Me avisó la nieta que ella me esperaba con empanadas caseritas. Hasta se había pasado la tarde haciendo la masa. Crió cinco hijos vendiendo empanadas, hechas con sus manos y condimentadas con la nuez de la esperanza.
Hacía tanto que me invitaba y en la vorágine incierta de mi vida, no había podido ir. La visita era impostergable. Más vieja que la vejez misma, con los años apilados en sus huesos y en su espalda. En mucho tiempo no ha pasado una semana sin mandarme el mismo mensaje: "Oro por vos".
Me arreglé bastante, recordando las palabras de la nieta: "Quiere verte linda como se imagina que sos, llena de luz y de vida". Difícil cumplir con expectativas así. No hay manera posible, pensé para mis adentros. Igual le puse onda, y me vestí para la ocasión.
Estaba por salir cuando casi grité "¡¡Qué le llevo!!" ... Yaco, que estaba en la otra punta de la casa, me contestó con la voz alta, en el cielo, para que lo escuchara: "Llevále un rosario".
Me quedé conmigo misma... ¿A una madre de tres Pastores evangélicos, regalarle un rosario?
Seguí dando vueltas sin decidirme, hasta que apareció Yaco con una bolsita y un rosario adentro. "Mamá todo el mundo sabe que vos siempre regalás rosarios, además al Papa lo quieren todos y un rosario bendecido por él es un tesoro". No me dejó pensarlo.
Llegué y cuando golpeé la puerta sentí que me esperaban de toda la vida. Al abuelo -postrado-, al verme se le dibujó una sonrisa que entibió el aire fresco de la noche y ella -su esposa de 60 años- me abrazó con tanto amor que me traspasó los huesos y la médula.
Me susurró apenas: "Sos tan linda como siempre te imaginé, voy a retar a los fotógrafos de los diarios que no graban esta luz que tenés".
Despacio como para no romper el encanto le dije: "Pobrecitos, los fotógrafos retratan la realidad, no pueden hacer milagros". Me miró con un gesto pícaro y remató: "No es verdad"
Conversamos como si lo hiciéramos de toda la vida. Ahí me contó que tenía la primer nota cuando salí en un diario quince años atrás y que cada vez que pudo fue guardando las publicaciones, acompañándome desde sus cuatro paredes, con oraciones y bendiciones. No me animé a preguntarle por qué lo había hecho; "A veces es mejor no preguntar tanto", decía la Hermana Cruz. En vez de ello, revolví la cartera buscando el rosario para dárselo. Cuando por fin lo encontré -como a la media hora de buscar en el universo infinito que es una cartera de mujer- se lo di y esperé la reacción.
Al instante se le llenaron los ojos de lágrimas y acortó la distancia para abrazarme, tan fuerte como al comienzo. En medio de la emoción balbuceó: "Es un tesoro, me va a acompañar siempre en lo poco que me queda de vida" y después, nuevamente, con ese brillo de luz en las pupilas me dijo: "Nuestro Dios de amor es el mismo, y yo también lo quiero a tu Papa, es un profeta".
Ya estábamos en el segundo termo de mate, como para bajar la empanadas riquísimas que nos devoramos -en mi vida comí empanadas así-, cuando pronunció en medio de la nada: "Vos también sos profeta, lo supe en aquella primer entrevista por eso la guardé".
Intenté explicarle que me parecía que estaba equivocada, que solo era una más, que era imposible porque yo era tan pecadora, como podía pensar eso de mí, tan humana y tan pecadora. Pero no la pude convencer. Al contrario insistió tanto que casi me convence ella a mi, sino fuera que es una locura siquiera pensarlo.
Me fui tarde, con la noche a mitad de camino. Y con esa sensación de que son muchas las personas que quieren una humanidad más humana, aunque tengan más de ochenta y vivan recluídos entre cuatro paredes.
Volví sonriendo pensando en la respuesta de Yaco cuando le dijera que se puso feliz con el rosario, que seguro me diría: "¿Viste que tenía razón?, los rosarios tienen onda y al Papa lo quieren todos"...
Menos los malos ,Yaco, menos los malos.