Entre los instrumentos de colonización que el mundialismo ha dispuesto, para convertir a los pueblos en una papilla informe y genuflexa, desempeña un papel medular y eficacísimo el control de la educación; pues, como afirmaba Leibniz, «el dueño de la educación es el dueño del mundo». Y para mejor llevar a cabo los planes del mundialismo se inventó el llamado Plan Bolonia, cuya implantación ha arrasado con los últimos vestigios del saber académico, convirtiendo la universidad en una suerte de negociado mercantil. Todo ello (¡faltaría más!) rebozadito de tópicos melosos que nos hablan de poner la universidad «al servicio de la sociedad» y parecidas zarandajas; cuando de lo que se trata es de ponerla al servicio del Dinero.
Pero el Plan Bolonia no habría podido ejecutarse tan ricamente si no hubiese llovido sobre un terreno propicio. Carlos Fernández Liria lo señala en su excelente obra ¿Para qué servimos los filósofos? (Libros de la Catarata), que a la vez que nos expone de una forma atractiva algunos de los problemas más abstrusos de la filosofía lanza una noble y convincente diatriba contra la depauperación del saber académico. Fernández Liria acusa sin ambages a esos pedagogos que, durante décadas, se han dedicado a dinamitar la enseñanza primaria y secundaria, introduciendo en ella «motivaciones lúdicas, psicológicas y heterónomas para el conocimiento»; o sea, ‘métodos de aprendizaje’ que han terminado matando el anhelo de saber, que es la más noble aspiración humana, según nos enseñase Aristóteles. Así, el atractivo del conocimiento en sí mismo ha sido poco a poco aplastado por un batiburrillo de saberes instrumentales que aparentemente se ofrecen para brindar mejores ‘salidas’ a los estudiantes; pero que, por supuesto, están diseñados por los ‘dueños del mundo’ para la consecución de sus fines de dominio social. Así, las disciplinas que fueron concebidas para saciar (o siquiera nutrir) aquel aristotélico anhelo de saber se han convertido en -citamos a Fernández Liria- «técnicas especializadas para reparar desperfectos».
Tras el estropicio de la enseñanza primaria y secundaria había que destruir también la enseñanza superior. Fernández Liria afirma sin ambages que se trataba de convertirla «en una suerte de formación profesional». El Plan Bolonia ha significado el desmantelamiento completo de los estudios universitarios, una suerte de ‘reconversión’ impuesta con criterios exclusivamente mercantiles que, con el caramelito de poner el conocimiento al servicio de la sociedad , ha arruinado por completo las disciplinas clásicas e impuesto en las facultades criterios propios del marketing empresarial. Todo ello, naturalmente, engalanado de ‘flexibilidad’, ‘optatividad’ , ‘multidisciplinaridad’ y demás engañabobos que han favorecido la conversión de la universidad en una suerte de oficina expendedora de cursillos paparruchescos y carísimos (los celebérrimos ‘másteres’). Así hasta sustituir los títulos académicos, una reliquia del pasado, por una suerte de ‘tarjeta de puntos’ que el estudiante completa libremente, como quien entra en una tienda de chuches y va llenando la bolsa con cursillos misceláneos y chorradas varias que lo hacen creerse el rey del mambo; y que, en realidad, lo convierten en el paria que el mundialismo anhela: un tipo que sale de la universidad tan ignaro como entró en ella y acude en pelotas al mercado laboral, donde tendrá que arreglárselas en solitario, ofreciendo sus destrezas al peor postor y sabiendo que nunca habrá un convenio colectivo que lo proteja. Porque, a la vez que favorece la desintegración de las disciplinas, Bolonia favorece también la desaparición de las profesiones; a la vez que priva al estudiante del abrigo de la sabiduría, lo empuja a la intemperie de la falta de garantías laborales.
Y no sólo al estudiante. Pues, como señala Fernández Liria, al sustituir los títulos académicos por una desquiciada e invertebrada ¡’formación continua’, se precariza el trabajo del profesor, al que se remunera más miserablemente y transforma en un ‘especialista’ en áreas cada vez más restringidas o, por el contrario, en un flexible zascandil que, teniendo algún conocimiento somero de distintas disciplinas, sirva lo mismo para un roto que para un descosido, según las preferencias del mercado.
A la postre, Bolonia ha sido el modo de entregar la universidad al vandalismo del Dinero, que así dispondrá de renovadas remesas de aplicados ejecutores de sus designios, a los que ni siquiera inquietará aquel anhelo de saber del que nos hablaba Aristóteles, otra reliquia del pasado.
Fuente: XLSemanal