Reconoce que soy un genio, querido tito Escrutopo; reconoce que pronto ocuparé tu trono. Entretanto, seguiré narrándote mis hazañas desde este rincón de papel y tinta.

 
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