El último documento del Papa entrega bastantes luces para entender y dialogar con los jóvenes, los jóvenes de hoy, que no son sólo un "mientras tanto", sino que son el ahora de Dios, el ahora del presente.

Me sugiere dos grandes reflexiones al hilo de los últimos acontecimientos.

Lo primero que quiero rescatar en este espacio es que el Papa, en este documento llamado Christus Vivit, acoge los sueños y deseos de los jóvenes de un mundo mejor, los toma en serio y aplaude las acciones que los sacan a la calle. Pero ese ímpetu juvenil invita a orientarlo sirviéndose de la experiencia de los que proporcionan la memoria histórica, que da raíces, fuerza y raigambre para evitar que la tormenta los tire por tierra, al hacer que se asienten en algo más que el sueño del futuro y la novedad. Animados por el pensamiento crítico, también invita a distinguir las ideologías que pretenden empezar todo de cero, como si no hubiera nada previo, ni siquiera una naturaleza humana que nos anteceda y oriente. Él invita a arriesgarnos juntos, jóvenes y adultos. Sí, movilizaciones, pero sin violencia, con un sentido y abiertas a un diálogo que genera comunión.

Propuestas, que nacen de una experiencia cierta: la de saberse amados y salvados por Dios en lo que es cada uno, invitándonos a ser uno mismo, no una "fotocopia" de otro, dando lo mejor de sí. Certeza vivida no de manera aislada y egoísta sino en la comunidad de la familia y de la sociedad, y, por qué no, de la Iglesia como pueblo de Dios.

"No nos dejemos llevar ni por los jóvenes que piensan que los adultos son un pasado que ya no cuenta, que ya caducó, ni por los adultos, que creen saber siempre cómo deben comportarse los jóvenes. Mejor subámonos todos a la misma canoa y entre todos busquemos un mundo mejor bajo el impulso siempre nuevo del Espíritu Santo" (Christus Vivit 201). 

En conclusión, habla de apertura, discernimiento, sueños, comunión, vocación: todos son pautas y líneas y espacios para mejor responder a los jóvenes. Esto nos toca hoy a todos, pero de manera especial a los que nos vinculamos a la educación.
 
Lo segundo es algo que nos ha conmocionado a todos. Impresionantes las imágenes de la catedral de París ardiendo mientras cientos y miles y millares de personas lo contemplaban horrorizados, unos presencialmente y otros a través de los medios. Pero casi igual de impresionante fue ver a los jóvenes que, de manera espontánea, unos en grupos y otros solidarizaban con el desastre, muchos de los cuales, unos en grupo y otros aisladamente, rezaban y cantaban cerca de las llamas. Reitero: impresiona ver orar con recogimiento y fe en una sociedad tan secularizada como la francesa -la occidental en general-, en que las manifestaciones se reservan para la vida privada, y más cuando en su mayoría son jóvenes. Creo que la pérdida  de un monumento patrimonial, símbolo de la fe, ha despertado fibras estéticas, no me cabe duda, y eso nos ha unido mucho a todos, pero también ha puesto en juego una fibra que está presente, aunque se la pretenda ocultar y acallar, que es la conciencia de haber recibido el don inmerecido de la  vida, de la fe y del amor por parte de un Dios que no sólo crea el mundo y se olvida de sus habitantes, sino que los ama y se preocupa por ellos hasta el punto de dar Su vida en una cruz. ¿Quizás era un trocito de esa cruz lo que latía en el corazón de esos jóvenes? La experiencia del sufrimiento la asume este Dios muerto en una cruz y estos jóvenes la hacen suya. Resuena como eco de la invitación del Papa al hablar sobre los jóvenes a sufrir con ellos, sobre todo cuando ponen de manifiesto algo que también como adultos debiera dolernos:  "A veces el dolor de algunos jóvenes es muy lacerante; es un dolor que no se puede expresar con palabras; es un dolor que nos abofetea. Esos jóvenes sólo pueden decirle a Dios que sufren mucho, que les cuesta demasiado seguir adelante, que ya no creen en nadie. Pero en ese lamento desgarrador se hacen presentes las palabras de Jesús: «Felices los afligidos, porque serán consolados» (Mt 5,4). Hay jóvenes que pudieron abrirse camino en la vida porque les llegó esa promesa divina. Ojalá siempre haya cerca de un joven sufriente una comunidad cristiana que pueda hacer resonar esas palabras con gestos, abrazos y ayudas concretas" (Christus Vivit, 77).

Impresionante. Mientras Notre Dame ardía en llamas, se elevaban al cielo súplicas y cantos de alabanza, de desagravio, de amor. Esos jóvenes nos recuerdan algo muy importante: que existe Dios y que es un Dios que sufre con los que sufren. Impresionante.

 
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