La costumbre es buena a veces, pero no siempre, especialmente si a lo que nos acostumbramos es algo que no es bueno, o en sí mismo no hace bien, como la pobreza extrema.
Me refiero a la pobreza vivida como miseria, es decir, como condición de miserable, que la hace digna de compasión por parte de los demás. De ahí el acierto del “Día mundial de la Erradicación de la Pobreza” por cuestionar y sacudirnos interiormente la costumbre, en este caso perversa, ante la situación de pobreza que viven tantas personas, cercanas o lejanas. Debiera, por tanto, generar en nosotros esa especial actitud y virtud llamada misericordia, es decir, la disposición de acoger la miseria que padece el prójimo como si fuera propia que, como consecuencia, lleva a tratar de remediar la situación de miseria. ¿Pero, es así?
Más que centrarme en porcentajes y datos de pobreza mundial, que son relevantes para tomar medidas y crecer en la conciencia de las necesidades y de la extensión del problema, quisiera apuntar a otra dimensión vinculada a esa maravillosa unidad que somos como personas, únicas en sí mismas, pero con diversas dimensiones. Y así, no sólo podemos percibir necesidades y miserias en el plano material o físico de las personas, lo cual es, por otro lado, lo más evidente y más nos afecta. También, en efecto, existen miserias de tipo moral, espiritual y psicológico que provocan sufrimiento interior en quienes las sufren y que, cuando se da unidas a la miseria física, pueden generar desesperación. Percibir ambas dimensiones implica abrirse y dejarse tocar interiormente por algo que no siempre se ve con los ojos, haciéndonos aquí eco del gran mensaje de El Principito, al que su amigo el zorro recordaba que “lo esencial es invisible a los ojos”.
Estoy convencida de que hay mucha pobreza interior que degenera en actitudes de egoísmo, inmadurez, hedonismo inmediatista, abuso de otras personas como si fueran un medio para el placer egoísta, avaricia… y tantas otras manifestaciones. Y, sin embargo, quizás pasen desapercibidas porque no llaman la atención externamente.
Sí. Junto a la concienciación y búsqueda de soluciones, ojalá con toda le energía posible, de las necesidades materiales y exteriores, no olvidemos las interiores, más difíciles de detectar, pero igualmente dignas de compasión. Pues ayudar a otro a descubrir o a recuperar el verdadero sentido de la vida, es solucionar una gran pobreza.