Ha sido como un terremoto pero distinto, con efectos positivos, y dejando un germen de construcción, no de destrucción. Ha movilizado grandes masas, pero en un clima de calma y alegría. Ha removido conciencias y corazones pero con suavidad. Ha afrontado con valentía la verdad de la realidad actual, pero mirando e invitando a mirar al futuro desde la misericordia divina que perdona y permite seguir caminando, haciendo historia.
La reciente visita del Papa a Chile ha sido todo esto y mucho más. Y no hace falta esforzarse mucho para, detrás de ciertos titulares sensacionalistas, descubrir al Papa de los gestos, al Papa pastor que privilegia la llegada del mensaje a cada persona, a cada público. Así se puso de manifiesto desde su llegada a tierra chilena, saludando personalmente en la Nunciatura a varias personas y rompiendo el protocolo para acercarse. Primeros gestos de cercanía, que reiteró en los diversos escenarios de sus encuentros, aunque de manera especialísima en la cárcel de mujeres. Y así hasta su despedida en Iquique.
Gestos reforzados por las imágenes que daban cuerpo a los conceptos centrales en cada mensaje, les hacían asequibles y contundentes. Especialmente llamativos me parecieron los de “moverse el piso” y levantarse para trabajar en el proceso por la paz, a la luz de la bienaventuranza en el Parque O’Higggins. Reforzada además por la bella imagen del “artesano del arte de la unidad” y de la paz, capaz de frenar la “deforestación de la esperanza”, que deja la tierra baldía, como dijo con fuerza en Temuco. En otro ámbito, junto a las mujeres privadas de libertad, habló de algo que se contagia más que la gripe, y que todos requerimos: “la dignidad genera dignidad”. Así es, porque el ejemplo arrastra. A continuación, los consagrados que llenaban la catedral de Santiago rompieron en aplausos al escuchar que no existe el “selfie vocacional”, ya que justo esa foto la saca el protagonista, que es Dios, que, al igual que a Pedro, ‘misericordea’ a su Iglesia, lava sus miserias con sus llagas de Resucitado y la lanza a la misión; que el mundo espera. Invitó reiteradamente a no “rumiar la desolación”, a salir de sí mismo y servir a los demás. Rumiar, otra imagen interesante. Y ¿qué decir de la analogía que presentó a los jóvenes entre la conexión a internet y al mundo de las redes sociales y la conexión a Cristo, fuente de vida y felicidad? Y como toda conexión requiere de una contraseña, aquí propuso una que miles y miles de jóvenes corearon con él: “¿Qué haría Cristo en m lugar?”. La famosa frase de San Alberto Hurtado fue actualizada en la redes y escrita en miles de celulares que llegaron a todos los rincones de Chile (y, por cierto, ¡también al mío!). La conexión, junto a la invitación a salir del mundo de confort para transformarse en protagonistas de la historia, sin dejar de lado los sueños que animan a todo joven. ¿Y la alfabetización integradora sobre la que habló en la Católica?
En fin, queda aún mucho por profundizar y rescatar del paso del Papa por Chile: y ese es ahora nuestro desafío.