Es cierto que se puede prescindir de muchas cosas en la vida, pero hay algunas sin las que difícilmente se la podría llamar tal y una de ellas son los amigos. Aunque es cierto que hay amigos y amigos.
Unos, los más, son personas conocidas con las que tenemos cierto trato y procuramos llevarnos bien, pero con los que no compartimos en profundidad y no están presentes en las dificultades. Esto en el supuesto optimista de que esas relaciones sean afables. Discúlpenme que lo formule como “supuesto optimista”. En efecto, debiera suceder que “entre todos los hombres reina naturalmente una cierta amistad general que [...] se manifiesta en signos externos de palabra o de obra”. Así lo afirma Tomás de Aquino al considerar la afabilidad como ese trato justo hacia los otros que merecen por ser personas dignas. Pero este mínimo exigible por la justicia en las relaciones humanas, no siempre se logra, y entonces puede generarse desconfianza y aislamiento, mientras que, por el contrario, el trato afable de manera habitual facilita y alegra la vida.
Sin embargo, esa amistad tan amplia se queda en la superficie y por eso hay otra clase de amigos, los pocos y buenos. Y son pocos porque es muy difícil intimar o profundizar en las relaciones humanas con muchas personas a la vez y apuntar a conseguir su bien. No se puede amar ni buscar el bien de alguien sin conocerlo, y conocer o, como diría el Principito, “domesticar”, implica dedicación, tiempo, paciencia, perdón, mutua aceptación y, como todo lo bueno, exige entrega. En cambio, contar con un amigo verdadero, de los que están en los momentos buenos y en los malos, al privilegiar nuestro bien, proporciona seguridad y alegría interiores. Por eso, la presencia del amigo es uno de los remedios contra la tristeza pues al compartir nuestros sufrimientos pareciera que se alivia el peso pues se reparte, y, además, la muestra de cariño misma también es un cierto contrapeso a la tristeza.
Por eso me parece más necesario que nunca el cultivo de la verdadera amistad frente a la realidad de la salud mental, o más bien, su falta, especialmente entre los jóvenes.