Parece que hay pocas personas a quienes no les guste dormir. De hecho, dormir es algo muy agradable y saludable: descansa la mente, regenera el cuerpo y libera de tensiones mentales. Desde el punto de vista de la fisiología del cuerpo humano, es esencial para que funcione correctamente, y su ausencia no es posible a largo plazo. La falta de sueño altera muchas funciones mentales, así como los procesos biológicos del cuerpo humano.

 

Por eso es tan importante dormir bien, y los trastornos del sueño son un problema grave. En otras palabras: con un sueño sano, no solo un cuerpo sano, sino también un espíritu sano. Sin embargo, cuando aplicamos la metáfora del sueño a lo que ocurre en el espíritu humano, las cosas se complican un poco más.

 

En lugar de dormir

 

El sueño, aunque bueno y necesario en sí mismo, a veces puede esconder algo más. En ocasiones se convierte en un lugar donde nos refugiamos de problemas que no podemos resolver o que no queremos afrontar. Entonces nos refugiamos en el sueño, un poco como el proverbial avestruz que, en lugar de enfrentarse al peligro, finge no estar allí, enterrando la cabeza en la arena. A veces, el sueño es también una manifestación de enfermedades, como la somnolencia que acompaña a algunos casos de depresión.

 

Por lo tanto, entre la vida activa y el descanso, del que el sueño forma parte esencial, debe existir una armonía bien entendida. Para no perder esta armonía -para que el sueño en el buen sentido de la palabra sirva al cuerpo-, los maestros cristianos de la vida espiritual recomendaban las vigilias. Se trataba, por tanto, de restringir periódicamente el sueño y subordinarlo a una voluntad que llevaba la vigilia orante a un determinado tramo de tiempo normalmente dedicado al sueño.

 

El objetivo de tal acción era la necesidad de dominar las necesidades del cuerpo e integrarlas en un determinado proceso espiritual y así, en consecuencia, integrar las diferentes esferas de la personalidad humana en torno al valor supremo, que era la relación con Dios. ¿Por qué? Porque esto es lo que pertenece a la esencia del despertar espiritual.

 

"Duermo, pero mi corazón vela"

 

En el Evangelio según San Lucas se encuentran las siguientes palabras: "Dichosos aquellos siervos, a quienes el señor encontrará velando cuando venga. En verdad os digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y, dando vueltas, les servirá" (Lc 12,37). En el texto griego aparece la palabra γρηγορέω (gregoreo), que significa no solo ‘velar’, sino también ‘despertar’.

 

Pues mientras que el sueño es bueno para el cuerpo, lo contrario ocurre con el espíritu, significando una especie de letargo, indiferencia y estancamiento, o directamente sumisión a las necesidades del cuerpo. Se trata, por supuesto, de una metáfora. El espíritu, entendido como lo más profundo del alma humana, el "lugar" inmaterial de encuentro con Dios, no necesita dormir, a diferencia del cuerpo.

 

Sin embargo, cuando está "dormido" -volcado hacia el cuerpo, dominado por sus necesidades, inmerso en los deseos materiales y las pasiones carnales-, entonces el hombre pierde su perspectiva sobrenatural y su existencia, su dimensión espiritual.

 

Por eso Jesús nos invita a estar vigilantes, más aún, a estar espiritualmente despiertos, para no perder lo más precioso que hay en nosotros: nuestra orientación hacia Dios y nuestra relación con Él.

 

Si cuidamos esto, si -en nuestra vida espiritual- la vigilia, entendida como una constante relación fiel y confiada con Dios, no es solo un acontecimiento aventurero, sino una parte permanente de nuestra vida cotidiana, entonces podremos decir como la esposa en el "Cantar de los Cantares": "Duermo, pero mi corazón vela" (Ct 5,2).

 

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