El domingo 5 de julio mi mamá enterró a su última hermana en este mundo, la número once. Año a año los fue enterrando a todos, y los sobrevivió contra todo pronóstico. "Nos vamos en la hora señalada, ni un minuto antes ni un minuto después", decía mi abuela.
 
Pobrecita mamá, la penúltima de los doce hermanos; no fue a la escuela y siempre vivió en su mundo, un mundo de pajaritos grises y de nubarrones de plomo. No recuerdo verla reír a carcajadas, ni estar feliz con nada. Siempre enferma, como si la enfermedad fuera su compañera más leal, inseparables. Con una relación de atracción y de repulsión a la vez. 

En los laberintos de mis recuerdos, aparece la pilita de pastillas de todos los colores, en los lugares más visibles. 
 
Una tardecita violeta, allá en los recorridos de mi niñez, de guardapolvo blanco y cuadernos forrados con afiches de colores, recuerdo haberle preguntado por qué no había ido a la escuela y me dijo con los ojos húmedos y la cara bien larga: "Un hermano no quiso que fuera porque decía que iba a ver chicos y me iba a hacer la loca".
 
Pobrecita mamá, siempre vivió al margen de la humanidad misma, con un sufrimiento infinito horadándole los talones, y esa tristeza de diferentes matices de grises acompañándola cada día, todo el día.
 
Sigo recordando los pedacitos de mi infancia, donde preguntaba a quien podía responderme algo, mi abuela… y ahí la sentaba  y le decía: "¿Por qué mamá está tan triste? ¿será que no me quiere?" y mi abuela preparaba el mate con "yuyitos" -burro o peperina- y con su mirada de azúcar, me decía: "Tenés que entenderla, cuando nació, su papá quería un varón, y se lo dijo siempre, su mamá había sufrido tanto y tenía depresión, eso marcó a tu mamá para siempre".
 
Yo era muy pequeña para entender lo inentendible, a esa edad. Creo que tampoco lo intentaba, porque la situación me enojaba, me embravecía el alma. 
 
Pobrecita mamá, quizás su sufrimiento infinito y su mundo de nubes grises, y de pajaritos sin alas, me enseñaron más de lo que creí posible.

Evoco las casas, en que vivimos, siempre sin puertas, sólo telas con unos estampados inmensos, que intentaban separar los ambientes, aunque no lo lograban. Y también recuerdo como un cuadro viviente, a mamá sentada en un rincón tejiendo. 

Tejía pañoletas, sweaters, y también tejía sus días, lo único que ahí cambiaba de lana, y sus tejidos eran arco iris de colores.

Pobrecita mamá, ya no me pregunto cuánto pudo quererme, sino que lo que realmente importa es cuanto la quiero yo.  Ya no me pregunto de qué vamos a hablar cuando la veo, sino que lo importante es que puedo verla una vez más. 
 
Dejé de preguntarme si alguna vez mi mamá me dijo que me amaba y en vez de eso me pregunto cuantas veces le digo a mis hijos cuánto los amo, y lo importante que son en mi vida.  Dejé de preguntarme muchas cosas, gracias a Dios, para vivir, para vivir cada día como si fuera el último, al menos en este mundo.

La vida es como una pañoleta inmensa, tenemos que decidir con qué aguja la tejemos, qué punto elegimos y qué colores de lana utilizamos. Rezar el rosario ayuda en la elección.
 
(en la foto superior la segunda es Mamá)

 
"Si eres neutral en situaciones de injusticias, has elegido el lado del Opresor" Desmond Tutu

 
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