Sobre cuántos serán finalmente condenados es una pregunta que muchos plantean en la llamada ‘Internet católica’. ¿Una minoría? ¿La mayoría? Quisiera plantear esta cuestión de otra manera: ¿hasta qué punto podemos creer en las revelaciones privadas y cómo deben interpretarse en este asunto y en otros similares?

 

Alguien preguntará, ¿qué importancia dar a estas revelaciones privadas? … recordando que después de todo, los santos han tenido repetidas visiones de un infierno lleno y de un gran número de condenados; incluso Nuestra Señora ha hablado de ello. Es cierto. Sin embargo, olvidamos algunos puntos básicos.

 

En primer lugar, que este tipo de mensajes no deben tomarse como textos teológicos esenciales sobre una cuestión que pertenece al ámbito doctrinal. No estoy siquiera pensando en las revelaciones que no han sido confirmadas por la Iglesia o rechazadas de plano como erróneas. Estas no tienen ninguna validez. Pienso en las que han sido reconocidas. Sin embargo, hay que subrayar que, a pesar de ello, su rango es tan bajo que ni siquiera es necesario creer en ellas.

 

No insto a que se las menosprecie: yo mismo tengo como textos favoritos algunos de este género y a menudo reflexiono sobre ellos. Más bien, le animo a que las comprenda correctamente. Porque no son textos dogmáticos (no creo que en la Iglesia se haya definido ninguna verdad de fe importante a partir de una revelación privada), sino esencialmente didácticos.

 

¿Qué significa esto? En primer lugar, tenían una tarea específica que cumplir en el tiempo en que nos fueron entregados: debían, en primer lugar, instruir y educar espiritualmente. Así, llamaban a la conversión, a la transformación de la vida, a un mayor amor, celo, piedad y, como tales, se adaptaban en su forma y contenido al lugar, tiempo, cultura, mentalidad, comprensión y capacidad cognitiva de un determinado grupo de personas. Del mismo modo que los israelitas en el desierto no eran capaces todavía de aceptar la versión neotestamentaria del mensaje del amor de Dios, así también los hombres de todos los tiempos han necesitado que el mensaje que Dios les dirige se vista con los ropajes de su época.

 

Porque nunca pretende revelar algo adicional, sino ayudarnos a adaptar mejor a nuestro tiempo las verdades ya reveladas. No es de extrañar, pues, que las revelaciones privadas se vistan con el ropaje del enfoque específico del hombre, de su educación, de la cuestión del castigo, de la recompensa e incluso de la forma en que ese hombre experimenta el miedo que prevalece en un momento concreto y en un entorno cultural determinado. Todo este manto de las peculiaridades de ciertas épocas, se manifiesta también en el lenguaje de que dispone y utiliza el vidente o místico para comunicar lo que ha oído o visto. Dios se comunica al hombre de un modo que éste comprende, y el que ha recibido la revelación la comunica de este modo, según el modo en que la ha comprendido y según el modo en que sus contemporáneos podrían haberla comprendido.

 

Así pues, si queremos utilizar sabiamente las revelaciones privadas, también debemos comprenderlas correctamente. Esto presupone la capacidad de separar la esencia del mensaje, que es siempre una llamada a la conversión, de la redacción detallada o de los detalles relacionados con una u otra imagen del infierno, el cielo, los castigos purgatorios u otros elementos que aparecen en los mensajes celestiales. ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo no perderse en ello? El contexto adecuado es una ayuda.

 

Las revelaciones privadas deben leerse siempre a la luz de lo que nos dice la Escritura y de su interpretación contenida en la enseñanza oficial de la Iglesia. Así que, si queremos ser inquisitivos, veamos qué nos dice la Escritura sobre una cuestión determinada. Examinemos cómo se interpreta el pasaje en cuestión (por ejemplo, en el Catecismo de la Iglesia Católica o en comentarios bíblicos de expertos), y luego relacionemos el mensaje en cuestión con ello. Así no nos extraviaremos.

 

Lamentablemente, la falta de un enfoque adecuado no sólo se traduce en una fascinación excesiva por mensajes de diversos orígenes, extraños o a menudo sospechosos y no probados; sino también en una lectura y un uso poco hábiles de los mismos, lo que a su vez genera diversas narrativas basadas en el miedo y teológicamente incorrectas. Tal vez, pues, haya llegado el momento de entrar en razón y hacer frente a las palabras que San Juan Evangelista nos dirigió a los cristianos en su primera carta: "En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del Juicio, pues como él es, así somos nosotros en este mundo. No hay temor en el amor; sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo" (1Jn 4,17-18).

 

Por tanto, si bajo la influencia de las revelaciones privadas -en lugar de crecer en el amor, la confianza, la paz y la seguridad en Dios- nos hundimos en la tensión y el miedo al castigo o a la condena, significa no sólo que aún no las comprendemos, o que las interpretamos mal, sino sencillamente que aún no amamos plenamente.

 

 

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