Llegué a casa con la noche mordiéndome los talones. A los lejos la tarde se despedía con su sonrisa violeta y sus mejillas naranja.
Llegué con el bolsito viajero colgado del hombro derecho y una bolsa de comercio en la mano izquierda.
Todos los habitantes de la casa se acercaron picados por el mosquito de la curiosidad y en un santiamén se sentaron en fila para ver el contenido de la bolsa como si Papá Noel hubiera llegado.
Me preparé el mate y me dispuse a tomarme unos mates con edulcorante y yuyitos cuando la impaciencia de los presentes me hizo gracia.
"No es para ustedes, me compré zapatos, los viejitos ya no dan más" y los saqué de la bolsa.
El silencio lo dijo todo o dijo demasiado, y la ausencia de palabras llenó el espacio que se vio lleno de miradas con ojos inmensos como huevos fritos.
"Ma son estampados, son zapatos primavera" dijo Yaco que quizás en su inocencia puso frase donde no la había.
"Ma tenés par único, ¿te parecen estampados?" Dijo Gino, y para rematar agregó "pero si a vos te parecen". Y el resto por las dudas no emitió sonido.
Los zapatitos o zapatos primavera, lucían un hermoso floreado sobre un fondo amarronado, que los hacían únicos, tan únicos como el par que tengo siempre para pasar caminado de una estación a otra.
Cuando era niña, siempre tenía un solo par de zapatillas, azules. Azul mar, azul noche, azul cielo tormentoso, pero azules, siempre azules, entonces aprendí a pasar al rojo, al rosa, o al violeta dibujando florcitas con pinturitas de uñas. Un par de florcitas hacían de mis aburridas zapatillas azules un cielo florecido de margaritas rojas, rosas y violetas.
Cuando comenzaron a llegar los niños y los piececitos se fueron multiplicando, la política y la economía del hogar siempre sostuvieron un principio de justicia y equidad "dos pares de zapatillas para cada chico o varón adulto -es decir Omar en aquellas épocas-", y en mi caso en vez de dos zapatillas, un par de zapatos y unas zapatillas de cualquier color menos azules.
Los comentarios de la casa, se fueron hacia otras latitudes y los zapatitos floreados quedaron a un costado. Hasta que Yaco, que aún vive en un mundo de inocencias dijo, "Ma si a vos te gustan ¿qué importa que te vean siempre con los zapatos floreados? deciles que es uniforme".
Nos reímos todos y seguimos con la vida que nos alcanza, la vida siempre nos alcanza por más que corramos para ganarle. En vez de ganarle a la vida quizás hay que esperarla y caminar juntos y entender que no importa ponerse todos los días el mismo par de zapatitos floreados.
Mi abuela siempre decía "para que tantos pares de zapatos si sólo te podés poner dos, uno en el pie izquierdo y uno en el pie derecho".