Se ha inaugurado un curso en la Universidad Católica de Valencia, entre las actividades académicas veraniegas de esta institución, dedicado a la reflexión y el estudio sobre una cuestión muy importante en nuestra sociedad; se trata de la cuestión del derecho de libertad de expresión y el derecho de libertad religiosa. Con frecuencia, bien en la práctica, bien en el pensamiento o en la expresión misma, parece como si fuesen dos derechos contrapuestos y que, en todo caso, si hubiese conflicto entre ambos debiera prevalecer el derecho de libertad de expresión. Así, incluso en sentencias, parece como si el derecho de libertad de expresión fuese el máximo de los derechos y que, por encima de otros, debería ser respetado. Creo, con total honestidad y con el máximo de los respetos a la verdad y a la necesidad de construir un mundo en paz y en libertad, que considerar el derecho de libertad de expresión como un derecho absoluto o casi absoluto, sin límites, es un error, y es origen de muchos dolores y sufrimientos que es necesario evitar. En una sociedad vertebrada y democrática, esto constituye un gravísimo error.
 
 Sé que lo que acabo de decir, para algunos, no parecerá políticamente correcto, pero no puedo menos que manifestar mi desacuerdo; y debo decirlo en honor de la verdad, de la razón, de la ética cívica y natural, y del bien común y de la persona, tal desacuerdo con esa preeminencia absoluta, sin límites, que se está dando a este derecho de expresión, que, sin duda, hay que respetar y salvaguardar, pero cuya preeminencia absoluta, sin límites, está siendo con cierta frecuencia fuente de cercenamiento de derechos y libertades fundamentales e inviolables, correspondientes a la dignidad de la persona humana. Es más, ¿puede prevalecer –pregunto– el derecho a la libertad de expresión sobre la verdad o el derecho a la verdad? ¿No es un límite –y está por encima– el derecho al honor y la honra de la persona, el bien común? Cuando se falla a la verdad, cuando se difunde la mentira so pretexto de libertad de expresión, cuando se propaga la injusticia, cuando se va en contra del bien común y de la convivencia en justa paz, ¿se puede apelar al derecho a la libertad de expresión y poner por encima este derecho? Que conste que no hablo de situaciones hipotéticas, sino que hablo desde la propia experiencia vivida –a veces sufrida– en mi propia carne.
 
 Por otra parte, a veces sucede, contra el cristianismo o la Iglesia, contra sus representantes o lo más preciado por sus gentes…, se puede expresar uno impunemente, sin que pase nada, y sin embargo, ¿qué espacio de defensa se deja al cristianismo, a la Iglesia, a sus representantes? Quiero dejar constancia aquí del agradecimiento a aquellos hombres de Iglesia de la época de la Transición, que tan grandemente contribuyeron a la transición democrática, a la democracia y a la convivencia entre los españoles por su defensa de la libertad religiosa y la libertad de expresión, unidas e inseparables, en pro de cuanto exigía el entendimiento entre todos, la difusión de los derechos humanos, el bien común, el establecimiento de libertades en verdadera armonía. De eso soy testigo y podría ofrecer mi testimonio personal y mi propia experiencia ya desde entonces, que no es de ahora, sino que en mi persona viene de lejos e invariablemente.
 
Por muchas razones es necesario clarificar la cuestión del derecho de libertad religiosa y el derecho de libertad de expresión, y es lo que va a intentar este curso de verano de nuestra Universidad. Espero que, en conformidad con la Doctrina Social de la Iglesia, con la fundamentación en que se apoya esta Doctrina Social de la Iglesia sobre los derechos humanos, en Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI o Francisco, que reconoce el derecho a la libertad religiosa como base y fundamento del edificio de los derechos humanos fundamentales e inviolables, espero, digo, que este curso ayude a la clarificación que deseamos y necesitamos y que la aportación bien fundada de este curso, dentro del conjunto y la armonía de los derechos humanos fundamentales que forman entre sí una unidad indivisible, podamos ofrecerla a la sociedad con el ánimo de contribuir a la vertebración de esa sociedad nuestra y a su construcción genuinamente democrática y en libertad para el bien común y el bien de las personas.
 

Fuente: La Razón

 
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