Ella estaba feliz. Cumplió ochenta años y quería ponerle palabras a la alegría de sentir que todos estuvieron en su fiesta. Al menos todos los que deseaba que estuvieran.
Ella estaba feliz. La primera fiesta de su vida. Esperó ochenta años para tener la fiesta que quería tener. Creo que el tiempo se detuvo para ella en ese domingo de festejos. Su domingo.
Mamá estaba feliz, conectada con la mañana limpia y la brisa suave hamacando las hojas. Hasta me mostró los geranios rojo terciopelo, florecidos por doquier, vistiendo el patio de color y vida. Flores, florcitas y cactus por doquier prendiendo a la primavera.
Ella estaba feliz y después de tomarnos un termo de mates amargos, -aborrece los mates amargos y últimamente casi no toma mates por su úlcera de estómago- pronunció una frase que al principio me pareció que me engañaban las emociones: "Tenés que llevarte la valija de tu ajuar".
Me fueron unos momentos para entender los entendimientos. Me fueron unos momentos y después las emociones se me encontraron todas juntas en el potrero de la niñez. Aquella niñez de rodillas peladas por los alambrados de púas y los apuros de vivir la vida.
La valija del ajuar, es una valija que le regalaron a ella cuando se casó -sesenta años atrás- y que cuando yo era muy niñita, quizás como una manera de aferrarse al mañana y seguir ahí con nosotros, de vez en cuando iba al pueblo -vivíamos en el campo, perdidos en el campo- y compraba algo para anexarle. ¿Qué compraba? Compraba una toalla, un repasador, un delantal -pobre de ella y sus sueños nunca aprendí a cocinar algo decente-, pañuelitos, sábanas, elementos que pensó iban a hacerme más fácil la vida el día que me casara.
Pasaron los años, pasaron volando como las golondrinas de primavera y ella no pudo comprar más cosas para la valija, -los tiempos se endurecieron y las dificultades se amontonaban como los fardos de los campos- entonces la guardó. Creo que la guardó en el tiempo y no habló más del tema, como si la valija fuera parte de una época de alegrías y esconderla, aprisionarla significaba no olvidar.
Después de vueltas y vueltas como en la calesita -aunque algunas vueltas no fueron agradables como las vueltas de la calesita-, me casé, aparecieron los niños y la vida siguió caminando a mi lado, la caminata de los días. De vez en cuando me visitaba y decía "que toallas viejas que tenés, por ahí debo tener alguna para darte" o "por qué no usás delantal para cocinar? -siempre cociné tan poco-, y así esos comentarios al pasar, que después se esfumaban en el horizonte como el sol naranja de las tardecitas de agosto.
En este pasado día de la madre, después de cuarenta años, pronunció la frase que no pensé pronunciaría nunca "tenés que llevarte la valija del ajuar". Con su paso temeroso, su bastón de mando y su humanidad maltrecha de tantas enfermedades juntas, se dirigió a un rincón perdido en la inmensidad y me empezó a conducir para que caja a cajita fuera despejando el panorama.
Detrás de los detraces, ahí donde nunca nadie buscaría algo, estaba "la valija de los recuerdos " , esa valija que nunca me dio quizás para poder seguir aferrada a una época de felicidad que después pasó a ser de nostalgias y dificultades.
Se sentó, acomodó su desvencijada humanidad y me empezó a relatar la historia de cada objeto en la valija, "el día que compramos este repasador llovía a cántaros y cuando fuimos con tu abuela a la tienda Los Vazcos.....". Cuando me despidió, sentí que también despedía la valija y sus recuerdos, amontonados en su vientre de naftalinas y años.
Viajando rumbo a casa la garganta se me hizo nudos y tuve esa extraña sensación que de alguna manera estaba dejando todo ordenado y donde debe estar.
Los enterró a todos. Enterró su hija, -quizás la más especial- y enterró su amado esposo y compañero. Enterró sus padres, enterró sus suegros y enterró once hermanos. Y siguió, como pudo y contra todo pronóstico siguió. Quizás ahora comienza a preparar con tiempo y paz su proceso de ida de este mundo.
O quizás sólo necesitaba el lugar de la valija para guardar otras cajas, nunca voy a saberlo. Pero sí sé que no me atrevo a sacar nada de ella, como si al sacar algo estuviera rompiendo o robando algo que no me pertenece.
