Maestro, Testigo y Padre: El Padre Tomás Morales es ya Venerable
El pasado día 8 de noviembre el Santo Padre Papa Francisco ha proclamado venerable al Padre Tomás Morales s.j. (1908-1994), reconociendo así sus virtudes heroicas. ¡Buena noticia!
Con este reconocimiento el Padre Tomás Morales se convierte en patrimonio de la Iglesia, superando los límites de las obras que fundó y las personas que le conocieron. En efecto, su manera de vivir el sacerdocio, su promoción incansable del laicado, su estilo educativo tan sólido y fecundo, su honda vida espiritual cimentada en la oración contemplativa, el amor filial a la Virgen y la pasión por Jesucristo pueden iluminarnos, inspirarnos y sostenernos en estos tiempos difíciles, semejantes a los que a él le tocaron vivir en su juventud.
Conocí al Padre con 15 años de edad y su paternidad revolucionó mi vida. Fue mi director durante 6 años, hasta su muerte. Desde el inmenso cariño y agradecimiento por todo lo que he recibido de sus manos escribo estas líneas de reconocimiento.
Hijo de padres canarios, nació en Venezuela aunque enseguida su familia se trasladó a Madrid. Con la perspectiva de dedicarse a la política estudió derecho en Madrid, donde compaginó sus brillantes estudios que culminaron con el premio extraordinario fin de carrera con un intenso apostolado universitario, llegando a ser presidente de los estudiantes Católicos. Realizando el doctorado en Bolonia recibió la apremiante llamada de Dios por lo que ingresó en el noviciado de los jesuitas en Chevegtone (Bélgica). Ordenado sacerdote en 1942 y completada su formación, su primera misión fue la predicación de Ejercicios espirituales a universitarios, empleados y obreros. Fruto de su labor, surgió en 1946 el Hogar del empleado que desarrolló una extraordinaria obra social en el Madrid de la posguerra. Con algunos de aquellos jóvenes, tras lenta maduración, nacieron varias obras apostólicas y de consagración a Dios en el mundo: los Cruzados y Cruzadas de Santa María, los Hogares de Santa María y la Milicia de Santa María. Las Cruzadas de Santa María, por cierto, llegaron a Chile el año 1999 y desde entonces realizan su apostolado específico en el mundo de la cultura y de la pastoral.
Algunos rasgos que lo definen y de los que me sirvo para presentarlo aquí son:
Enamorado de Dios. Algunas caricaturas se han hecho de él. Sin embargo, yo no puedo menos de constatar que toda su vida fue un gran acto de amor y de servicio, a Dios, Santísima Trinidad, y a los hombres, sus hermanos, enderezando todas las energías y los extraordinarios talentos que poseía al fin de “ayudar y salvar (a la juventud) y encontrar entre ellos y ellas –son sus palabras- almas fervorosas que quieran, mirando a la Virgen, colaborar con Cristo en la salvación de las almas”. Su identificación con Cristo era transparencia para los que fuimos testigos de su vida.
Se hacía todo a todos. Y su finísima sensibilidad, inteligencia y sentido del humor ganaba la confianza de personas de todas las edades y condiciones. Su esfuerzo porque no nos quedáramos en él y fuéramos a Dios, me produce aún hoy una especial reverencia y ternura. Porque, a pesar de todo, no podíamos menos de quererle mucho. Es natural, ¡él nos dio a luz para Cristo y para su Iglesia!
Apóstol de Apóstoles. De su amor han brotado todas sus obras. Que eran para gloria de Dios lo testimonia elocuentemente su afán constante de desaparecer, su conciencia de ser un simple instrumento, su perseverancia en dar protagonismo a los demás y, singularmente, a los laicos. Practicó asiduamente su principio de hacer-hacer, impulsando, con invencible constancia la acción apostólica de todos los que se acercaban a él buscando, quizá sin saberlo, a Dios. A todos ayudaba a salir de sí mismos para darse a los demás, a todos hacía conscientes de una gran misión capaz de llenar una vida entera… la de ser colaboradores de Dios: “Cristo te necesita”. De ese llamamiento surgían vocaciones a todos los estados de la vida cristiana, siendo notables las vocaciones contemplativas que suscitó y alentó durante su larga vida.
Sacerdote. Así, a secas. ¡Qué conciencia de su dignidad y de su indignidad, de sus obligaciones pastorales que le llevaron a vivir totalmente expropiado de su tiempo, radicalmente pobre de cosas y de espíritu, amorosamente mortificado en todas las cosas! ¡Qué manera de vivir la Misa y de enseñarla a vivir entrando en el misterio de Jesucristo inmolado por nosotros, y de hacer de la Eucaristía el centro vital, imprescindible, de la existencia! Me parece que hay tres palabras que definen bien cómo vivió su sacerdocio: maestro, testigo, padre.
Fue maestro, viviendo lo que enseñaba con radical coherencia y ejemplaridad.
Fue testigo de lo eterno... de la belleza y novedad permanente del Evangelio de Jesús, del poder transformador de la amistad íntima con Él. A mí, me abrió la puerta a esa amistad, cuando por primera vez lo vi y oí orar, en mis primeros ejercicios espirituales. Su oración, unida a su testimonio silencioso, era ya una poderosa llamada y fue reclamo para muchísimas almas.
Y sobre todo, fue padre. Su paternidad era intensa, generosa, delicada y exigente, realista, humilde, educadora. Tuvo con nosotros la paciencia de los santos, la dulzura de las madres, la firmeza de los padres, la abnegación de los maestros.
El Padre Morales gozó de fama de santidad ya en vida. Esta fama continúa extendiéndose por el mundo y a ello contribuirá notablemente el paso que ha dado la Santa Sede. Por eso es que agradecemos a Dios desde los lugares donde estamos, de una forma más festiva y académica en la ciudad donde fue gran apóstol, en Madrid, el pasado sábado 9 de noviembre, con la presentación de varios libros sobre su persona y Santa Misa de acción de gracias en la catedral de la Almudena; y también aquí donde resido, en Santiago de Chile, con misa de acción de gracias el sábado 16 de diciembre.
Nos encomendamos a su intercesión para que muy pronto quiera Dios concedernos el milagro de su beatificación.