Yaco le encontró un lugar a la valija y a cada quién que pregunta por ella le cuenta su historia.
La vida es un sueño.... para quién se atreve a soñarla.
Mamá estaba feliz, conectada con la mañana limpia y la brisa suave hamacando las hojas. Hasta me mostró los geranios rojo terciopelo, florecidos por doquier, vistiendo el patio de color y vida. Flores, florcitas y cactus por doquier prendiendo a la primavera.
Ella estaba feliz y después de tomarnos un termo de mates amargos, -aborrece los mates amargos y últimamente casi no toma mates por su úlcera de estómago- pronunció una frase que al principio me pareció que me engañaban las emociones: "Tenés que llevarte la valija de tu ajuar".
Me fueron unos momentos para entender los entendimientos. Me fueron unos momentos y después las emociones se me encontraron todas juntas en el potrero de la niñez. Aquella niñez de rodillas peladas por los alambrados de púas y los apuros de vivir la vida.
La valija del ajuar, es una valija que le regalaron a ella cuando se casó -sesenta años atrás- y que cuando yo era muy niñita, quizás como una manera de aferrarse al mañana y seguir ahí con nosotros, de vez en cuando iba al pueblo -vivíamos en el campo, perdidos en el campo- y compraba algo para anexarle. ¿Qué compraba? Compraba una toalla, un repasador, un delantal -pobre de ella y sus sueños nunca aprendí a cocinar algo decente-, pañuelitos, sábanas, elementos que pensó iban a hacerme más fácil la vida el día que me casara.
Pasaron los años, pasaron volando como las golondrinas de primavera y ella no pudo comprar más cosas para la valija, -los tiempos se endurecieron y las dificultades se amontonaban como los fardos de los campos- entonces la guardó. Creo que la guardó en el tiempo y no habló más del tema, como si la valija fuera parte de una época de alegrías y esconderla, aprisionarla significaba no olvidar.
Después de vueltas y vueltas como en la calesita -aunque algunas vueltas no fueron agradables como las vueltas de la calesita-, me casé, aparecieron los niños y la vida siguió caminando a mi lado, la caminata de los días. De vez en cuando me visitaba y decía "que toallas viejas que tenés, por ahí debo tener alguna para darte" o "por qué no usás delantal para cocinar? -siempre cociné tan poco-, y así esos comentarios al pasar, que después se esfumaban en el horizonte como el sol naranja de las tardecitas de agosto.
En este pasado día de la madre, después de cuarenta años, pronunció la frase que no pensé pronunciaría nunca "tenés que llevarte la valija del ajuar". Con su paso temeroso, su bastón de mando y su humanidad maltrecha de tantas enfermedades juntas, se dirigió a un rincón perdido en la inmensidad y me empezó a conducir para que caja a cajita fuera despejando el panorama.
Detrás de los detraces, ahí donde nunca nadie buscaría algo, estaba "la valija de los recuerdos " , esa valija que nunca me dio quizás para poder seguir aferrada a una época de felicidad que después pasó a ser de nostalgias y dificultades.
Se sentó, acomodó su desvencijada humanidad y me empezó a relatar la historia de cada objeto en la valija, "el día que compramos este repasador llovía a cántaros y cuando fuimos con tu abuela a la tienda Los Vazcos.....". Cuando me despidió, sentí que también despedía la valija y sus recuerdos, amontonados en su vientre de naftalinas y años.
Viajando rumbo a casa la garganta se me hizo nudos y tuve esa extraña sensación que de alguna manera estaba dejando todo ordenado y donde debe estar.
Los enterró a todos. Enterró su hija, -quizás la más especial- y enterró su amado esposo y compañero. Enterró sus padres, enterró sus suegros y enterró once hermanos. Y siguió, como pudo y contra todo pronóstico siguió. Quizás ahora comienza a preparar con tiempo y paz su proceso de ida de este mundo.
O quizás sólo necesitaba el lugar de la valija para guardar otras cajas, nunca voy a saberlo. Pero sí sé que no me atrevo a sacar nada de ella, como si al sacar algo estuviera rompiendo o robando algo que no me pertenece.
Yaco le encontró un lugar a la valija y a cada quién que pregunta por ella le cuenta su historia.
La vida es un sueño.... para quién se atreve a soñarla.